
En el momento actual la evidencia científica es clara y reconoce la actividad física y la dieta como dos herramientas imprescindibles para la mejora de la salud. El ejercicio es una herramienta útil y segura para la prevención y tratamiento de muchas patologías (Kenneth E et al 2011). La OMS, en nota de 2017, recomienda realizar actividad física y emite una receta general y útil para mantener la salud en niños y adultos. Las pautas actuales están enfocadas a practicar al menos 150 minutos semanales de actividad física moderada, o 75 minutos semanales de actividad física intensa, o una combinación equivalente entre actividad moderada e intensa. Esta recomendación pueden ser una fórmula de salud pública valiosa y práctica para la población adulta, pero insuficiente en algunos casos para la prevención de enfermedades como el cáncer y del todo ineficiente para conseguir cambiar la composición corporal una vez establecida la obesidad. Por tanto, es fundamental encaminar la investigación en este sentido y se necesitan estudios sobre programas de ejercicio específicos para diferentes tipos de enfermedades.
La evidencia científica del ejercicio como herramienta preventiva está avalada por multitud de estudios epidemiológicos que datan desde los años 50 y que nos confirman que aquellos sujetos que realizan ejercicio padecen una reducción de un 33% a un 50% de enfermedad cardiovascular. Y, además, que aquellos sujetos que tienen una alta condición física reducen el riesgo cardiovascular por encima de un 60%. El efecto, en parte, es debido a que el ejercicio actúa indirectamente disminuyendo cada uno de los factores de riesgo tradicionalmente conocidos como son el índice de masa corporal, la glucosa en sangre, el perfil lipídico, perfil inflamatorio o la presión arterial, pero además tiene un efecto añadido directamente sobre el sistema nervioso autónomo, el tono vagal y la función endotelial. Esto explica que el ejercicio tenga un poder más potente sobre la prevención de la enfermedad cardiovascular que cualquier fármaco que intente mejorar cada uno de los factores de riesgo por separado.
Además, 32 de 44 estudios epidemiológicos revelan una reducción del riesgo de cáncer de mama hasta en un 30-40% en las mujeres que hacen más actividad física y una reducción del cáncer de colon de un 40-50%. También el riesgo de demencia se ve reducido en la población que hace ejercicio al menos tres veces a la semana (Blair, S.N. y Morris, J.M. 2009).
Y aunque los estudios científicos sobre el ejercicio como herramienta terapéutica en la enfermedad crónica son menores, se observa la efectividad del mismo en más de 26 enfermedades crónicas psiquiátricas como la depresión, ansiedad, enfermedad de Parkinson y esclerosis múltiple; metabólicas como la obesidad, hiperlipidemia, sd metabólico, ovarios poliquísticos, diabetes tipo 2 y tipo 1; enfermedades cardiovasculares como la hipertensión, enfermedad coronaria, ictus, claudicación intermitente; enfermedad pulmonar como enfermedad obstructiva crónica, asma, fibrosis quística; enfermedad musculoesquelética como osteoartrosis, osteoporosis, dolor de espalda, artritis reumatoide, enfermedades neurodegenerativas y cáncer.
Si analizamos la revisión de la revista Scand J Med Sci Sports en 2006 y 2015 publicada por Pederson y Saltin, podemos decir que el ejercicio tiene evidencia científica A sobre la patogénesis, síntomas específicos y cualidades como la fuerza y la condición física y calidad de vida en enfermedades como el sd metabólico, la enfermedad cardiaca, la claudicación intermitente o la diabetes tipo 2. Para otras como el asma y la diabetes tipo 1, la evidencia científica A queda para el efecto del ejercicio sobre la condición física y la fuerza limitando la evidencia a B y D para los síntomas y la patogénesis de la enfermedad. Queda el ejercicio relegado a evidencia científica B para el efecto del ejercicio en los síntomas específicos, condición física, calidad de vida en el cáncer sin encontrar evidencia hasta el momento en la patogénesis de la enfermedad (Pedersen, B.K. y Saltin, B. 2006 y 2015). Nuestro equipo de trabajo tiene gran experiencia en el uso del ejercicio en la patología crónica infantil, revelando una mejora de la calidad de vida y el pronóstico de enfermedades como la leucemia o la fibrosis quística infantil (San Juan AF et al 2007, Perez M et al 2014)
Comparado con los fármacos, el ejercicio tiene un bajo coste y apenas efectos secundarios. Los últimos estudios afirman que cada minuto invertido en hacer ejercicio y estar activo produce un retorno de hasta 7 minutos de vida, lo que hace que sea una herramienta útil para aumentar la expectativa de vida con buena calidad de vida (Pratt, M.et al. 2014).
Los mecanismos etiológicos por los que el ejercicio previene la aparición de algunas patologías crónicas están bien descritos en la bibliografía, destacando entre los más importantes un mantenimiento de la masa muscular y del capital óseo, lo que conlleva una mejora de la fuerza y funcionalidad del aparato locomotor. El tejido muscular es además un tejido endocrino que cuando se estimula produce la liberación de citoquinas antinflamatorias con efecto a nivel sistémico que consigue una mejora metabólica y endotelial con un mejor mantenimiento de la función de órganos como el cerebro y el corazón. Así mismo, el ejercicio desencadena la liberación del factor neurotrófico cerebral (BDNF brain-derived neurotrophic factor) y otros neurotransmisores relacionados con la mejora cognitiva.
También, y debido al ejercicio regular y continuado, se consigue una perfecta homeostasis oxidación-antioxidación para mantener las funciones de señalización adecuadas para conseguir adaptaciones y mantener la salud de los tejidos. Igualmente se ha descrito entre los sujetos que hacen ejercicio un mejor mantenimiento de la longitud de los telómeros, lo cual se relaciona con una mejor reparación de los tejidos y una mayor expectativa de vida (Pareja-Galeano, H.; Garatachea, N. y Lucia, A. 2015). Otra pieza del puzle podría ser un mejor mantenimiento de la diversidad bacteriana intestinal en aquellos sujetos con un mejor estilo de vida, lo que aumentaría la función del sistema inmune (Cerdá, B et al 2016) En definitiva el estilo de vida es un factor ambiental muy potente que puede modificar la activación y regulación de algunos genes y, por tanto, originar cambios epigenéticos causantes o preventivos de enfermedad (Skinner, M. K. et al 2010).
El ejercicio provoca cambios en la expresión génica que desencadenan adaptaciones estructurales y metabólicas en el músculo esquelético. El ejercicio induce una expresión dependiente de la dosis del coactivador 1α del receptor activado gamma del proliferador de peroxisoma (PGC-1α), del piruvato deshidrogenasa cinasa 4 (PDK4) y de los receptores activados por el proliferador de peroxisomas subtipo δ (PPAR-δ), junto con una marcada hipometilación en cada promotor respectivo. Muchos de estos señalizadores bioquímicos median en la mejora de la biogénesis mitocondrial y la transformación de fibras musculares que originarán una masa muscular más saludable y con una mejora funcional de la misma (Barrès R et al, 2012). La intensidad de ejercicio es uno de los componentes más importantes para pautar una correcta dosis. Activar dicha intensidad necesita poner en marcha el sistema energético anaeróbico láctico. Muchas adaptaciones al ejercicio pueden estar mediadas de alguna manera por el lactato (Nalbandian M et al 2016)
El ejercicio tiene efectos pleiotrópicos con dianas en diferentes órganos y, cuando la dosis pautada es la correcta y el tiempo es adecuado, origina adaptaciones que mejoran la condición física global del sujeto lo que hace que el riesgo de mortalidad disminuya. (Myers J.et al 2002).
Pero una vez que el sujeto enferma, también el ejercicio es una intervención no farmacológica capaz de disminuir la fatiga originada por la patología, mejorar la condición física del paciente, el pronóstico y evolución de la enfermedad, disminuir los efectos adversos de algunos de los fármacos e incluso disminuir la dosis necesaria de algunas medicinas (Park, H et al 2012). El reto actual de la medicina está en promover la salud y prevenir la enfermedad consiguiendo que la población adquiera conductas en estilos de vida saludables. El mundo laboral puede ser un lugar adecuado para promover estas medidas, ayudando así al trabajador a mejorar su salud y bienestar, lo que le permitirá sentirse más comprometido con su empresa que le cuida.
A pesar del conocimiento científico, la inactividad física es el cuarto factor de riesgo de mortalidad en la población actual dentro del mundo desarrollado. Origina el 6% de las defunciones a nivel mundial. España es uno de los países del mundo más afectados por esta epidemia.
Esta conducta inactiva aumenta con la edad y es mayor en aquellas personas que padecen alguna patología crónica. Actualmente los niños y jóvenes también se ven afectados por esta conducta lo que realmente anuncia un futuro lamentable para la edad adulta ya que la enfermedad cardiovascular se gesta desde la juventud y progresa durante mucho tiempo afectada por la suma de las malas conductas adquiridas. Permanecer inactivo disminuye la condición física, siendo esta un factor de riesgo de mortalidad mayor que fumar, tener un alto índice de masa corporal, padecer hipercolesterolemia, padecer diabetes o hipertensión (Blair, S.N. 2009). La Organización Mundial de la Salud 2002 estima que la inactividad física causa en conjunto 1,9 millones de defunciones a nivel mundial, en torno a un 10%-16% de los casos de cáncer de mama, cáncer colorrectal y diabetes mellitus, y aproximadamente un 22% de los casos de cardiopatía isquémica.
La elevada prevalencia de un estilo de vida sedentario en la población general, en la población infantil y juvenil en particular, supone un importante problema de salud pública. Los resultados de la investigación científica concluyen que permanecer sentado tres horas seguidas causa una reducción del 33% de la función vascular en jóvenes y demuestra que simplemente interrumpir estos periodos de inactividad continuada de forma regular protege de la disfunción vascular (McManus AM, 2015). Mantener la función endotelial adecuada con el ejercicio protege de la enfermedad cardiovascular futura (Malin, S.K. et al 2016)
Existe una necesidad urgente de intervenciones de estilo de vida dirigidas a aumentar los niveles de actividad física y la condición física, no solo en la población general, sino particularmente en las patologías crónicas o supervivientes de enfermedades como el cáncer. La empresa y el mundo laboral pueden convertirse en un medio adecuado para hacer formación sobre esto e intervenir con talleres al respecto.
Recomendar desde los servicios médicos de empresa medidas para mejorar estos parámetros y monitorizar la actividad física, junto con indicadores de condición física y adiposidad en exámenes de rutina de seguimiento, proporcionaría la información necesaria para que los profesionales de la salud pudieran aconsejar la implementación de intervenciones efectivas de estilo de vida junto a los tratamientos farmacológicos.
Si en un futuro queremos contar con una población adulta sana y con calidad de vida, debemos considerar la educación en estilo de vida saludable como una herramienta eficaz para conseguir la adherencia al ejercicio y a la dieta mediterránea y con ello frenaremos la epidemia de la inactividad y cambiaremos las estadísticas actuales.
Por lo tanto, la implementación de intervenciones de actividad física en la salud pública es un objetivo a nivel médico, social y económico.
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