
La palabra universidad es un sustantivo de origen latino que enlaza con la idea de universalidad, es decir, la creación de un universo propio. Su significado ha sido utilizado, a través de los tiempos, para definir cualquier comunidad considerada en su aspecto colectivo.
Por su parte, la palabra diversidad es un sustantivo que hace referencia a la variedad, pluralidad, diferencia, complejidad, multiplicidad, heterogeneidad y disparidad, que no es la misma en los objetos y elementos. Ambas palabras juntas nos hablarían de un universo diferente, complejo y heterogéneo. Y es precisamente esta idea la que subyace cuando nos referimos a la diversidad en la sociedad y en el aula.
La diversidad tiene, sin embargo, muchas caras, pero los rostros que nos muestra y que integran la realidad de nuestras aulas podemos identificarlos, día a día, en los aspectos funcional, cultural, sexual, de género y edad.
El universo es rico y complejo, y todos los elementos que lo integran cumplen una función para el funcionamiento del todo. Es inimaginable juzgar o discriminar a cualquiera de ellos. Del mismo modo, la Universidad está compuesta por docentes, no docentes y alumnos, que representan formas de vida dispares, y cada uno de ellos cumple una función necesaria en el funcionamiento del todo. Cuando hablamos de diversidad, por tanto, nos referimos a que el ser humano debe aceptar cualquier diferencia, como suya propia, lejos de estigmatizarla o señalarla como ajena. Y que toda la comunidad universitaria pueda cumplir su función en las mismas condiciones que los demás, sin ser juzgados, discriminados o sin encontrar obstáculos para su desarrollo intelectual.
¿Nos hemos preguntado si nuestros estudiantes, profesores o personal no docente de otras culturas, otra opción sexual o con una diversidad funcional pueden cumplir normalmente sus tareas o, por el contrario, sufren alguna clase de impedimento?
Hablar de diversidad es hablar de derechos humanos de primer orden, pero también es hablar de la realidad. De hecho, la UNESCO adoptó el marco legal de la diversidad cultural en noviembre del año 2001 a través de la Declaración Universal sobre Diversidad Cultural, cuyo artículo 4 afirma que la defensa de la diversidad es un imperativo ético, inseparable de la dignidad de la persona, y se traduce en el compromiso de la defensa de derechos y libertades, cuyo alcance no debe limitarse. Sin embargo, puede darse la paradoja de que estos derechos sean vulnerados dentro de nuestras aulas. Y lo digo porque he sido testigo, en primera persona del sufrimiento de un estudiante LGTB que, siendo aceptado por sus padres, no lo fue en las aulas por sus propios compañeros. Por este motivo, es preciso educar también en la diversidad y calidad humana, y todas las personas que formamos la universidad debemos interiorizar y promover la inclusión de colectivos diferentes de una manera natural, para que puedan sentirse cómodos y orgullosos de ser como son o, al menos, no se sientan, en ningún caso, inferiores por ser diferentes.
Nuestra universidad está comprometida con la sociedad y no puede ser menos que inclusiva, lo que significa que además de impartir una docencia de calidad asume el compromiso de fomentar los valores éticos y democráticos. Verdaderamente, un progreso que no es humano no puede considerarse un verdadero progreso.
Sabemos que el respeto es el principio de la convivencia y de la paz y, desde la Universidad, solo se puede atender a la diversidad de una manera: predicando con el ejemplo. Convirtamos, pues, el ejemplo en nuestro primer modo de enseñanza y seamos una referencia en el enriquecimiento que proporciona la diversidad y el progreso y desarrollo humano.