
La historia del brexit será estudiada dentro de un siglo como lo hacemos hoy con la del Reino Unido en la primera mitad del siglo XIX. Tras involucrarse en la campaña para desalojar del poder a Napoleón y participar con el resto de grandes países del momento en el Congreso de Viena, los líderes británicos decidieron soltar amarras y volverse sobre sí mismos en prácticamente buena parte del siglo XIX, salvo contadas excepciones como la Guerra de Crimea o el apoyo a la emancipación griega contra el imperio otomano. Uno de los protagonistas de aquella campaña fue el ministro de Exteriores británico George Canning. La figura de Canning y su trayectoria, junto con la del actual primer ministro Boris Johnson, guarda un paralelismo que no pasa desapercibido para los analistas británicos.
El 29 de marzo era la prevista fecha de salida de los británicos de la UE. El brexit ya le ha costado el cargo a dos primeros ministros y Boris Johnson no tiene intención de repetir el camino de David Cameron o Theresa May. Aunque su promesa inicial haya sido la de anunciar la ruptura inminente a finales de octubre, fecha consensuada con la UE, la mayoría con la que los conservadores británicos controlan el Parlamento no es suficiente para que las intenciones del actual primer ministro puedan salir adelante. De hecho, hay que recordar que la dimisión de May fue fruto, sobre todo, de los reveses sufridos desde primeros de año por el resto de los representantes políticos. Johnson disfruta de mayor popularidad en las calles británicas, pero los equilibrios de fuerzas en el Parlamento siguen siendo los mismos. De hecho, existe incluso la posibilidad de que los laboristas presenten una moción de censura contra él en septiembre.
Ante esta situación, conviene analizar los tres escenarios posibles de cara a la fecha del 31 de octubre. El primero sería que Reino Unido y la UE pacten un nuevo acuerdo de salida. La UE ya ha mostrado su nula predisposición a volver a retomar una negociación que se prolongó durante más de dos años y que concluyó en noviembre con el respaldo de May. El segundo escenario podría ser la activación del llamado brexit salvaje o brexit sin acuerdo. Aunque sea esta la opción que Boris Johnson públicamente parezca desear, realmente no la quieren ni los agentes económicos británicos, ni los parlamentarios que ya se la rechazaron con anterioridad a Theresa May, ni ninguna de las autoridades comunitarias.
¿Cuáles serían las consecuencias de un brexit sin acuerdo? La primera y más temida es el establecimiento de una nueva frontera que dividiría a las dos Irlandas y que tanto derramamiento de sangre provocó durante décadas. Una forma de evitar esa frontera es a través de lo que se conoce como ‘salvaguarda irlandesa’, que vienen a ser unas reglas acordadas en la era de Theresa May con el resto de los Estados miembros de la UE para garantizar la circulación de productos y servicios bajo el sometimiento comunitario. Esa medida genera gran rechazo en el actual dirigente británico y entre los parlamentarios que dieron la espalda sucesivamente a la anterior primera ministra.
El llamado brexit salvaje tendría efectos más perniciosos, de entrada, para los británicos que para el resto de Europa. A la vista está la evolución de la libra en los mercados de divisa donde ha se ha desgastado significativamente respecto al euro. Si el Reino Unido se va por las bravas, a partir del 1 de noviembre deja de pertenecer al mercado único europeo y, por tanto, los productos procedentes de cualquier país comunitario se verían sometidos bajo las reglas arancelarias que se definan con el Reino Unido. Y también a la inversa.
Otro de los grandes temores existentes es de qué manera puede afectar una ruptura con la UE en la coexistencia del Reino Unido como ente único y soberano. Son varias las voces que desde lugares como Escocia se han alzado contra cualquier divorcio no pactado so pena de volver a revivir la petición de referéndum por la independencia. Frente a todo esto, la única ventaja que el brexit tiene, además de la rentabilidad política para figuras como Johnson, es el ahorro para las arcas públicas británicas que llegaría a alcanzar los 10.000 millones de euros en contribución al presupuesto comunitario.
Sin embargo, tampoco se puede mirar de soslayo las consecuencias de un brexit duro bajo la perspectiva de que las principales consecuencias deberían ser soportadas por el propio Reino Unido. Una iniciativa de estas características arrastraría a buen seguro al conjunto de economías de la zona euro y por ello merecería un ejercicio de sensatez política en el ámbito de la UE más allá que la del desprecio a Johnson y a sus constantes bufonadas.
Un tercer escenario sería el anuncio de unas elecciones anticipadas antes del 31 de octubre que les permitan a los conservadores obtener la mayor representación parlamentaria que adelantan los sondeos y que otorguen a Boris Johnson vía libre para sacar adelante sus iniciativas.
La opción del adelanto electoral podría cobrar mayor fuerza cuando Boris Johnson vislumbre la debilidad parlamentaria en la que se encuentra. Actualmente, con sus mensajes, trata de unir alrededor de su figura a todas las sensibilidades a favor del brexit. Si le saliera bien, lograría unos apoyos indispensables para plantarse frente a Bruselas. A menos de 100 días de expirar la fecha tope para que el brexit se produzca, todo hace indicar que aún seguiremos hablando del mismo asunto más allá del 31 de octubre.