
Desde hace algunos años, los ciudadanos hemos empezado a ser más conscientes de los numerosos cambios medioambientales que nos rodean. Sin embargo, estos cambios que inicialmente parecían afectar en mayor medida a otras partes del mundo, los empezaremos a notar de una forma más cercana, concretamente, en nuestra cuenca del mediterráneo. En el reciente informe presentado el pasado 10 de octubre en el encuentro de la Unión por el Mediterráneo (UpM) celebrado en Barcelona y realizado por el grupo de científicos pertenecientes a la red MedECC (Mediterranean Experts on Climate and Environmental), se dice que dicha región se está calentando un 20% más rápido que la media a nivel mundial. Y se advierte de que, de no aplicarse las medidas correctivas necesarias para subsanarlo, se espera que la temperatura aumente 2,2 grados en 2040 y que el nivel del mar suba un metro para 2100, afectando a un tercio de la población residente de la zona. Además, preven que, en tan solo dos décadas, 250 millones de personas sufrirán pobreza hídrica por las sequías.
Las conclusiones poco alentadoras de este primer informe se basan en numerosos estudios científicos que desde 2015 analizan e investigan los principales riesgos asociados al cambio climático. Todos ellos aúnan resultados para mostrar una visión poco prometedora sobre el futuro de la situación de esta región. Y tienen el objetivo común de buscar con carácter urgente una política de aplicación eficaz que ayude a mitigar los siguientes efectos que se producirán:
Sobre el agua, el suelo y la alimentación: En nuestro país se han perdido ya más del 80% de los glaciares pirenaicos y para 2050 podrían desaparecer irreversiblemente. Por cada grado que aumente la temperatura del mar, los peces reducen su tamaño entre un 20% y un 30%, por lo que para 2050 el peso corporal medio de los peces se reduciría un 49%. El incremento del nivel del mar conllevará daños por inundaciones e inhabilitará zonas de cultivo próximas al mar por la salinización de las tierras. También estarán presentes olas de calor más significativas y duraderas que podrán originar incendios forestales así como períodos de sequías frecuentes. Descenderán las precipitaciones durante los meses estivales entre un 10-30%, afectando a una menor disponibilidad de las reservas de agua dulce, cuyas consecuencias volverán a recaer sobre la agricultura y la ganadería.
Pérdida de la biodiversidad: Las consecuencias de los impactos no solo afectarán a seres humanos y a sus medios de vida, también muchos de los ecosistemas se verán amenazados por el cambio climático, la contaminación, la sobreexplotación y la desertización de los terrenos. Entre algunos ejemplos, cabe mencionar la acidificación del agua de mar causada por la absorción del CO2 procedente de las emisiones humanas, y el consiguiente aumento de temperatura que está haciendo que desaparezcan algunas especies depredadoras, incluyendo también mamíferos marinos. Cada vez serán más frecuentes las plagas de medusas en nuestras costas o la aparición nuevas especies invasoras marinas o terrestres (de animales y/o plantas) que desplazarán a las autóctonas. También encontramos algunas especies de garrapatas y de mosquito tigre (como el Aedes albopictus y el Aedes aegypti), que, siendo endémicos de áreas tropicales, ya son unos habituales de nuestros calurosos veranos.
Impactos en salud y seguridad alimentaria: Respecto a la salud, se espera un incremento de enfermedades, así como de muertes relacionadas con el calor en la población más vulnerable. El deterioro de la calidad del aire junto a la contaminación del agua y la falta de fertilidad en los cultivos supondrá una mayor incidencia de enfermedades de tipo respiratorio, de alergias y de enfermedades de índole cardiovascular. La presencia de artrópodos vectores como mosquitos y garrapatas, conllevará a la inoculación de enfermedades como el dengue, zika, chikungunya, el virus del Nilo occidental, enfermedad de Lyme, leishmaniosis, etc., entre otras patologías.
Las conclusiones a las que llegamos son claras y evidentes. España se sitúa como un país vulnerable al cambio climático. Para resolverlo se requiere de una acción urgente y contundente no solo por parte de los dirigentes políticos, sino también de cada uno de nosotros, que, a través de pequeños gestos cotidianos, podemos ayudar a mejorar y cuidar nuestro futuro y el de las nuevas generaciones. Tomar conciencia del problema es solo el primer paso. Nuestra actitud y los hechos que de ello se deriven son lo que permitirá cambiar el transcurso de los acontecimientos.