
El cuidado del ser humano viene realizándose desde los tiempos más remotos de la historia. Durante la Prehistoria, era la mujer la encargada de los cuidados del hogar y de la preservación de la especie, mientras que el hombre se dedicaba a tareas de salvaguarda de los recursos, así como a la caza. En ese momento se practicaban los ritos mágicos, los conocimientos intuitivos y los cuidados domésticos centrados en el vestido, la alimentación y la higiene.
En la Edad Media, y por motivos caritativos, las religiosas son las cuidadoras. En un primer momento supone una obligación moral y una oportunidad para la redención de los pecados e imitación del sufrimiento de Cristo, como así se refleja en el Evangelio según San Lucas: “En cualquier ciudad que entrareis y os recibieren, curad a los enfermos que en ella hubiere”.
Los cuidados a las familias necesitadas eran realizados por mujeres de elevada posición social, denominadas diaconisas. También estaban las viudas, mujeres que asistían a los pobres y que se las denomina así por respeto a su edad, y las vírgenes, precursoras de las monjas y más relacionadas con tareas eclesiásticas. Hay que destacar también a Marcela, Fabiola y Paula, consideradas las matronas romanas, mujeres ricas que atendieron a pobres y enfermos y fundaron instituciones para el cuidado, como las conocidas Casas de Marcela.
El tipo de cuidado que se dispensaba en este momento consistía en amparar y dar consuelo, vestido, comida y asilo, mientras que la asistencia técnica quedaba relegada.
Avanzando ya en la historia, y durante la Alta Edad Media (siglo V d. C.), el pueblo mantuvo la creencia de que las enfermedades eran enviadas por Dios a causa del pecado. Es entonces cuando cobran relevancia como cuidadoras las mujeres feudales, encargadas de los cuidados de los enfermos de la hacienda; y también los monjes, convirtiéndose en una función de la comunidad monástica. Entre los hospitales más importantes de este período destacan el Hotel-Dieu de Lyon (París), el hospital del Santo Spirito (Roma), el hospital de Santa Catalina y San Bartolomé (Londres), y los de Bagdad y El Cairo. La labor de estas instituciones eclesiásticas se centró en la caridad y misericordia con el pobre y el enfermo, y estaban destinados a las clases sociales más desprotegidas.
Posteriormente, en la Baja Edad Media (siglo XV d. C.) se produjeron una serie de circunstancias que dieron lugar al crecimiento de las ciudades y a los grandes movimientos de población. Parte de esta se asentó en los burgos, surgidos alrededor de un castillo o de un monasterio. Se dedicaban al comercio y a la artesanía, y se constituyó en ellos una clase social nueva: la burguesía.
Hay que destacar uno de los acontecimientos históricos de la época: las cruzadas. Ocho expediciones de carácter militar, que, unidas al fervor religioso existente y al temor de que los turcos llegaran a conquistar Europa, tuvieron como principal motivación liberar los lugares santos de la dominación de los llamados infieles. Aparecieron organizaciones como las órdenes militares, cuya consigna era conquistar Tierra Santa para difundir el cristianismo y cuidar a enfermos y heridos. También órdenes religiosas como la franciscana, fundada por san Francisco de Asís, y las seglares, grupos de trabajadores que no adoptaron votos como en la vida monástica. Entre estos últimos cabe destacar a los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, las Beguinas y las Hermanas del Hotel-Dieu de París.
El pueblo confiaba sus rezos y plegarias a los santos para la curación de los enfermos. También se realizaban exorcismos para el tratamiento de los enfermos mentales y se confiaba en los poderes curativos de las reliquias.
Es a partir del siglo XV d. C. cuando el protestantismo, liderado por Martín Lutero, promulga que la única forma de salvación es la fe. Como consecuencia de esto, se dejaron de prestar los cuidados por caridad, y perdieron interés todas las actividades que llevaran consigo un sacrificio personal. Se cerraron conventos y se disolvieron congregaciones. En esta época, la prestación de cuidados alcanzó un nivel muy bajo al ser mujeres de estratos sociales bajos, sin ningún conocimiento, las que se ocuparon de prestar estos cuidados con el fin de asegurarse una ocupación, cobijo y comida en el hospital.
Ante el auge del protestantismo y el debilitamiento de la Iglesia católica, tras el Concilio de Trento, convocado en el año 1545 por el Papa Paulo III, se dictan las posteriores reformas de la Iglesia católica, centradas en su doctrina y reestructuración, así como en el problema de la asistencia a los enfermos. Las orientaciones de este concilio dan lugar a la aparición de nuevas órdenes religiosas implicadas, como los Hermanos de San Juan de Dios, los Hermanos Terciarios, franciscanos y las Hijas de la Caridad. El fin de esta época oscura para la enfermería da lugar a una nueva concepción de los cuidados.
Cabe destacar el libro El arte de la enfermería, de 1833, escrito por la orden de San Juan de Dios, cuyo fin era instruir a los enfermeros de la época. En este libro se explica de qué forma hay que alimentar a los enfermos, cómo administrar los fármacos prescritos, realizar el aseo y consolar al enfermo.
Coincidiendo con la fase moderna (siglo XVIII), y bajo la influencia de la Ilustración y la razón, la medicina experimenta un gran avance, surgiendo nuevas técnicas y nuevos inventos como el barómetro, el termómetro, el microscopio y la medición de la presión arterial. De forma progresiva, los hospitales se fueron secularizando y pasaron de ser centros caritativos a ser instituciones centradas en la lucha contra la enfermedad. Se produce la medicalización del sistema, siendo el médico el protagonista de la asistencia y gestión hospitalaria. El rol de la enfermera, en este momento, es el de auxiliar al médico. Los conocimientos de la enfermera se basan en el aprendizaje de las técnicas delegadas por el médico.
El poder civil se hace cargo de las enfermedades agudas y comienza a financiar su tratamiento, mientras que la Iglesia, a través de la fundación de hospitales eclesiásticos privados, se encarga de prestar atención a los grupos marginados, enfermos crónicos y ancianos, cuyas necesidades no estaban cubiertas por el poder civil. Destacan las órdenes de Casa de Providencia de Cotolengo, las Hermanitas de los Pobres y las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
A partir de este momento, podemos considerar el inicio de la enfermería moderna. Todo ello gracias a la revolución que supuso el trabajo de Florence Nightingale y el de otras figuras, como el matrimonio Fliedner, Elisabeth Fry y las organizaciones Cruz Roja Internacional y el Consejo Internacional de Enfermeras. Todos ellos abogaban por un sistema de enfermería basado en enfermeras preparadas, con conocimientos científicos y remunerados. Fue el inicio de la Reforma Estable de la Enfermería.
Florence Nightingale es la madre de la enfermería, precursora de los modelos y teorías de enfermería actuales, e impulsora de la profesionalización enfermera. Inició la búsqueda de un cuerpo profesional con conocimientos propios, organizó las enseñanzas idóneas de la profesión y rompió los prejuicios sociales respecto a la mujer.
Todas estas contribuciones (la formación de un cuerpo profesional de conocimientos propios, la aplicación del método científico, la postulación de modelos y/o teorías que orientan nuestra práctica, y un quehacer diario, fundamental para la profesión y el empoderamiento del cuidado profesional) nos ha llevado hasta lo que somos actualmente, una profesión autónoma y responsable.
Por esta razón, no podemos olvidar de dónde venimos, con miras al futuro, y hacia dónde nos queremos dirigir. Me refiero a que todos los que estamos implicados en la formación y socialización de los futuros profesionales de enfermería, desde las aulas hasta las instituciones donde los estudiantes realizan prácticas, debemos asumir nuestra responsabilidad. La responsabilidad de poder legar capacidades, como el propósito y la idea de lo que significa ser enfermera, la esencia, el cuidado profesional, diferente del cuidado personal, este último de carácter innato o aprendido; además de proporcionar unos conocimientos teóricos, habilidades prácticas y actitudes.
Mientras que los cuidados personales son esenciales para la vida, así como la evolución y la salud de las personas (que consiste en actos y actitudes no reflexivas ni aprendidas, sino que se nace con ellos; actos como alimentarse, asearse, vestirse, etc.), los cuidados profesionales aplicados en todas las etapas del ciclo vital (niños, adultos y ancianos) requieren una serie de conocimientos, habilidades y técnicas que solo una enfermera puede aplicar, con el objetivo de mantener o recuperar la salud y prevenir la enfermedad. Por ejemplo, el cuidado de una úlcera por presión requiere de unos conocimientos y habilidades que, si no los tienes, no puedes aplicar.
En el proceso de socialización de las enfermeras, es decir, desde que una persona decide estudiar enfermería hasta que se convierte en un miembro integrado de una organización sanitaria, los motivos por los cuales esta decide estudiar la profesión pueden ser muchos. Por ejemplo, tener familiares que se dedican al ámbito de la salud, por deseo vocacional, porque quieren desempeñar un servicio hacía los demás, por experiencias vividas en el pasado que han hecho que una persona, por encontrarse en un estado vulnerable de salud, entre en contacto con un profesional sanitario y haya podido idealizar la profesión; o por experiencias vividas con familiares que han sido ingresados o han vivido un proceso de salud y han conocido el trabajo de la enfermera de cerca.
La cuestión radica en que, cuando no existen esos valores inherentes al profesional enfermero, y que, desde mi perspectiva, habitan en el ser humano con vocación de ser enfermero –valores como la paciencia, la sensibilidad, el cariño, la empatía, la escucha activa, la disponibilidad, la capacidad de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, etc.–, es muy fácil caer en contradicciones y no ser capaz de llegar a descubrir la verdadera esencia de una enfermera: el cuidado profesional.
En las aulas, como docente experimentado, he tenido la ocasión de encontrarme con estudiantes que me han planteado la posibilidad de no realizar prácticas en residencias de ancianos y sí en un hospital. ¿Qué tienen los hospitales que no tengan las residencias? ¿Qué supone para un estudiante realizar prácticas en una residencia? ¿Y en un hospital? Las posibilidades de aprendizaje en una residencia son infinitas (pacientes de edad avanzada; en muchos casos, pluripatológicos, polimedicados, encamados, en fases avanzadas, etc.) y el cuidado enfermero es fundamental. ¿Cuál es el motivo por el que los estudiantes prefieren un hospital a una residencia de ancianos?
Tras conversar con los estudiantes, obtienes respuestas muy dispares; desde que en un hospital se realizan más técnicas de enfermería que en una residencia de ancianos; o que la carga de trabajo en una residencia es mayor, pues se cuenta con menos personal; o que en un hospital hay más acción, hasta que el ambiente en las residencias es más triste.
Me gustaría que esta exposición fuese fundamental para que todos los que somos parte de la formación de los estudiantes de enfermería nos impliquemos totalmente a la hora de prestarles ayuda en el proceso que permite descubrir la esencia de lo que significa ser enfermera. Sobre todo, durante las prácticas clínicas, momento crítico para que aflore esta idea.
También hay que indicar que la enfermería no es lo que nos transmite en muchos casos los medios de comunicación, lo que se llama identidad mediática. No podemos permitirnos, después de todo lo que hemos avanzado como profesión en pocos años, retroceder en el tiempo. Debemos hacer ver a nuestros estudiantes que la enfermería no solo son técnicas complejas, sino que va mucho más allá. La enfermería es observar, es comunicar; en definitiva, empatizar, ponerse en el lugar del otro y escucharle activa y empáticamente, que es diferente a oír, que sería la simple percepción de un sonido, sin llegar a comprender actitudes y gestos de la persona.
Una de las destrezas más importantes que debe tener una enfermera es la observación. Las enfermeras somos los profesionales que estamos a pie de cama las veinticuatro horas del día con el paciente, y debemos ser capaces de anticiparnos y entender lo que le está ocurriendo a nuestro paciente en todo momento mediante la observación. Entender cualquier signo y/o síntoma que sea sugestivo de que está empeorando o mejorando, y para ello se necesitan también conocimientos, actitudes y valores personales como la responsabilidad, la paciencia, la sensibilidad, etc. Unos buenos conocimientos por sí solos no serían suficientes para estar al nivel de lo que la profesión espera de un profesional de enfermería.
La enfermería no es canalizar un catéter, y cuantos más canalice mejor; no es poner una sonda, no es realizar una extracción de sangre, no es desfibrilar. Es mucho más. Es dar respuesta a las alteraciones de las necesidades humanas de una persona. Si una persona ingresa en planta para ser intervenida quirúrgicamente y manifiesta temor por la intervención, ahí está la enfermera para ayudarle a autocontrolar el miedo. Y para ello contamos con la ciencia enfermera, basada en los modelos conceptuales de la profesión y en el proceso de atención de enfermería como herramienta metodológica por medio de la cual se aplica la teoría a la práctica.
La enfermera identifica problemas y diagnostica de forma autónoma, y para ello contamos con la taxonomía enfermera NANDA-NOC-NIC, que recoge los diagnósticos enfermeros, objetivos e intervenciones de enfermería, para que todas las enfermeras del mundo utilicemos el mismo lenguaje a la hora de cuidar, y proporcionemos unos cuidados de calidad basados en la evidencia científica.
No podemos retroceder en el tiempo y convertirnos en lo que éramos no hace tanto tiempo, cuando en la asistencia sanitaria predominaba el modelo médico y la auxiliar se limitaba a aprender técnicas delegadas por el médico.
Tampoco podemos dejar de lado a nuestros mayores, porque sin ellos nosotros no seríamos. Se merecen todo respeto, y un día nosotros, probablemente, recorreremos su mismo camino. Debemos romper con el mito de las residencias.
“Los cuidados de enfermería consisten en ayudar al individuo, enfermo o sano, en la ejecución de aquellas actividades que contribuyen a su salud o restablecimiento. Actividades que él realizaría por sí mismo si tuviera la fuerza, los conocimientos o la voluntad necesarios. La función de la enfermera es asistir en esas actividades para que recobre su independencia lo más rápidamente posible” (Henderson V.).
Enric Valdés es profesor de Enfermería en el Grado en Enfermería
Bibliografía:
Martinez Martin, M.L.; Chamorro Rebollo, E. Historia de la enfermería. 2011. Elsevier.