
Vivimos la era del apresuramiento, donde el objetivo es embutir el mayor número de cosas por hora. Estamos sometidos al apremio de “mayor rapidez”, y este amor por la velocidad (comida rápida, dietas rápidas, ejercicio rápido, cuentos de un minuto) junto al avance, y a veces, mal uso de las tecnologías, ha llegado demasiado lejos. Largas horas de trabajo, somos más infelices y estamos más enfermos (estrés, insomnio, hipertensión, asma, alergias, problemas gastrointestinales, etc.). La vida apresurada no permite estar en contacto con el mundo ni con las demás personas, fundamentalmente porque no nos permite momentos para estar en contacto con nosotros mismos.
Probablemente, en esto haya tenido que ver que, hasta hace solo unas décadas, prácticamente la mayoría de la población llevaba una vida de subsistencia, con horarios laborales prolongados, una pobre alimentación y una menor higiene, pasando en la actualidad a estar inmersos en una sociedad en constante búsqueda del bienestar y de mayor calidad de vida.
Este clima de desarrollo ha dado lugar a un mayor cuidado de la salud, del cuerpo, del bienestar psicológico y de la estética corporal, despertando el interés de importantes sectores de la población, y que se manifiesta a través de una mayor realización de ejercicio físico.
La gran mayoría de personas vinculadas al área de la salud consideran que el ejercicio no solo produce beneficios físicos, sino que puede reducir la ansiedad, la depresión y, en general, mejorar el funcionamiento emocional de las personas. Sin embargo, la mala utilización del ejercicio, la obsesión por ganar músculo, mejorar la salud de forma desproporcionada, desear una imagen corporal perfecta o distorsionar la realidad frente al espejo, se ha convertido en un tema de interés que preocupa a todos los especialistas.
Esto ocurre porque tener una apariencia física intachable se ha convertido en uno de los objetivos principales de las sociedades desarrolladas en las últimas décadas. Es una meta impuesta por nuevos modelos de vida, en los que el aspecto parece ser el único sinónimo válido de éxito, felicidad e incluso salud.
En este contexto, la actividad física se convierte en un importante medio para conseguir ese cuerpo perfecto, pudiendo esta no ser nada saludable debido a la actitud compulsiva con la que se realiza junto con sus dietas deficientes o excesivas, llevando al organismo al límite de sus posibilidades. Algunos autores señalan que se trata de secuelas de una sociedad presidida por una “cultura del espejo” y narcisista, que se esconde entre la cara oculta de la autoestima (Pérez Sales, 2001).
Sin embargo, es importante señalar que desear una imagen corporal ideal no implica que la persona padezca algún trastorno psicológico, aunque las probabilidades de que aparezca son mayores. Cuidar la imagen, el cuerpo, mantenerse en forma y tener hábitos saludables no solo no es perjudicial, sino todo lo contrario, es muy saludable.
La adicción va más allá, y hace años se acuñó el nombre de vigorexia para referirse a una alteración mental que afecta más a los varones de entre 18 a 35 años, aunque en los últimos años se está produciendo un aumento de casos entre las mujeres. Existen dos tipos. El primero, afecta a personas que tienen una alteración importante de la imagen corporal, que cada vez quieren estar más fuertes. El segundo y más común, se da en personas que se encuentran bien haciendo ejercicio y deporte, que se someten a entrenamiento obsesivo diario y que no conciben la vida sin estar continuamente practicándolo. Entre los principales detonantes, se ha señalado la falta de autoestima o carencias de tipo afectivo. Los investigadores señalan que las personas con estos problemas generalmente son inmaduras, introvertidas y, sobre todo, inconformes con su apariencia.
En ocasiones, a pesar de que entre los motivos que alegan para justificar su ejercicio está la de una mejor salud, muchas de las prácticas utilizadas (el consumo de esteroides y anabolizantes, la práctica de ejercicio físico de forma compulsiva, dietas desequilibrantes) son hábitos poco saludables.
Las personas adictas al ejercicio no son conscientes de su problema ni suelen pedir ayuda, por lo que resulta crucial trabajar en la prevención. El desarrollo físico, cognitivo, emocional y social deben ir de la mano. Aprender a cuidarse desde la infancia y obtener buenos hábitos referidos a aspectos tanto físicos como psicológicos va a contribuir a reforzar la autoestima y a generar motivaciones más saludables.