
En un contexto geopolítico tenso entre Rusia y la Unión Europea (UE), el asunto del vuelo de Ryanair desviado sobre Bielorrusia el 23 de mayo de 2021, seguido de la detención de Roman Protassevitch, opositor al régimen del presidente Lukashenko, hace referencia a los grandes principios del derecho aéreo como la soberanía y la libertad aéreas.
El desvío del vuelo FR4978 de Ryanair de Atenas a Vilnius —ciudades de dos Estados miembros de la UE— fue condenado por la comunidad internacional. Independientemente del contexto específico de las relaciones internacionales entre Bielorrusia y el resto del mundo, este incidente —calificado de secuestro, acto de piratería o incluso de terrorismo aéreo— está jurídicamente vinculado a un equilibrio entre el principio de soberanía estatal sobre el espacio aéreo y las libertades del aire derivadas del Convenio de Chicago sobre la Aviación Civil Internacional del 7 de diciembre de 1944.
La UE también tiene sus propias reglas aplicables en este caso en la medida en que el vuelo de Ryanair se realizaba entre dos Estados de la UE. Justificada por los imperativos de la seguridad, es decir, la prevención y la represión de los actos ilícitos contra la aviación civil, la interceptación de las aeronaves civiles debe conciliarse con el principio de su protección, tal como resulta de la Resolución 927 del 14 de diciembre de 1955 de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El mejor ejemplo de este principio es el caso de la destrucción de un Boeing 747 de la Korean Airlines por las fuerzas aéreas soviéticas en la noche del 30 de agosto al 1 de septiembre de 1983, alegando que el avión había entrado en el espacio aéreo de la antigua URSS sin autorización. Esta tragedia causó la muerte de 269 personas.
El incidente bielorruso, que implica principalmente el comportamiento de un Estado, debe remitirse a la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) para que “investigue, a petición de un Estado contratante, cualquier situación que parezca implicar obstáculos evitables al desarrollo de la navegación aérea internacional y, tras la investigación, publique los informes que considere oportunos”. Debido a la multiplicidad de Estados implicados en el asunto (Polonia, como país de registro de la aeronave; Lituania, como destino del vuelo; Grecia, como Estado de origen del vuelo; Irlanda, como nacionalidad del operador; y Bielorrusia, que ha realizado su propio informe, ya transmitido a la OACI), la intervención de esta organización es la más adecuada.
En cuanto a las dimensiones (geo)políticas del asunto bielorruso, hay muchas cuestiones y preguntas, y no todas tendrán respuestas convincentes, al menos en el futuro inmediato. Por ejemplo, se plantea la cuestión del apoyo ruso al secuestro del vuelo de Ryanair. Este tipo de operación no se puede improvisar. ¿Las autoridades bielorrusas lo hicieron solas? En los círculos de inteligencia occidentales, el beneplácito político de Putin era necesario para Lukashenko, el dictador bielorruso quien, desde hace más de un año, se mantiene en el poder con el único apoyo de Moscú. Moscú es su único aliado —¿pero durante cuánto tiempo?— y apunta a los activos geoestratégicos y energéticos de su vecino bielorruso.
Este incidente es muy simbólico. El régimen de Minsk ha abandonado la tentación de ser un Estado tapón entre Rusia y Europa. Ahora, está claramente vinculado a la órbita rusa y colocado deliberadamente en ella, abandonando así cualquier deseo de independencia.
Además, hasta ahora, el régimen de Minsk ha reprimido intensamente a sus ciudadanos, pero en su territorio. La UE había reaccionado con pocas sanciones contra los dirigentes bielorrusos, más bien simbólicas en la escala de la temporalidad de las sanciones si se comparan con las que fueron adoptadas contra los regímenes de Siria, Irán, Rusia, etc. El desvío del vuelo de Ryanair parece ser el incidente de más, o quizás una táctica de provocación.
En el ámbito geopolítico, hay precedentes con Rusia, que siempre ha buscado, antes de un consejo europeo decisivo, atraer la atención de los europeos, ponerlos a prueba, si es necesario, e incluso provocarlos. A lo largo de la aplicación de las sanciones europeas en relación con su intervención en Ucrania, en lugar de atemperar o matizar, Moscú eligió a menudo el momento clave entre 72 y 24 horas antes de una cumbre europea para realizar una acción provocadora que obligara a los europeos a endurecer su discurso, o al menos a convencer a los indecisos de que se unieran a las posiciones más duras en materia de sanciones.
Sobre la reacción europea, muchos han hablado de un test ruso sobre los europeos. De hecho, el test ya se ha realizó en varias ocasiones. Cuando los europeos han sido puestos a prueba recientemente, han reaccionado bastante unidos, como en el asunto ucraniano (con el tiroteo y la caída del avión MH17), los actos terroristas en 2015 y 2016 o la negociación nuclear iraní.
En cuanto a Rusia, el Kremlin está ayudando mucho a los europeos a unirse, incluida Hungría, que no puede resistir la presión de muchos países de la UE: Polonia, Lituania, Suecia, Alemania, Irlanda, Grecia, etc. Las sanciones contra Rusia son el ejemplo perfecto. Moscú esperaba en vano una ruptura en el bloque europeo en los años 2014-2015 y la renovación de las sanciones ya no tiene importancia política.
Al final, se puede apreciar la rapidez de la reacción europea. Pocas veces hemos visto una muestra de solidaridad casi tan unánime. Este es un punto en el que hay que insistir en tiempos en los que la reacción es a veces más evasiva. En pocas horas, los europeos acordaron que era necesario pasar a las consecuencias, es decir, a las sanciones contra Bielorrusia. Cuando los europeos se sienten amenazados, reaccionan con toda la gama de herramientas a su disposición: mensajes diplomáticos, convocatoria de embajadores, sanciones individuales, medidas económicas, etc. Rusia y su aliado bielorruso han intentado alterar las líneas geopolíticas de la UE y sus Estados miembros, pero también pone a prueba la reacción de la Casa Blanca de Joe Biden. Un ensayo de laboratorio peligroso.
Frédéric Mertens es profesor de Relaciones Internacionales y Coordinador del Grado de Relaciones Internacionales