
Escribe James Costos, exembajador de Estados Unidos en España, en su libro El amigo americano, que entre el Barack Obama público y el Barack Obama privado no hay ninguna diferencia. Que su paso por la política como servidor del pueblo norteamericano no le impulsó a comportarse de una manera diferente a como lo hacía en la cocina de su casa. 18 meses después de dejar la Casa Blanca tuve la oportunidad de conocerle en persona y que me hablara durante 60 minutos, a mí y a otros 299 líderes de opinión españoles elegidos por la exministra Cristina Garmendia y la Fundación COTEC como representantes de nuestra sociedad. Su classis magister, impartida de forma dialógica, se sumó a las ponencias impartidas por otros referentes mundiales en el ámbito de la economía, la tecnología, la educación, la ecología y los negocios, con el noble objetivo de aumentar nuestros conocimientos sobre economía circular e impactar de manera positiva en nuestras comunidades de origen y áreas de influencia, a través de esta forma de entender el desarrollo sostenible.
Antes de acudir a la cita hice mis deberes. Preparé mi visión y mi aportación a la economía circular desde la innovación en la educación, la salud y cómo la tecnología puede jugar un papel diferenciador. También preparé el encuentro con los ponentes y con Obama repasando discursos, noticias y comprándome La audacia de la esperanza, escrito por el expresidente norteamericano, uno de los pocos libros que están disponibles en castellano y que habla del Obama previo a dar el gran salto. No hace falta llevar mucho leído para darse cuenta de que lo que dice Costos es verdad, que los mimbres presidenciales se forjaron pateando la calle y siendo senador, que los mensajes se mantuvieron en el tiempo, aunque luego cambien las palabras o la magnitud de su escala.
No puedo decir que quien nos habló el 6 de julio fuera una persona diferente, pero sí puedo asegurar que, a pesar de que su discurso estaba impregnado de referencias a su paso por la presidencia, muchas de sus frases denotaban la perspectiva de observar desde la distancia su legado y lo que su sucesor está haciendo con ello. Escuché algunos mensajes que ya había oído, algunos literales y otros revestidos de cierta añoranza, aparentemente no por los tiempos vividos: más bien por la imposibilidad de poder gobernarlos. Pero también escuché mensajes nuevos, dirigidos a una audiencia probablemente más joven que la que ese día tomaba fotos, vídeos y notas. Mensajes como los que debe decir a sus hijas a la hora de cenar y parecidos a los que se recogen en el documental de HBO The Final Year, en el que muestra la carrera contrarreloj de su equipo de política exterior por dejar un mundo más seguro, pacífico y sostenible antes del final de su mandato.
El acuerdo de París fue uno de los grandes hitos a los que contribuyó Obama en política exterior referentes al ámbito de la economía circular, junto con su apoyo explícito a las renovables. En cuanto a política interior, quizá como más ayudó a esta forma de entender la economía fue con las inversiones en educación e innovación. Ambos proyectos, por cierto, minados por el actual inquilino de la Casa Blanca a base de “fake news” como las de que las energías renovables costarán siempre más que las energías basadas en el petróleo y el carbón, una de las excusas utilizadas para abandonar el acuerdo de París; o como las de que la inversión para los jóvenes en innovación no traerá ningún reporte económico en un futuro. Obama recordó que hay que seguir educándoles para que sean capaces de trabajar en equipo y sean capaces de resolver problemas de manera creativa e imaginativa.
Me considero un humanista confeso y demasiado optimista ya que mi esperanza ciega en la bondad humana hace que me sienta desolado y me replantee por completo mi labor docente cuando observo la inequidad, la envidia o el egoísmo en cualquier sustrato educativo. Escuchar a Obama supuso para mí reaprender que la tendencia del grupo es lo importante, independientemente de si hablamos de un aula o de una nación; que todos podemos sumar, aunque sea un poquito; que tengo que enfrentarme a los problemas uno tras otro; que el progreso nunca está garantizado; que tengo que ayudar a los que me rodean y a los que dependen de mí; que la condición humana nunca será perfecta, pero que sí puede ser mejor.
No sé por cuántos años se alargará mi vida laboral ni si seguiré haciendo lo que ahora hago dentro de 5 o 10 años. Me considero un aprendiz de fondo, un buscador innato que intenta reinventarse constantemente a través de la emoción de experimentar y aprender. Sus mensajes de empoderamiento de los jóvenes a través de la educación y la innovación también me llegaron. Pero durante su discurso, empecé a pensar que a quien realmente interesará lo que esgrimía será a mis hijos, a su futuro.
Dice Ben Rhodes en el documental de HBO que hay una parte intangible del legado de Barack Obama que quizá sea más importante que todo lo que consiguieron en sus ocho años de mandato. El exasesor de seguridad nacional, y amigo personal, apunta a la capacidad de Obama para entusiasmar a la gente a la que habla, para convertirse en un modelo a seguir. Y lo hace fundamentalmente pensando en los jóvenes, preguntándose qué es lo que llegarán a hacer simplemente por haberse sentido inspirados por él, los logros que conseguirán, las libertades por las que pelearán. Quizá simplemente mi trabajo sea crear las condiciones necesarias para que eso pueda ocurrir, para que mis hijos, mis alumnos y otras personas puedan llegar a pensar diferente, para que utilicen su imaginación, para que tengan paciencia y sean persistentes. Quizá ese sea mi legado para ellos, que lleguen a sentir la misma inspiración que yo siento y sentí.