
«Buzz, ¿qué haremos ahora?».
Mientras Jessie dice estas palabras, mira angustiada a los ojos de Buzz Lightyear… Hay una pausa mientras mira hacia abajo, a los pedazos de chatarra sobre los que están sentados, al mismo tiempo que navegan lentamente hacia la inminente perdición que es el horno que está debajo de ellos. Toma su mano con suavidad, no dice nada y muestra una cara resiliente que incita a Jessie a reflexionar, y comienza a ver que los otros juguetes a su alrededor intentan frenéticamente evitar el final inminente al que se enfrentan mientras continúan hundiéndose en el abismo de fuego. Recuerden que esto se supone que es una película para niños. Jessie se acerca a Perdigón, el caballo, y le coge la pata. Luego hay reacciones repentinas y similares entre el elenco de Toy Story: Slinky, el perro, da la pata a Hamm antes de que Rex, el dinosaurio, le acerque la garra. El Señor y la Señora. Potato se dan cuenta también y dan la mano a Rex. Woody, todavía trepando por los pedazos de metal en el inútil intento de salvar su vida, gira la cabeza y los mira. Al principio, no se da cuenta de que todos los demás se han rendido y en un momento de confusión, duda en responder… hasta que Buzz le ofrece la mano. Es el «momento de la verdad» porque Woody entiende que la resistencia es inútil y agarra la mano de Buzz: el momento simbólico es cuando hay una aceptación colectiva de la gravedad de la situación.
Obviamente en la película infantil los héroes son salvados de la inminente perdición por los extraterrestres que vienen de la nada y hay un final feliz. Sin duda, ahora todos esperamos también ese final feliz, quizás pensando erróneamente que estamos en una película. Después de todo, lo que está sucediendo suena y se siente como si fuera una película. La cinta de 1995 Outbreak (Epidemia, en España) trataba sobre la devastación de un virus infeccioso, al igual que la más reciente Contagio (2011), pero ¿cómo de real es la película? En un mundo de noticias falsas, ¿cómo es de falsa la realidad? ¿Cuán real es la amenaza? En un mundo en el que ahora hibernamos en nuestras casas por orden del Estado, ¿cómo podemos saber con seguridad lo que realmente está pasando?
Ahora más que nunca dependemos de los medios de comunicación para hacernos una idea de lo que está ocurriendo. Es más, todo lo que podemos hacer es asumirlo. Anhelamos los viejos tiempos en los que podíamos salir a comer pizza, ir al cine, reservar un vuelo barato y llevar a los niños al parque. Los días en que los niños iban al colegio, nosotros íbamos a trabajar, ellos volvían a casa, y nosotros estábamos cansados. Nos enviaban alguna tontería por WhatsApp, nos reíamos; buscábamos otros mensajes; leíamos una noticia rara que era viral antes de guardar el teléfono en el bolsillo trasero. Fuimos a trabajar, pagamos las facturas, el Gobierno hizo más recortes, nos quejamos levemente porque teníamos todo lo que la gente quería, como televisores de pantalla plana, pero aun así fuimos a trabajar, recogimos a los niños, llegaron a casa y estábamos cansados. Reservamos las vacaciones por adelantado, buscamos los destinos soleados, codiciamos una mentira, fuimos a trabajar, recogimos a los niños, ellos volvieron a casa y nosotros estábamos cansados. Como nos aburríamos, revisamos nuestras cuentas de Instagram; eufóricos, tomamos fotos para subirlas allí; llegó el fin de semana, fuimos al centro comercial, compramos la ropa bonita hecha para nada en los países en desarrollo por trabajadores explotados; revisamos los likes en Instagram, comimos o cenamos fuera. El domingo, recordamos que tal vez habíamos bebido demasiado, nos mentimos temporalmente, pero los niños se levantaron, nos levantamos y estábamos cansados.
La rutina de una vida alejada de la esencia de la vida misma. Estábamos atrapados en una burbuja de consumo, trabajando solo para gastar y proveer a nuestros hijos de todas las cosas que pudieran querer. Aspirábamos a tener lo que había en las tiendas y buscábamos momentos en los que pudiéramos darnos el gusto, en los que pudiéramos robar un momento para nosotros mismos o conseguir algo con lo que habíamos soñado. Así es como disfrutamos de nuestras vidas; así es como pasábamos el tiempo hasta hace unas semanas. De repente, sin embargo, hemos visto el mundo acelerado y casi invencible que amaba tanto la expansión económica y los beneficios paralizarse casi inmediatamente. Sin haber aprendido nada de 2008, los mercados se desplomaron. Toda la cobertura de las noticias sobre la cobertura de noticias relacionadas con el Brexit comenzó a disiparse. Había una nueva amenaza que supuestamente llegaba a Europa. Nos golpearía, nos dijeron, pero estábamos demasiado ocupados disfrutando de nuestras libertades liberales como para preocuparnos por ello.
Parecía bastante distante e insignificante cuando estaba en China; e incluso cuando se extendió a Corea del Sur y Japón nadie se tomaba en serio esta amenaza, de la que sabemos poco. Esos países lucharon duro para controlarla y contenerla, mientras que nuestra cobertura mediática fue poco seria y permanecimos en nuestros pequeños mundos personales de aplicaciones para iPhone. Cualquier mención al respecto fue rápidamente pasada por alto, mientras los medios de comunicación cubrían otras cosas que estaban sucediendo, e incluso especulaban sobre esas mismas cosas y otras nuevas que podrían ocurrir, aunque las otras cosas originales no tuvieran lugar o no pudieran acontecer, pero que podrían hacerlo en algún momento, incluso si era casi imposible. Esto se debe a que la forma en que la información nos llega es incesante y a que no está interesada en la profundidad o la precisión, ya que hay un negocio relacionado con la captación de audiencias. Tiene sentido comercial que una empresa de medios de comunicación informe sobre algo nuevo o controvertido, o incluso falso, solo para llamar nuestra atención.
Hoy en día ser noticia trending topic significa que historias tontas como que los hombres «con testículos pequeños son mejores padres» pueden llegar a ser ampliamente difundidas. «El presidente americano tuvo sesiones porno secretas con mujeres de más de 50 años que pertenecían a un club de golf.» «Una mofeta y su camada encontrados vivos en un coco después de un incendio forestal en Australia». No sabrías cuál es la verdadera, ¿verdad? Luego está la última distracción: las redes sociales. Un espacio virtual donde podemos subir actualizaciones en vivo sobre nuestras vidas y esperar a que la comunidad online envíe su like. Aquí es donde dedicamos ahora la mayor parte de nuestro tiempo: en escapar del aburrimiento de las obligaciones o encontrar el aburrimiento en las obligaciones.
Las redes sociales nos mantienen seguros en nuestro propio universo: nos aíslan del mundo exterior, hacen que las cosas que está pasando se sientan distantes. ¿Un virus en China? Bah, vamos, eso no me afecta a mí ni a la gente de mi Instagram (creo). ¿Qué es ese enlace? Irán, ¿cómo lo han conseguido? Oh, bueno. ¿Alguna actualización sobre un caso de coronavirus en Italia? Bah, no importa, todavía falta mucho y me voy a tomar unas copas. ¿España registra su primer caso? Sí, pero no es grave; o sea, que la gente no muere realmente. ¿Ahora está en el Reino Unido? Sí, pero no se acercará aquí, donde estoy… ¿o sí? Si fuera un problema, los medios de comunicación nos alertarían; los gobiernos dirían algo, ¿no?
Solo que parece que ambas partes se dieron cuenta un poco tarde. Lamentablemente, dependemos de los medios de comunicación y de las pequeñas historias mediáticas: la compleja realidad social se condensa en una historia básica, distorsionada y retorcida. Y, hasta hace unas semanas, en los pequeños momentos que tuvimos en nuestro día a día, en los sitios web y en las pantallas de los teléfonos móviles; así fue como intentamos tener una idea de lo que pasaba en el mundo. ¿Cómo sabíamos que era real? Y ahora que estamos todos en casa, en los sitios web y en las pantallas de los teléfonos móviles, casi sin contacto con el mundo físico real, ¿cómo sabemos lo que está pasando?
En una cultura occidental dominada por la publicidad y los medios de comunicación de masas, nos vemos incesantemente obligados a descartar identidades colectivas y perseguir exclusivamente la individualidad a través de los símbolos que nos presenta el mundo del consumo. Esto deja inevitablemente nuestra individualidad angustiada, incompleta y, en última instancia, un mito que refleja nuestra creciente distancia de la realidad y nuestra inmersión en una hiperrealidad mercantilizada que ha perturbado y desplazado todas las formas colectivas y los intereses comunes. Hemos salido de la historia. Estos cambios integrales de la experiencia social cotidiana desempeñan un papel importante en la transformación gradual de la subjetividad humana en otra que prefiere el mundo sustitutivo e hiperrealista de los bienes de consumo a la confrontación con lo que realmente sucede en la sociedad. Lo que estoy diciendo es que el papel del consumismo en nuestras vidas nos impide superar nuestros temores primarios sobre los graves problemas del mundo y nuestra propia mortalidad. Por lo tanto, esto intensifica, en lugar de trascender, la necesidad emocional de un orden coherente de símbolos, que puede ser satisfecho temporalmente por Instagram y Netflix… pero cuando esa máscara se desliza, los traumas de la realidad se multiplican y muerden fuerte.
Ahora la gente solo habla del coronavirus, las redes sociales hablan del coronavirus, las estadísticas del coronavirus son seguidas muy de cerca. Con razón, en la historia de todo el mundo nunca una amenaza social ha recibido tanta cobertura. Es más que incesante, mucho más que implacable. El miedo que inventamos se convierte en el miedo con el que vivimos. Un miedo que nos genera angustia. En nuestra vulnerabilidad, y en los flujos de información sobresaturados que alimentan nuestra ansiedad, reaccionamos a esta nueva y extraña enfermedad que podría no hacernos casi nada o matarnos en un par de días. Los consejos de salud, las continuas reuniones comunales y actividades sociales así como las compras de pánico, las compras masivas de papel higiénico, las colas en los supermercados ponen de manifiesto una sociedad frágil llena de individuos egoístas cuyo único interés es su propia supervivencia personal.
Y esta es la fractura que puede ser nuestra total perdición. Ahora es un buen momento para mirarse en el espejo, darse cuenta de lo que importa. ¿Podría ser esta la sacudida que el orden social necesita para encontrar un camino moral más colectivo de cara al futuro o es un fallo temporal en este sistema de entretenimiento plástico? Como dije, esto es como lo que ocurre en la escena de Toy Story 3 que comenté al principio: todos estamos atados en el horno junto con las otras piezas de metal desechables. Por el momento, al igual que los juguetes, luchamos contra lo inevitable, no podemos enfrentarlo. No es de extrañar, porque es ajeno a nosotros. Es un choque para nuestra alma y nuestro yo interior. Nos levantamos, tropezamos y nos hundimos, hasta que nos damos cuenta de que es inútil. ¿Encontraremos este momento de la verdad? ¿O es tan importante comprar todo el papel higiénico que se puede encontrar en el supermercado? ¿Aceptaremos lo que está pasando y nos prepararemos para ello? ¿O entraremos en pánico e invertiremos en cualquier tipo de mascarillas y guantes de calidad variable, no probados científicamente para evitar el contagio de este virus? ¿Cómo puede cambiar la sociedad frente a este horno? ¿O continuará inclinándose y arrodillándose ante el alarmismo de los medios de comunicación? ¿Podemos unirnos, puede cambiar el sistema social? ¿O seguiremos paranoicos cada vez que salgamos, pensando que todo lo que tocamos podría haber sido infectado por un extraño que tiene el virus? Tengan la seguridad de que no hay extraños ahí arriba que vengan a rescatarnos.
Dr. Daniel Briggs
Profesor de Criminología en el Grado en Psicología y Doble Grado: Criminología y Psicología