
Lo que menos uno espera cuando alcanza algún pico montañoso de nuestra geografía es que en todos ellos se encuentre un hito geográfico, con una placa del Instituto Geográfico y Catastral, que nos recuerda que incluso estas referencias cumbre forman parte de un sistema de referencia conveniado que utilizamos para entender la geometría básica de la superficie del planeta en el que habitamos.

Estos picos montañosos han sido, desde principios del siglo XIX, la referencia superior para la medida de nuestro planeta, tanto en distancias horizontales como en escalas verticales. Una figura, muy estimada en Tenerife, es Alexander von Humboldt, que en 1799 ascendió el Teide (cuya altitud calculó con un error de 15 metros) y que, representando como nadie el espíritu de la Ilustración, coincidía con la expedición científica del médico militar español Francisco Javier de Balmis, quien en entre 1803 y 1806 llevó la vacuna de la viruela desde la península hasta América e incluso Filipinas, territorios que entonces eran provincias españolas. Humboldt para el conocimiento de la geografía, y Balmis para el viaje humanitario, utilizaron, sin embargo, el mismo medio: la superficie del mar.

Mientras que los picos de las cadenas montañosas permanecen estables en su altitud, la medida de los mismos se realiza, sin embargo, respecto a una superficie tremendamente inestable: la superficie del océano. Por tanto, esta superficie no estable y en perpetuo movimiento es la que se utiliza para la medida de las altitudes de la tierra (valores positivos) y de la profundidad de los océanos (valores negativos). Puesto que esta medida de referencia necesita de un convenio o nivel base, en España el Instituto Geográfico y Catastral establecía una red de nivelación de precisión por toda su geografía, entre 1871 y 1925, instalando mareógrafos originalmente en Santander, Cádiz, Alicante y Santa Cruz de Tenerife. Con ellos, se medía la diferencia del nivel del mar (que no es, ni mucho menos, homogénea) y se establecía la referencia del nivel medio del mar en Alicante, nuestra referencia nacional. Hoy poseemos una red de 10 mareógrafos que miden los cambios de ese nivel de la superficie del océano.

Esta superficie de referencia es, sin embargo, de una estabilidad móvil, un nivel alterado por mareas y temporales, y que en su altura base define el piso mesolitoral o intermareal, con periodos de inmersión y emersión. Será este piso el que constituya el borde de contacto entre la tierra y el océano, y depende, pues, de procesos de aporte y evolución de tierra al mar, así como de procesos erosivos del mar sobre las zonas de contacto… y de las obras civiles que ganan terreno al mar para la construcción de parte del espacio público de los territorios de litoral.
Y la superficie del océano, ese plano teóricamente horizontal y móvil, está lejos de establecer una altitud cero homogénea a nivel mundial. Esta superficie oceánica está afectada por la luna —y el sol en menor medida—, que ejerce una atracción sobre las enormes masas elásticas del agua oceánica. También afecta a este plano el giro de las corrientes oceánicas y otros efectos de la topografía dinámica en el océano —que provocan elevaciones de agua en su centro— y el efecto de Coriolis. Todas estas afectaciones sobre la superficie provocan, en conjunto, que exista una diferencia aproximada de entre 100 y 200 centímetros sobre la cota ideal cero o superficie de referencia marítima mundial en diferentes puntos del planeta.

Pues bien, esta cota ideal cero está siendo estudiada en la alerta de su subida. El primer informe especial sobre océano y la criosfera del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU ha establecido que el nivel del mar aumentará entre 43 y 84 centímetros de aquí a 2100 si no se actúa frente al cambio climático. A corto plazo —pues el informe señala esta subida del nivel del mar en 2100, esto es, a muy corto plazo en términos históricos, lo que potencia voces que ponen en entredicho esos estudios—, la afectación llegaría directamente a nuestras ciudades, pues este cambio en la superficie vendría acompañado de otros efectos como inundaciones, pérdida de los glaciares y cambios en la distribución de especies. Y en un planeta que es, sobre todo, urbano —pues ya más de la mitad de la humanidad vive en ciudades, y en 2050 se espera que entre el 70 y el 75% de la humanidad viva en urbes— el crecimiento de la ciudad se sigue realizando contra el mar, ganando espacio urbano en el espacio que antes hubo agua, y con unas cotas de altura y unos materiales de aporte muy sensibles a esta alteración en la cota base.
https://news.un.org/es/story/2021/04/1491382
Pensemos en tantas ciudades cuyos bordes litorales no existían apenas unas décadas atrás. En el caso de territorios ribereños de baja altitud, podrían quedar simplemente inundados, revirtiendo el estado de la ciudad a un tiempo anterior a esta ganancia de superficie. El informe del mismo IPCC en 2018 establecía el riesgo de desaparición por inundación permanente para los estados de Kiribati, Maldivas, Tuvalu y las islas Marshall, con una población desplazada como refugiados climáticos de más de 700.000 personas. Pero aunque estos estados insulares desaparecerían, la afectación sería total para una amplia proporción del territorio costero e incluso territorios fluviales, pues el nivel de ríos depende también del nivel del mar en estuarios y rías.

Sin embargo, lo más relevante de este informe no es solo que considera ya al océano como un daño colateral del exceso de carbonización atmosférico, sino que, debido a que el océano ha absorbido una parte muy importante del exceso de CO2 que hemos vertido a la atmósfera desde la 2ª Revolución Industrial, puede alterar su propio ciclo de absorción. Tendría, así, una tasa diferencial de absorción diferente y se aceleraría el proceso de carbonización atmosférica. Y por esta razón, se alterarían tanto su nivel como su equilibrio biológico, en un círculo de acciones que cambiaría las condiciones de habitabilidad del planeta.
En nuestra mano está dejar de considerar la superficie del océano como la alfombra bajo la cual todo queda oculto, pues su salud, en gran parte, depende de nuestras acciones y nuestras elecciones como ciudadanos y como consumidores.
Juan Diego López-Arquillo es coordinador de la Escuela de Arquitectura y director del Máster Universitario en Arquitectura (Habilitante)