
En lo que llevamos de siglo XXI ha venido creciendo la preocupación de las empresas por las cuestiones sociales y por la dimensión social de los negocios. Al mismo tiempo, existe una mayor sensibilidad en nuestra sociedad por temas como la igualdad, la lucha contra la pobreza, la educación, el cambio climático, el desarrollo económico o la superpoblación, por mencionar algunos de los más significativos.
El alcance y complejidad de cada uno de estos problemas que afectan a la humanidad en su conjunto hacen necesario el empeño y el esfuerzo de todos los agentes posibles. La ciudadanía ha aumentado su grado de movilización; el número de organizaciones no gubernamentales ha crecido considerablemente en las últimas décadas, y cuenta, además con más recursos para alcanzar sus objetivos. No cabe duda de que la labor que han venido desarrollando y que siguen desempeñando es muy importante. Gracias a este denominado “Tercer Sector” se han conseguido significativos avances sociales, económicos y medioambientales, de la mano de asociaciones, fundaciones y organizaciones solidarias.
Aun así, la actuación asistencial resulta insuficiente para atacar la raíz de cada uno de los desafíos del presente y de nuestro hipotecado futuro. La búsqueda de soluciones que transformen el mundo a mejor, de manera integral, precisa de respuestas innovadoras y escalables que generen un impacto social positivo, amplio y duradero. Un impacto difícil de medir, pero no por ello menos necesario para que las sociedades mejoren pudiendo desarrollarse en un planeta más longevo y que ofrezca mejores condiciones de vida para más personas. En definitiva, se precisan propuestas para contribuir a la sostenibilidad de este mundo.
Las empresas han ido adaptando su rol a este nuevo marco donde cada cual se compromete a realizar su contribución. Debido al impacto de sus decisiones, el desempeño de las empresas se encuentra en el punto de mira no solo de analistas e investigadores; también de medios de comunicación y de cualquier ciudadano para quien la transparencia exigida a las empresas proporciona suficiente información como para valorar las decisiones que se toman.
Más allá de este escrutinio constante, insuflado desde las redes sociales y la accesibilidad que facilita internet, la capacidad de las empresas para articular proyectos y modelos de negocio que aporten valor supera ampliamente el potencial del Tercer Sector. Por ello, se las hace corresponsables de la situación que vivimos: si tienen capacidad para revertirla o mitigarla, para hacer que cambie, tienen la responsabilidad de ejercerla en beneficio propio –legítimo, por su condición de empresa– y de los demás. De ahí la aparición de empresas responsables que saben generar un valor compartido para todos los implicados.
Al orientar la misión del negocio al propósito de generar valor para todos los stakeholders, se está dibujando un paradigma empresarial totalmente distinto al que estábamos acostumbrados en el escenario puramente capitalista. Sin abandonar este modelo económico orientado a la maximización del beneficio, se vienen depurando estrategias, políticas y procedimientos para integrar a todos los afectados por las decisiones que se toman en la empresa, pensando en sus intereses y bienestar.
Paralelamente, se va consolidando un movimiento con el que los jóvenes se sienten muy identificados. Se trata de la creación de empresas que ya nacen con esa vocación social, que buscan resolver alguno de los problemas sociales que nos acucian como eje fundamental de la estrategia del negocio. La principal motivación de quienes ponen en marcha estas iniciativas es, por encima de todo, atajar un problema social de gran impacto. Estas denominadas “empresas sociales” son organizaciones a caballo entre las ONG y las empresas, ya que en su gestión no pueden obviar la atención necesaria a la optimización de recursos económicos para garantizar la durabilidad del proyecto. Persiguen el equilibrio entre viabilidad económica, propósito social y/o cuidado medioambiental.
Así, existen innumerables ejemplos: empresas que nacen para dar trabajo a un colectivo con dificultades para incorporarse al mercado laboral; instituciones financieras cuyo principal objetivo es facilitar fuentes de financiación a proyectos que no consiguen fondos por los mecanismos tradicionales, pero que promueven la cultura, la protección del medioambiente o el desarrollo social; también encontramos empresas que buscan reducir al mínimo el daño medioambiental que provoca el consumo, produciendo bienes más ecológicos.
Son solo algunos casos de éxito, pero la realidad es que estas nuevas organizaciones van ganando terreno. Están lideradas por emprendedores sociales, auténticos change-makers que aspiran a transformar el mundo. Con sus ideales, aterrizados en proyectos realistas, alcanzables y viables, consiguen fondos de inversores sociales, pequeñas ayudas de multitud de personas (a través del crowdfunding) o ingresos a partir de la venta de productos atractivos para el mercado que, en su proceso de fabricación, ya incorporan este compromiso social en toda la cadena de valor.
No todos los apoyos son económicos. También dotar a estos valientes emprendedores de formación, de conocimiento, de recursos no financieros pero igualmente necesarios como contactos o plataformas de difusión, proporcionan una palanca de despegue o consolidación a considerar. En este marco se sitúan iniciativas como los premios Jóvenes Emprendedores Sociales que promueve anualmente la Universidad Europea.
En definitiva, el panorama socioeconómico se ha vuelto más diverso. Seguimos contando con empresas tradicionales, orientadas al beneficio económico como único faro de sus decisiones, y organizaciones no gubernamentales cuyo foco es puramente atender necesidades sociales. En medio, va ganando terreno la presencia de otras organizaciones: las empresas con propósito social, que o bien nacen ya con vocación social o bien giran el rumbo de su estrategia hacia la aportación de valor y el compromiso que la sociedad, cada vez con mayor intensidad, viene demandando.
El binomio interés social-beneficio económico adopta distintas formas y pesos, que irán variando en función de los apoyos que hagamos consumidores, empleados, proveedores, inversores y ciudadanos. El reto, y la responsabilidad, son compartidos.