
¿Cuántas veces nos planteamos lo que supone llegar a un nuevo país para los inmigrantes? Y, sobre todo, ¿qué imagen tenemos de ellos? Vivimos en el tiempo de la inmediatez y las prisas, y el estrés del día a día, a veces, nos impide tomarnos un tiempo para pensar detenidamente en esta situación y en ellos. Porque sin perspectiva y pasando de puntillas por este tema se corre el peligro de frivolizar y categorizar a los inmigrantes que vienen a España como “una avalancha de africanos, ajenos a nosotros, que acceden a nuestro país en patera de manera ilegal”.
Aunque es cierto que algunos medios de comunicación y políticos, tanto españoles como internacionales, contribuyen a alimentar este imaginario colectivo, este miedo “al otro”, al que “viene a invadir nuestro territorio, a destruir nuestra identidad y cultura”, de forma generalizada en la sociedad. Así, se genera un caldo de cultivo basado en el miedo que solo genera incertidumbre, rechazo, racismo y xenofobia. Un rechazo visceral hacia lo que no se conoce, sin más razón que la irracionalidad que domina el miedo.
Movimientos políticos de derecha y extrema derecha como los de Hungría, Austria o Italia se han visto favorecidos y fortalecidos gracias a este discurso del miedo. De hecho, este sentimiento antinmigración se ha visto reflejado recientemente en medidas contrarias a la ética, los derechos humanos e incluso la legalidad, como el cierre de las fronteras hacia los migrantes o la separación de los hijos de sus padres.
Sin embargo, los flujos migratorios no son ninguna novedad ya que siempre se han producido, y son un fenómeno que seguirán protagonizando muchas personas en el futuro. Una idea que ratifica la OCDE señalando, dentro de las perspectivas de las migraciones internacionales de 2018, que en 2017 alrededor de 258 millones de personas en el mundo no vivían en su país de nacimiento.
Debemos tener en cuenta que categorizar a los inmigrantes como un grupo homogéneo es un error habitual y sistemático. En efecto, cada migrante se distingue por características individuales como el género, la edad, la nacionalidad, la clase social, el nivel educativo, las relaciones sociales. Pero también sus necesidades, preocupaciones, experiencias personales, aspiraciones y sueños son los que les diferencian.
Por otro lado, debemos tener en cuenta que las causas de las migraciones son varias: miseria, conflictos bélicos, hambruna, catástrofes medioambientales, violencia, inseguridad, persecución por razones de religión o de opinión política. En ocasiones, las personas migran por la mala situación económica, política, educativa y/o social del país de origen, por el deseo de tener un mejor trabajo, una mejor formación o por las pocas posibilidades de tener un proyecto de vida satisfactorio donde viven. Otras razones podrían ser la de seguir a una persona muy cercana en su migración, como los cónyuges o hijos, algo que se conoce como la reagrupación familiar. En general se migra con el objetivo de tener más oportunidades y obtener una vida mejor para sí mismos y para los suyos. Este objetivo se comparte entre todos los seres humanos, lo que demuestra que no somos tan diferentes.
Una vez que los inmigrantes llegan al país de destino, si es que lo logran, suelen tener unos principios difíciles. A menudo sufren cierto aislamiento, porque no se domina (o poco) el idioma, lo que evidentemente dificulta la comunicación. Asimismo, es difícil conseguir un trabajo, un lugar donde vivir, realizar trámites administrativos y/o legales, entender las costumbres y, sobre todo, conocer a gente, entablar amistades e integrarse en una cotidianidad.
Por otro lado, en general, se tarda en homologar los títulos académicos de los migrantes, lo que provoca que tengan que trabajar en puestos menos cualificados, y por lo tanto menos remunerados, y sufrir un descenso social. En efecto, no es fácil vivir en otro país. Los inmigrantes suelen tener dificultad para adaptarse a este nuevo contexto y, a menudo, la sociedad de destino no se considera responsable de ellos y les puede llegar a dar la espalda o les discrimina. La adaptación debería de ser mutua y para ello sería positivo, entre otras medidas, favorecer espacios de encuentro y convivencia entre población local e inmigrante.
Una vez que superen los posibles miedos, frustraciones e incluso conflictos, ambas comunidades, esforzándose, podrán tratarse como iguales dejando de lado el paternalismo. Sería muy positivo intercambiar prácticas y aprender del otro, abandonar prejuicios y considerar nuevas formas de vida. En definitiva, mejorar el entendimiento entre culturas y su aceptación para juntas formar una nueva comunidad más enriquecida, abierta y, en definitiva, mejor para todos.