
Últimamente bombardean mis redes sociales mensajes en torno al concepto “No Planet B”. Esto viene promovido por el programa DEAR (Programa de Sensibilización y Educación al Desarrollo), creado para movilizar a la ciudadanía (principalmente europea) promulgando un espíritu crítico y creando nuevos modelos de desarrollo global de manera sostenible. El claim nos viene a decir que solo tenemos un planeta Tierra, solo tenemos una oportunidad de cuidarlo y de aportar de manera positiva en él.
Esta tesis parece importante extrapolarla a distintos ámbitos de nuestra vida, sería una versión del carpe diem que todos conocemos, pero con tintes de responsabilidad y concienciación social. Si no vamos a tener la oportunidad de hacer las cosas dos veces, hagámoslo a la primera lo mejor posible.
En el ámbito de la innovación educativa, muchas veces nos dedicamos a relacionar buenas ideas y darles un nuevo significado. O unir dos mundos aparentemente contrapuestos. En ese punto debo hablaros de la Ecología de la Equidad, concepto creado por Ainscow, Dyson, Goldrick y West (2012). Esta ecología analiza las interacciones que se producen dentro de las escuelas, entre las escuelas y más allá de las escuelas.
En los escenarios educativos, merece ser destacado el revalorizado papel que están adoptando las comunidades. En este sentido, las nuevas tendencias y líneas de indagación sobre inclusión apuntan a un papel más activo de la comunidad en la escuela y a una investigación inclusiva como proceso de aprendizaje permanente en el que la participación de las comunidades es vital (Nind, 2016).
Es decir, todos somos responsables de que nuestro entorno cercano sea más inclusivo. No es algo de lo que nos hayamos dado cuenta solo nosotros; en la Agenda 2030 se respira un mensaje claro y contundente: no dejar a nadie a atrás.
Ya en 1994 la UNESCO, en una convención de 90 países, nos dijo que la inclusión es el derecho a ser respetado, a pertenecer y a participar. Es decir, no debemos únicamente hacer el bien, sino hacerlo bien.
Desde la Universidad debemos trabajar lugares de encuentro, donde se aprenda a vivir la diferencia. Debemos ser motor de cambio, un cambio de perspectiva vital en la que queremos ser incluidos, pero también incluyentes. Hay una frase muy manida que dice “incluir no es dejar pasar sino dar la bienvenida”.
El pasado 2 de abril, Día Internacional de la Conciencia del Espectro Autista, en la Universidad Europea se realizaron varios actos para apoyar y visibilizar este trastorno que muchas veces en nuestra sociedad es invisible y está silenciado. Metafóricamente tendimos un puente entre distintos integrantes de la comunidad educativa a modo de cadena humana y con el símbolo del infinito que este año acompañaba la campaña de concienciación (I AUTISMO. Infinitas posibilidades).
¿Está la Universidad abierta y receptiva a las personas con espectro autista?; es una pregunta que me hago de manera recurrente. A nivel personal creo que es mejor aceptado un estudiante con autismo que un trabajador con autismo. Mi idea se sustenta bajo varias tesis: la primera sería que en la relación con el estudiante no es una relación de igual a igual, sino que es una relación vertical de poder y eso a las personas sin autismo nos hace posicionarnos por encima y nos tranquiliza. En cambio, cuando es un compañero, alguien “igual” a ti, nos crea mucha incertidumbre y en algunos casos, rechazo. Uno de los problemas que agrava esta creencia es cuando la persona sin autismo tiene un meta sesgo, es decir piensa que no tiene ningún sesgo en sus relaciones sociales. Cuando hablamos de sesgo queremos decir que es un atajo cognitivo, un pensamiento rápido, que hace que te posiciones de manera favorable o desfavorable frente a una relación social. Estos sesgos suelen depender de la historia de vida de cada persona: su personalidad, creencias, valores, cultura, socialización… Por ejemplo, si he tenido una buena experiencia universitaria y conozco a alguien que ha estudiado allí, mi predisposición inicial hacia ella va a ser buena.
En segundo lugar, creo firmemente en la creación de equipos de trabajo balanceados, donde se trabaje desde la equidad de oportunidades. Para ello es importante tener una buena gestión del talento. ¿Cómo conseguirlo? A través de acciones positivas como pueden ser tener una política y unos procesos centrados en la diversidad; que la dirección y gobierno de la entidad esté concienciado (y ya, si es diverso, sería un punto extra); que los colectivos estratégicos estén impregnados de esta cultura diversa y de equidad, además de que el recurso no sean impactos aislados, sino que haya una estrategia clara detrás que fomente la diversidad.
Por último, parece algo obvio que los equipos de trabajo deben ser diversos ya que sería un fiel reflejo de nuestra sociedad que puede ser definida como muchas cosas, pero si hay un acuerdo es que es diversa. Pero nos seguimos encontrando muchas barreras para entender que no somos iguales, y que en el intento de homogeneización perdemos la riqueza de los que somos y podemos llegar a ser. La diversidad aporta riqueza, valor e innovación.
Estas situaciones se agravan cuando hablamos de TEA, que suele ser un diagnóstico invisible; solo vemos que esa persona no se comporta de la manera esperada sin ver más allá. Además, nuestro ritmo desenfrenado de vida nos impide muchas veces tratar de entenderle.
Para mí, una de las soluciones para que la universidad reciba y acoja a personas con TEA (tanto estudiantes como empleados) es el diseño para todos (Design for All, Comité de Ministros del Consejo de Europa, celebrado el 15 de febrero del 2001, resolución ResAP (2001). El Diseño para todos centra su actividad en la búsqueda de soluciones de diseño para que todas las personas, independientemente de la edad, el género, las capacidades físicas, psíquicas y sensoriales o la cultura, puedan utilizar los espacios, productos y servicios de su entorno y, al mismo tiempo, participar en la construcción de este. Habría que reseñar todo lo que tenga que ver con la comunicación: entender el entorno que nos rodea, dando respuesta a para qué sirve cada espacio; y mejorar el lenguaje los mensajes (deberían ser más intuitivos, eficaces, no ambiguos, fáciles de recordar, dando sentido de contexto). Son acciones sencillas que harían nuestro mundo académico mucho más accesible a nivel cognitivo y que mejorarían las relaciones y la vinculación con las instituciones educativas.
“Lo mejor que cada uno puede aportar al mundo es uno mismo” (Paul Claudel, 1941). Así comienza el Libro Blanco Diseños para todos en la Universidad, y ese es el espíritu que debería subyacer en nuestra sociedad. No perdamos la oportunidad de ser inclusivos e incluyentes en el aquí y en el ahora.