
El dolor es nuestro amigo.
Menuda afirmación para empezar un artículo que creíamos que nos iba a hablar de cómo combatir al dolor, ¿no?
Para entender esto habría que entrar en lo que es la definición del dolor: el dolor es un sistema de alarma corporal que entra en acción cuando existe un daño real o potencial de los tejidos. Esto significa que el cerebro elabora una señal dolorosa cuando le llega información tanto de un daño real como de uno potencial.
¿Qué sería un daño real? Si vas por la calle y te muerde un perro, ahí tienes un daño real y un dolor causado por una lesión comprobable de los tejidos.
Pero ¿y si resulta que llevas dos horas sentado delante del ordenador y empieza a dolerte la espalda? El dolor postural que ha surgido en estas dos horas difícilmente podemos pensar que sea consecuencia de un daño real. Lo que realmente está ocurriendo es que los tejidos mandan información al cerebro de que hay demasiada carga en la zona y este, al procesar la información, llega a la conclusión de que el organismo está amenazado, por lo que manda una señal de dolor que nos obliga a levantarnos protegiéndonos así de una lesión real. Así que, ¿por qué solemos pensar que el dolor es nuestro enemigo?
El dolor es desagradable.
Todos estamos de acuerdo en ello, ¿no? Si no fuese desagradable, no nos incitaría a actuar para librarnos de él y no cumpliría su función de sistema de alerta que nos salva de situaciones que pueden representar una situación de daño orgánico o lesión.
Imaginemos por un momento que la señal dolorosa que, insistimos, se origina en el cerebro, en vez de desagradable fuese una sensación de leve cosquilleo. Imaginemos además una situación en la que anduviésemos descalzos por un suelo repleto de cristales rotos que simplemente nos causasen un leve cosquilleo, incluso agradable, en los pies. Es muy probable que nos quedásemos sin pies a la primera de cambio. Así que el dolor, para que sea efectivo, tiene que doler. Eso sí, lo ideal sería que doliese de una manera proporcionada a la lesión o potencial lesión que detecta el cerebro, cosa que, desgraciadamente no ocurre en muchos casos.
El dolor es caprichoso y extraño en ocasiones.
Lo es porque se pueden dar situaciones en las que una mínima agresión provoque un dolor exacerbado. Por ejemplo, un violinista puede llegar a tener un dolor intenso ante un pinchazo en el dedo debido a que su cerebro lo interpreta como una amenaza mayor para el buen desempeño de la su profesión. Por el contrario, un surfista sentiría poco o ningún dolor ante la misma lesión.
¿Por qué ocurre esto?
Porque la señal dolorosa que se origina en el cerebro depende del contexto y es la suma de varios factores:
El daño o potencial daño del tejido, la información que tiene el paciente acerca de su daño, el estado emocional y mental del paciente, el entorno familiar, social, laboral, afectivo, etc.
Toda esta información es la que se reúne en el cerebro y este, a modo de coctelera, lo mezcla todo y elabora la señal dolorosa.
¿Puede llegar a ser el dolor nuestro enemigo?
Rotundamente sí, si el cerebro, en base a toda la información que tiene, elabora una señal equivocada en cuanto a intensidad y duración, una señal desproporcionada (dolores crónicos, dolores que tienen que ver con el contexto) o incluso un dolor exacerbado en circunstancias en las que no hay peligro real o potencial (caso de los dolores de miembro fantasma en amputados o fibromialgia)
¿Qué papel cumpliría la fisioterapia y el fisioterapeuta en estos casos?
El fisioterapeuta, evidentemente, ha de utilizar todas las técnicas que tiene a su disposición: Terapia Manual, electroterapia, ejercicio activo y pasivo, tratamiento de puntos gatillo, calor, frío, manipulaciones vertebrales, etc.
Por poner algún ejemplo sobre cómo actúan estos método sobre el dolor, podemos citar algunos de los más populares que usamos los fisios y otros que podemos aconsejar a los pacientes:
Masaje: mejora la circulación, actúa sobre el sistema nervioso sedándolo, promueve la secreción de endorfinas, relaja la musculatura contracturada.
Manipulaciones vertebrales: son absolutamente fantásticas porque con una sola manipulación que dura un segundo, y además es indolora, se puede eliminar una contractura que llevaba días instaurada eliminando el dolor también.
Tratamiento de puntos gatillo: son puntos de máxima tensión que provocan dolor local (a nivel del punto) e irradiado (en una zona alrededor del punto). Si tratamos ese punto, desaparece el dolor local y de la zona.
Estiramientos: son muy efectivos cuando tenemos retracciones e hipertonías musculares que provocan dolor. Un solo estiramiento de 15 segundos nos sirve para eliminar tensiones y dolores.
Autotratamiento: el paciente, además puede autotratarse en casa utilizando métodos muy sencillos, como por ejemplo:
La respiración profunda diafragmática: 5 minutos tumbado boca arriba y respirando de manera lenta y pausada hinchando la tripa con la inspiración y exhalando, siendo la exhalación el doble de larga que la inhalación (efectos sedantes y analgésicos generales además de aumentar la vitalidad).
La aplicación de calor: si se trata de un dolor que dura más de dos días y que no es inflamatorio (zona roja o caliente), podemos aplicar un poco de calor suave con una bolsa de agua o una manta eléctrica (20 minutos son suficientes).
El automasaje y autoestiramiento: podemos masajear la zona dolorida (sobre todo si es muscular) previamente a haberla calentado y aplicar un poco de aceite de almendras. Haríamos fricciones, amasamientos y presiones. Unos 10 minutos sería suficiente. Después de esto, un buen estiramiento nos ayudaría más aún a relajar la zona. Finalmente, beber agua después del autotratamiento ayudaría en los procesos de eliminación de toxinas que se hayan podido liberar de los tejidos con el masaje.
Por otro lado, el fisioterapeuta también tiene que ser capaz de saber informar al paciente del proceso que está sufriendo, pues la información veraz y no catastrofista hará que al paciente le disminuya su ansiedad, la cual está provocando más y peor dolor. Tiene que aconsejar sobre qué actividades ayudarán a que se vaya produciendo una correcta modulación del dolor, y sobre todo y debido a la proximidad que tradicionalmente ha tenido el fisioterapeuta con el paciente, tiene que empatizar con él: ser su primer apoyo psicológico y emocional. Muchas veces el escuchar a alguien que no se siente entendido alivia más que la técnica analgésica más novedosa y cara del mercado.
Seamos buenos profesionales y seamos buenos seres humanos: no hay mejores armas que estas.