
El pasado 2 de octubre se conmemoraba el Día Internacional de la No Violencia, celebración que se hace coincidir con el nacimiento de Gandhi (1869-1948). Por añadidura, este año se conmemora el 150 aniversario de la venida al mundo de tamaña figura histórica, por lo cual se requiere una aproximación detenida al personaje: primeramente, para conocer los detalles esenciales de su biografía y, en segundo lugar, para valorar su trascendencia y su huella en la actualidad, como artífice de la descolonización de la India y como defensor de la resistencia no violenta.
Mohandas Karamchand Gandhi nació en 1869 en el seno de una familia india acomodada que intentó proveerle de la mejor educación posible. Desde sus años de juventud encarnó el paradigma, y al mismo tiempo la paradoja, de la descolonización: los recursos económicos de su familia le permitieron estudiar derecho en la metrópolis. Fue allí donde conoció las ventajas y los privilegios de la sociedad británica, que había instaurado el protectorado sobre la India a mediados del siglo XIX, a través de la Compañía de las Indias Orientales. El objetivo de la Compañía era explotar los recursos naturales de aquel territorio en beneficio del Imperio británico, garantizando el respeto a las autoridades locales siempre y cuando estas últimas, a su vez, asegurasen que los beneficios de los recursos del suelo indio jamás beneficiarían a ninguna otra nación.
Consciente de que la situación generada por el Imperio británico en la India favorecía el bienestar de una élite reducida mientras el resto de la población vivía en la miseria, Gandhi se dispuso a combatir tales injusticias desde entonces. Tras un breve regreso a su tierra en 1891, donde apenas permaneció dos años sin demasiado éxito para establecerse como abogado, se trasladó a Sudáfrica, otra posesión británica con unas condiciones sociales muy similares a las de su lugar de origen. Si en India las categorías sociales o castas eran estancas, constituyendo una estructura en que los individuos eran desiguales por su estatus adquirido desde el nacimiento (significativamente la casta de los intocables), en Sudáfrica la población negra africana había sido sometida a una dura explotación y discriminación por las autoridades coloniales. Fue precisamente aquí donde Gandhi pasaría 21 años, iniciándose en la lucha por la igualdad de derechos civiles y formando una familia.
A su regreso a la India en 1915, con un bagaje acumulado a su espalda de lucha contra la colonización y por la igualdad de derechos civiles, llevó a cabo un curioso viraje desde la perspectiva actual, pues llegó a liderar la campaña de leva de soldados indios para apoyar al Imperio británico durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, lo que podría verse como una contradicción no fue sino un paso seguido en otros territorios coloniales que comenzaban a exigir la independencia a principios del siglo XX: en primera instancia, las diferentes metrópolis pidieron a sus colonias apoyo durante el esfuerzo bélico, a cambio del cual recibirían la autodeterminación. Concluida la Gran Guerra, las promesas se frustraron y su postura, como la de otros líderes nacionalistas en el resto del mundo colonizado, no dejó ya de mirar la independencia como único objetivo a realizar, siempre por la senda de la no violencia.
Su habilidad principal, en términos políticos, consistió en aunar el sentimiento nacionalista con la fe religiosa hindú, de modo que aglutinó el sentir de una amplia porción de sus conciudadanos, con un mensaje nacionalista. De este modo, consiguió que su mensaje penetrase en amplias capas del tejido social indio que, por ejemplo, manifestaron su adhesión a la causa durante la Marcha de la Sal en 1930. Como líder visible del Partido del Congreso, principal fuerza nacionalista e independentistas de la India, sufrió la dura represión de las autoridades británicas, que llegaron a encarcelarlo en varias ocasiones. Pese a haber recibido constantes muestras de violencia por parte del enemigo a batir, su respuesta nunca se desarrolló por los mismos cauces y siempre se mantuvo a favor de la resistencia pasiva como estrategia para evidenciar los métodos bárbaros y totalmente carentes de razón de la potencia colonizadora. Asumiendo esta misma postura lideró el último empuje para exigir la retirada británica de la India desde 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Una vez concluida la campaña, en el verano de 1947, alcanzó el sueño de la independencia de su tierra, que apenas llegó a disfrutar, pues murió asesinado en enero de 1948 por Nathuram Godse, otro nacionalista indio que censuraba la que él consideraba postura excesivamente tibia de Gandhi.
Como se indicaba al comienzo, más allá de los hitos principales que marcan la vida del personaje que nos ocupa, sin duda un gigante de la historia, es preciso detenerse a pensar en su legado en las décadas sucesivas. Si procedemos cronológicamente, hemos de comenzar aludiendo a su herencia más inmediata: la descolonización de la India y, en general, su aporte decisivo al proceso de descolonización de los últimos territorios dominados por los grandes imperios, así como un empoderamiento innegable de la población del que pronto sería conocido como Tercer Mundo. Gandhi se convirtió en uno de los principales representantes de la gran contradicción de los antiguos imperios coloniales, que invitaban a los hijos de la élite colonizada a estudiar en la metrópoli, ignorando que aquellas mismas jóvenes generaciones que conocerían los valores democráticos y liberales europeos sentirían el deseo de exportarlos a la tierra de donde ellos procedían. No dándose cuenta de que aquel era un daño colateral del mismo sistema de dominación que habían creado, los imperios evidenciaron una causa esencial de su decadencia: su incapacidad para captar el espíritu de los nuevos tiempos.
Ahora bien, a diferencia de la lucha violenta contra la colonización que se desarrolló en otros contextos, Gandhi optó por una postura mucho más identificada con la dignidad humana. Si bien filósofos ilustrados como Voltaire habían defendido la inutilidad de recurrir a la tolerancia con los intolerantes y, más recientemente, intelectuales marxistas como Frantz Fanon sostuvieron la tesis de que la violencia de la colonización ha de responderse con la violencia del proceso descolonizador, Gandhi explotó el camino opuesto. Convencido, en el sentido kantiano, de la perfectibilidad del ser humano y de la posibilidad de llegar a acuerdos mediante el diálogo y la resistencia pasiva, sin recurrir a la fuerza bruta, demostró que una tercera vía para la reivindicación de los derechos civiles era posible. Y no solo era posible, sino que podía acabar conduciendo hacia la victoria, si bien es cierto que en su caso concreto tal victoria no hizo justicia a la lucha por él desempeñada: ni en el sentido de reparación del esfuerzo invertido, pues murió asesinado apenas un año después de ser testigo de la tan ansiada independencia; ni en tanto que creador de una realidad política estable, pues las diferencias etnicorreligiosas entre la población musulmana de Pakistán y la población hindú de la India han teñido de rojo una de las fronteras más controvertidas de la historia actual.
Así pues, a modo de conclusión, en una época en la que la alternativa de resolver los conflictos mediante el diálogo pierde terreno frente al imperio de la violencia (“Venus ha muerto, Marte prevalece”), es casi una obligación recordar a quienes, como Gandhi, demostraron en su momento que otra solución es posible. Que por mucho que se crea (y se constante) que la violencia solo genera violencia, es posible salir de dicha espiral, puesto que para ello no hace falta más que la voluntad: esto es, nuestro deseo manifiesto de intentar resolver las situaciones de crisis rompiendo un círculo vicioso que, de otra manera, solo conduciría a la destrucción de aquello que de humano aún queda en nuestra naturaleza ontológica como sociedad.
Bibliografía:
Fanon, Frantz (2001). The Wretched of the Earch. London: Penguin Books.
Guha, Ramachandra (2018). Gandhi: the years that changed the World, 1914-1948. London: Penguin Books.
Hobsbawm, Eric J. (ed. 2009). The Age of Extremes. 1914-1991. London: Abacus.
Kant, Immanuel (ed. 2016). La paz perpetua. Madrid: Alianza.
Voltaire (ed. 2015). Tratado sobre la tolerancia. Madrid: Tecnos.