
Imaginad un folio en blanco. Por el margen derecho aparece una línea negra. Por el izquierdo, una roja. Ambas se paran antes de tocarse en el centro. La negra parece ansiosa mientras la roja está insegura. Esta última recula y desaparece por donde la vimos emerger. La línea negra la sigue. Ambas vuelven a aparecer por el margen superior, primero la roja y después la negra, siguiéndola. Aparecen y desaparecen por distintas partes del folio, la negra siempre tras la roja… hasta que en un momento determinado la perseguida se para y decide detenerse en mitad del espacio. La negra hace lo propio. Se encaran y se miran dubitativas durante un par de segundos. Entonces la línea roja inicia una lenta aproximación hacía su reciente perseguidora. La línea negra emite un ligero temblor, pero en seguida se recompone y también se acerca. En el momento del contacto ambas sienten un escalofrío, pura magia. Las dos líneas se entrelazan y comienzan un baile que les lleva a recorrer el folio de nuevo, pero esta vez en suave y amorosa armonía…
Con esta sencilla historia de amor suele comenzar Phil Parker sus conferencias. De este modo da respuesta a la pregunta de qué es una historia. Es algo que identificamos y que nos emociona. Así de sencillo. ¿Quién no ha perseguido el amor como hace la línea negra? ¿Quién no ha cambiado de opinión como le sucede a la roja? ¿Todos hemos sentido alguna vez la chispa mágica del amor? Da igual si son dos líneas sobre un folio, unos amantes en Verona o dos pasajeros en el Titanic; lo que transciende al escaparate, a los mismos personajes, es la emoción. Si una historia no nos emociona, no habrá conseguido su principal objetivo. Las historias nos mueven y nos conmueven, nos identifican y nos definen. Hace años, cuando trabajaba en el ABC tuve la oportunidad de entrevistar a Pardito, un escultor cuya obra despertaba cierta polémica entre los habitantes del municipio madrileño en el que estaba expuesta. Le pregunté si esto le preocupaba y su respuesta fue contundente: “Despiertan emociones y ese es el fin de cualquier obra artística”. He aquí una reflexión sencilla pero trascendental.
Muchos profesionales del sector de la comunicación están preocupados por estar a la última. Hace unos años era el multimedia, la narrativa digital; luego vino el transmedia y ahora la realidad virtual. Muchos se lanzan a producir sin saber qué ni por qué lo hacen. Da lo mismo, lo importante es ser pionero o convertirse en el gurú de turno. “Hagamos un contenido viral”. Si me dieran diez euros cada vez que he escuchado esta expresión… No importa que un contenido se viralice o que sea transmedia, lo importante es contar una historia sólida que interese a un público determinado. El cómo la distribuimos es una cuestión aparte.
No debemos perder el foco de nuestro trabajo y oficio. Resulta complicado, pero debemos olvidarnos del ruido y centrarnos en emocionar. Como pasa en el cine mainstream, muchas veces es más fácil centrarse en los fuegos artificiales y olvidarse del oficio de contador de historias. En 2011 tuve la oportunidad de ir a la Malmö University a investigar sobre narrativas transmedia. Llegué muy preocupado por entender qué era y qué no era transmedia. Una vez más, escuché unas palabras que me enseñaron una gran lección. Esta vez fue Erling Björgvinsson, mi tutor de la estancia investigadora, el que me dijo: “Da igual qué es transmedia. Lo importante es tu historia y las necesidades de esta. No te preocupes por las definiciones, eso solo aporta ruido”. Y con esto quiero quedarme como objetivo de este espacio que abrimos hoy: hablemos de historias sin preocuparnos del ruido.