
Actualmente, vivimos en una sociedad marcada por requisitos de inmediatez temporal, fuertes ritmos de trabajo, largas jornadas y dificultad para conciliar la vida personal y laboral.
Todos estos factores, contribuyen a la tendencia de consumir más alimentos en formato de platos preparados e incluso comprar a través de internet sin que sea necesario acudir al supermercado. Ambas tendencias ayudan a economizar el tiempo y se consideran un importante avance tecnológico, así como un cambio en las costumbres de alimentación de la población.
Sin embargo, desde la investigación científica, nos preocupa que se pierdan valores nutricionales tan fundamentales como los que están presentes en la elaboración de platos mediante recetas tradicionales “caseras”, donde se conoce en todo momento la cantidad y la calidad de los ingredientes empleados, así como la posibilidad de acudir a mercados y otros comercios para seleccionar cuidadosamente los productos que más tarde consumiremos.
El objetivo principal de este artículo consiste en invitarnos a realizar una reflexión sobre nuestro propio estilo de vida, en particular a la relación que mantenemos con la alimentación.
Para introducirnos en el tema, conviene recordar que la alimentación es uno de los pilares que más va a condicionar la salud de las personas, y es que este hecho muchas veces se nos olvida y priorizamos otros factores como condicionantes más influyentes de la salud, por ejemplo: una mala genética o el sistema sanitario al que pertenecemos.
Por tanto, es necesario recordar, como afirmaba en su informe de 1974 sobre Salud Pública el ministro canadiense Marc Lalonde, que es fundamental crear un marco conceptual para analizar los problemas y determinar las necesidades sanitarias de la población, así como elegir los medios que puedan llegar a satisfacerlas. Dicho marco quedó compuesto por la división de la salud en 4 elementos principales: biología humana (genética, envejecimiento), medio ambiente (contaminación química, física, biológica y social), sistemas de atención sanitaria determinantes de la salud; y el más relevante de ellos, el estilo de vida (conductas de salud).
Dentro del estilo de vida encontramos una serie de comportamientos o actitudes que se relacionan con la práctica de ejercicio físico, la higiene personal, los hábitos tóxicos, equilibrio mental y alimentación.
Haciendo referencia a este último apartado, en España, en particular, contamos con la dieta mediterránea. Esta dieta es un concepto que puso de moda Ancel Keys, un profesor de Estados Unidos que observó que en los países mediterráneos había una mayor esperanza de vida que en otros países del norte de Europa. Este profesor, se percató de que, a pesar de la gran diversidad de platos, existe un nexo común entre todos, como el aceite de oliva virgen extra utilizado como principal grasa para cocinar y aliñar los alimentos, y también se compone de un patrón de dieta muy rica en frutas, verduras, pescado y legumbres (principal fuente de proteínas), un consumo menos frecuente en carnes rojas (dando preferencia al consumo de carnes blancas) y un consumo moderado de lácteos en forma de queso y yogurt. Son numerosos los alimentos que componen esta pirámide nutricional.
La dieta, al igual que la disponibilidad y el acceso a los alimentos, ha venido marcada por la historia y el paso de acontecimientos importantes en ella. Cuando estudiamos las principales causas de mortalidad en los diferentes países encontramos una transición epidemiológica donde las enfermedades infecciosas se han reducido considerablemente, para dar una mayor presencia a enfermedades de tipo crónico, como las patologías cardiovasculares, los cánceres y las diabetes, entre otras. El momento y la velocidad a la que se produce este cambio, viene delimitado por las posibilidades socioeconómicas que tiene un país y se trata de un fenómeno ligado a los estilos de vida, en particular a la alimentación.
Cuando aumenta el poder adquisitivo de una población se produce una transición nutricional que permite sustituir una dieta más pobre por otra más rica y variada. Este primer cambio conlleva a resultados favorables ya que se reduce la mortalidad por enfermedades infecciosas, pero si la transición continúa, se prosigue con una alimentación más opulenta de alto contenido calórico, lo que conlleva a producir un desequilibrio en nuestro organismo y a incrementar el riesgo de sufrir enfermedades metabólicas como las descritas anteriormente.
La Nutrigenética y la Nutrigenómica son dos ciencias que integran todos los conocimientos de la nutrición para adaptarlos a la genética de cada individuo y de esa forma poder personalizar y mejorar las dietas que se recomendarán a la población. Las investigaciones actuales pretenden averiguar la relación que existe entre los alimentos que consumimos y nuestros genes, teniendo en cuenta que cada persona tiene variables genéticas individuales que lo hacen diferente al resto, por ejemplo: “Los hidratos de carbono que tanto le engordan a uno le pueden sentar genial a otra persona”. La aplicación de esta tecnología permitirá aconsejar sobre consumo de alimentos para la prevención de enfermedades metabólicas asociadas a genes o a una expresión de los mismos. De una forma más sencilla se podría explicar que podemos ser portadores de una mala genética pero que a través del estilo de vida que realicemos, esta, puede mantenerse bajo control o expresarse mucho más tarde, permitiendo así un incremento en la cantidad y calidad de vida. Del mismo modo, quien tiene una buena genética también debe cuidarse puesto que los genes no son inmutables y podrían alterarse afectando negativamente a la salud con la producción de enfermedades.
La nutrición del futuro será también la nueva medicina. Algunas clínicas ya ofertan dietas personalizadas según el genoma, pero los expertos advierten de que la investigación no está tan desarrollada como para garantizar todavía su eficacia. “La gran mayoría de dolencias no son puramente genéticas; también intervienen la alimentación y el modo de vida. Podríamos afirmar que los genes no cambian por lo que comemos, pero sí se expresan de una u otra manera”. El avance que hoy en día se produce, consiste en conocer la susceptibilidad genética y todos los mecanismos epigenéticos y metabolómicos relevantes para elegir, cocinar y comer alimentos. Existen influencias personales genéticas así como percepciones diferentes entre la población respecto al sabor y al olor de los alimentos, por lo que terminará generando una influencia en la selección de los mismos y todo ello, integrado, incrementa el disfrute a la vez que se consigue una alimentación saludable.
Algunos de los campos donde tienen cabida estas aplicaciones de investigaciones son la industria alimentaria para el diseño de alimentos, selección de ingredientes para la mejora de formulaciones, y publicidad de alimentos y la salud pública, siempre que sea orientada hacia la prevención de enfermedades relacionadas con la alimentación (obesidad, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes, etc.), sin olvidarnos de insistir en una adecuada educación alimentaria.
A modo de conclusión, y aunque nos gustaría ser más optimistas respecto a los avances producidos, podríamos indicar que los conocimientos generados tan solo se encuentran en una fase preliminar y que aún nos queda un largo recorrido que realizar para que las promesas de genómica nutricional se puedan convertir en una realidad y contribuir así a la mejora de la salud poblacional, pero, mientras tanto, quedémonos con la frase “Somos lo que comemos” y podemos transformar nuestro cuerpo igual que nuestra mente eligiendo y regulando equilibradamente una adecuada alimentación.
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