
El pasado 11 de abril tuvo lugar en Madrid un seminario bajo el título La ampliación de la Unión Europea en 2004: hechos, experiencias y perspectivas ante la representación de la Comisión Europea en España. Contó con representantes internacionales de primer nivel, como los Embajadores en España de las Repúblicas Checa, Estonia, Chipre, Letonia, Lituania, Hungría, Malta, Polonia, Eslovenia y Eslovaquia, todos ellos países de la ampliación de la Unión en 2004.
Se trataba, sin duda un evento importante ya que conmemoraba el decimoquinto aniversario de la ampliación más numerosa de la UE. Como en ocasiones anteriores, fui invitado a este seminario por la embajadora de Hungría en España, doña Enikő Győri.
Sin duda, fue un reto muy importante el encajar a los países centroeuropeos en todo el entramado comunitario, pero, gracias al esfuerzo común, pudo llevarse a cabo. Aunque parezca lo contrario, hoy son los pueblos de estos países los que se manifiestan más partidarios de una Unión de Europa como forma de desarrollar sus respectivas naciones, pero siempre que sea respetando las soberanías nacionales de los distintos Estados que la componen, sin injerencias o intrusismos que diluyan la esencia de esas naciones y de sus pueblos.
Con esta ampliación es evidente que se ha conseguido una mayor área de paz, seguridad y democracia en un territorio tan sensible en el pasado y objeto de muchos enfrentamientos bélicos. En particular, el Grupo Visegrado (V4) ha conseguido estrechar lazos entre pueblos que anteriormente habían tenido sus graves tensiones en el marco del antiguo Imperio Austrohúngaro, creando un marco de confianza y de aproximación de lazos que ha contribuido no solo a estabilizar esa zona, sino, además, a crear una firme posición común entre múltiples naciones de lo que en su opinión debe ser el futuro de la Unión.
No podemos obviar la experiencia que tiene esta zona y el camino recorrido en la deseable incorporación de Serbia a la Comunidad Europea, como bálsamo de integración y coexistencia pacífica evidenciada durante las últimas décadas.
El evento tuvo el lujo de contar entre los ponentes con don János Martonyi, ex ministro de Asuntos Exteriores de Hungría, quien negoció los intereses de su país en la incorporación de la Unión Europea, personalidad de gran calado internacional con quien tuve el gran honor de conversar en la residencia de la embajadora húngara en España sobre el pasado, el presente y el futuro de la Unión. Esta haría bien en valerse de la experiencia de personalidades tan relevantes como el señor Martonyi para consolidar su futuro sobre los postulados originales y evitar así una deriva populista en su seno.
También fue destacable la intervención de la embajadora polaca en España, doña Marzenna Adamczyk, una diplomática muy popular en nuestro país.
Por otro lado, después de transcurrido este periodo de quince años, esta incorporación también nos permite hacer una comparativa con la que tuvo España varias décadas antes, y analizar de qué manera se respetaron las economías nacionales en una incorporación y en otra.
Esto tendría que ser objeto de otro análisis en profundidad, pero sin duda ya puedo aventurar que la española, junto con Portugal, no sé si es porque fue menos numerosa o por otros motivos, no tuvo la debida defensa de los intereses económicos españoles en áreas como por ejemplo la agricultura, la ganadería, industria o pesca, por citar unos ejemplos. Debemos de reconocerlo; hay áreas estratégicas de nuestra economía como las descritas que se han visto seriamente afectadas por las excesivas regulaciones e intervencionismos en el marco de la Unión, y hoy carecemos de capacidades productivas estratégicas en esos campos como las que teníamos antes de nuestra incorporación.
Igualmente debemos de reconocer que la implantación del euro como una moneda común a quien ha beneficiado realmente es a Alemania, mientras que a los países mediterráneos como Francia, Italia y España nos ha perjudicado en términos de capacidad adquisitiva, como acredita un reciente informe del Centro para la Política Europea (CEP).
El motivo es muy sencillo de entender; se eliminó la opción de la devaluación interna de las monedas nacionales para mantener la competitividad económica de los Estados miembros y se dejó tan solo disponible la palanca de las reformas estructurales para efectuar los reajustes en época de crisis, como la padecida en la última década. Además de que un marco de tipos de interés o precio del dinero tan bajo como el que hay en la zona euro encaja muy bien en la economía germánica, pero no en las de los Estados mediterráneos, donde sería preciso elevar la retribución de los créditos pues es lo que mejor se ajusta a nuestra tradición económica y porque ya sabemos lo que pasa cuando se va regalando el dinero en los mercados financieros.
Y es aquí, precisamente, donde destaco la gran diferencia entre unos representantes y otros. Los representantes españoles que analizan la incorporación de nuestro país a la Unión Europea no dejan lugar a la crítica en cómo se produjo, como si fuera un tema ya cerrado y analizado en su totalidad. Por el contrario, los que se incorporaron hace 15 años sí que efectúan autocríticas hacia dentro y hacia fuera, y quizá es por ello que son capaces algunos, a pesar de no ser sus naciones muy grandes o extensas, de defender sus posiciones nacionales. En España, por el contrario, salvo populismos huecos y sin sentido que empiezan a aflorar, no hemos sido aún capaces de mantener una posición que sepa compaginar los intereses de Europa con los nuestros sin desmerecer estos últimos. Esta es, a mi juicio, la gran asignatura pendiente de nuestra plena inserción de la Unión Europea: una autocrítica profunda sobre el recorrido efectuado, un replanteamiento de nuestros intereses estratégicos en el seno de la Unión y el establecimiento de alianzas al estilo de Visegrado con naciones próximas a nuestros intereses, como puede ser Portugal.