
Entrenar la imaginación ha sido una práctica recurrida y necesaria para los arquitectos y urbanistas a lo largo de la historia. Con el tiempo, la idea de imaginar la ciudad, de repensar nuevos modelos de vida, se ha ampliado a muchísimas disciplinas ¿Quién no habla de la ciudad hoy día? ¿A quién no le interesa la ciudad presente? ¿Quién no cae en el delirio de imaginarla?
Hubo un tiempo en el que la tecnología aplicada a la ciudad del futuro se centró en el desarrollo de nuevos materiales que permitieran nuevas formas: la ciudad de los rascacielos, donde la belleza era reflejo de futuro. Imaginar una ciudad funcional, con tramas urbanísticas casi perfectas –como la propuesta por Le Corbusier con el Plan Voisin (1925) para la ciudad de París–, apostando por la alta densidad, por espacios abiertos, zonas verdes y por incentivar un desplazamiento basado en el transporte público, también formó parte del imaginario arquitectónico. Y por supuesto, imaginarios más radicales emergieron en Europa, liderados por los ingleses Archigram, y en oriente, por los metabolistas japoneses (1960) como Kisho Kurokawa, Fumihiko Maki y Kenzo Tange, que imaginaron ciudades de acción. La ciudad se planteaba como un organismo vivo: Marine City, Computer City o Nakagin Capsule Tower, entre otros ejemplos que nunca se llevaron a cabo.
Toyo Ito, premio Pritzker de Arquitectura, señaló hace ya más de veinte años en sus Escritos que los que imaginarían la ciudad del futuro serían los cineastas. Desde el cine se produce todo un mundo artificializado donde la tecnología cinematográfica media entre el usuario y el espacio público digitalizado. Sin embargo, si bien las películas han ayudado a lo largo del tiempo a llenar de ficción lo que hoy comienza a ser una realidad (vehículos voladores y supraveloces, como la motocicleta de Kaneda en Akira; escenografías como la de Blade Runner, donde el cine imaginaba una ciudad llena de neón y rayos láser que salían de edificios multipantalla, etc.), los arquitectos han dibujado posibilidades de ciudad.
¿En qué ha derivado toda esta construcción de imaginarios? ¿Cómo imaginamos la ciudad del futuro hoy, en el 2020? ¿Cómo ha afectado la actual crisis sanitaria en este proceso imaginativo sobre nuestras ciudades? La forma, la función, la belleza y el activismo de los metabolistas japoneses seguirán existiendo como indicadores necesarios sobre los que repensar la ciudad de futuro, pero, ante ellos, se han interpuesto los valores globales, las fórmulas Eco y Smart, la participación ciudadana, el cambio climático, la crisis sanitaria, la superpoblación, el derecho a la vivienda, etc. La ciudad, como ente complejo, se ha convertido es una cuestión de muchos, y estamos obligados –todos– a imaginar la ciudad en términos de humanidad, sí o sí.
Empezaremos por decir que la ciudad (re)imaginada será la ciudad deseada, siempre y cuando se lleve a cabo una buena y correcta política urbana. Si la ciudad es una cuestión de todos, tanto gobernantes –a través de normativas que medien entre los derechos ciudadanos y los grandes capitales–, como los habitantes –ejerciendo sus deberes como ciudadanos mediante la participación y la correcta aplicación de las normas de uso de la ciudad–, deben trabajar de manera conjunta en los intereses de la urbe. Ahora bien, para ello, tendremos que empezar a repensar nuevos modelos de gestión y financiación, e incluso dar un nuevo sentido a la idea de propiedad. Trabajar sin prejuicios en la fusión entre dinero privado y dinero público, con proyectos a corto y largo plazo (capital paciente), darán como resultado ciudades autosuficientes, economías circulares y sistemas solventes.
Sin lugar a dudas, los aspectos de sostenibilidad energética y social son cuestiones que deben abanderar nuestra imaginación, y en este caso, debemos tomar como ejemplo los países nórdicos. Dinamarca, Suecia y Noruega son hoy día ciudades de futuro y con futuro. Uno de los arquitectos daneses de trayectoria más internacional, Bjarke Ingels Group (BIG) proclama la idea de hedonismo sostenible; en pocas palabras, para que la gente tenga comportamientos sostenibles se lo tiene que pasar bien. Ejemplo de ello es CopenHill, una pista verde de esquí sobre una planta de residuos, una combinación de infraestructura de ocio fusionada con un comportamiento sostenible.
No podemos dejar de sumar a la imaginación una movilidad de futuro. La tecnología aplicada a la industria está dando un gran vuelco a nuevos dispositivos de movilidad y nuevos conceptos de gestión, como el renting. Tener un vehículo en propiedad ya no es un deseo que perpetúe en las nuevas generaciones, compartir, ecologizar, y disfrutar serán cuestiones que culturalmente nos impregnarán, y ese será el inicio del cambio hacia la ciudad imaginada.
Imagino ciudades basadas en la responsabilidad y conciencia ciudadana, en una observación y aprendizaje hacia las necesidades globales del mundo en que vivimos. Ciudades fáciles, en las que, a través del placer, emerja la ciudad deseada.
Inés García es profesora de Arquitectura en el Máster en Arquitectura