
El llamado “gobierno del cambio”, al frente de la Presidencia del Consejo de Ministros desde el pasado 1 de junio, acaba de cumplir sus primeros diez meses de vida. Diez meses en los que han sucedido numerosas cosas, desde un cierre drástico de los puertos italianos a la inmigración irregular, hasta unas polémica leyes sobre seguridad, pasando por una dura negociación presupuestaria que a punto estuvo de costarle una sanción por infringir las normas del Pacto de Estabilidad. La realidad es que la tercera economía de la eurozona se encuentra, solo un año después, en situación mucho más precaria, con el país en “recesión técnica” (y una previsión de crecimiento de su PIB para el año 2019 del 0,2%), con una deuda nacional cada vez más abultada y con un aislamiento entre sus socios europeos cada vez más evidente. Confindustria, la patronal italiana, lo ha afirmado de manera contundente en su informe sobre la situación del país: “Italia se encuentra parada”. La pregunta es: ¿cómo salir de esta situación? La respuesta no resulta nada sencilla.
Desde las filas de la centroderecha, coalición victoriosa en los últimos siete comicios regionales (el último de ellos celebrado en la meridional región de Basilicata), se exige la inmediata convocatoria de elecciones: de momento solo lo hace el ex primer ministro Berlusconi, pero es un secreto a voces que el gran favorito para ganarlos, el actual vice primer ministro y titular de Interior Matteo Salvini, está esperando a la debacle definitiva de su socio de gobierno (el Movimiento Cinco Estrellas) en las elecciones europeas convocadas para el 26 de mayo, para, en ese momento, exigir al presidente de la República, Sergio Mattarella, que ponga punto final a la XVIII Legislatura y convoque cuanto antes elecciones.
Una posibilidad real, pero que choca con dos realidades: la primera, que ni en los tiempos más críticos de la historia de la república italiana (recordemos los años de Tangentopoli, el macroasunto de corrupción, durante los años 1992-94), nunca una legislatura ha durado menos de dos años; y la segunda, que Salvini tiene numerosos enemigos fuera de Italia (el eje francoalemán, la Comisión Europea, etc.) que le pedirán igualmente a Mattarella que no permita que Salvini se haga con la presidencia del Consejo de Ministros.
Porque bastantes problemas tiene la construcción europea con el asunto británico como para ahora encontrarse con una Italia que lidera el grupo de los países que quiere romper la integración comunitaria tal y como ha funcionado hasta el momento. En cualquier caso, el tira y afloja está más que garantizado, aunque lo cierto es que Salvini bien sabe ya cómo se las gasta el presidente Mattarella, un hombre muy curtido en la alta política (fue tanto ministro como vice primer ministro), con un enorme prestigio nacional y con el añadido, a los ojos de los italianos, de ser hermano de una víctima de la mafia (su hermano Piersanti fue asesinado por Cosa Nostra en enero de 1980 cuando presidía el gobierno regional de Sicilia).
En ese sentido, Mattarella tiene dos posibles alternativas. La primera es una bien conocida: conformar un gobierno “no político” que se encargue de poner las cuentas en orden y tranquilizar a los inversores (recordemos que la prima de riesgo lleva diez meses por encima de los 230-240 puntos, habiendo llegado a superar la barrera de los 310 en un país que tiene ya una deuda nacional del 133% sobre su PIB). Tiene el hombre para ello: Cottarelli, antiguo economista jefe del FMI al que ya el año pasado Mattarella encargó formar gobierno, pero que finalmente no lo hizo porque el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga llegaron a un acuerdo que hizo posible el actual “gobierno del cambio”. El problema de este gobierno “no político” es que los dos partidos que ostentan la mayoría (Movimiento Cinco Estrellas y Liga) nunca lo apoyarían, a diferencia de noviembre de 2011, cuando Forza Italia y Partido Democrático aceptaron al economista y Rector de la Universidad Bocconi Mario Monti que se convirtiera en el nuevo primer ministro. Y eso hace entonces inviable recuperar este tipo de ejecutivos.
La otra posibilidad pasa, paradójicamente, por el alicaído ex primer ministro Matteo Renzi. El aún joven (44 años) político toscano era, hace poco más de dos años, presidente del Consejo de Ministros y secretario general de la principal formación de centroizquierda (el Partido Democrático [PD]): ahora no es ni lo uno ni lo otro, debiendo conformarse con ejercer como senador por Toscana. Pero la realidad es que Renzi, al menos a día de hoy, controla más de la mitad de su grupo parlamentario (formado por más de 100 diputados y más de 50 senadores), y que, ante el giro a la izquierda que está llevando a cabo el nuevo secretario general (Nicola Zingaretti, gobernador de la región del Lazio), podría escindirse en cualquier momento ya que él representa el centro de su formación: en relación con ello, lo más seguro es que lo haga después de las elecciones europeas. Ello permitiría a la coalición de centroderecha tener la mayoría parlamentaria que en este momento no tiene (le faltan 20 senadores para controlar la Cámara Alta), pero aquí también resulta inevitable hacerse una pregunta: ¿permitiría Renzi a su rival Matteo Salvini ser el nuevo primer ministro o bien pondría como condición que el nuevo inquilino del Palazzo Chigi fuera, por ejemplo, Antonio Tajani, “mano derecha” de Berlusconi y actual presidente del Parlamento Europeo? Resulta, ciertamente, otra incógnita difícil de despejar.
También existe una posibilidad en este momento inviable según lo que hemos comentado antes, pero que debemos tener presente: que el Movimiento Cinco Estrellas rompiera con Salvini y creara una nueva coalición con el PD, algo que sumaría una nueva mayoría en el Senado. El problema es que, para ello, Cinco Estrellas necesita al completo el grupo parlamentario del PD, y que además Zingaretti tendría que olvidarse de la palabra dada, ya que se comprometió, antes de ser elegido secretario general, a que en ningún caso haría coalición de gobierno con el Movimiento Cinco Estrellas. Todo ello sin olvidar que antes tendría que doblegar a Renzi, algo difícil de suceder porque el ex primer ministro tiene mucha más presencia y carisma en su partido que el nuevo secretario general.
La realidad es que, sea cual sea la fórmula utilizada, el cambio comienza a resultar cada vez más urgente. La economía se encuentra en caída libre; las inversiones, congeladas; la producción industrializada, reducida en muchos de sus sectores; la deuda nacional, cada vez más voluminosa; y el incumplimiento amplio del objetivo de déficit, a la vuelta de la esquina.
Y lo más llamativo de todo ello es que el político más popular entre los italianos sea precisamente Matteo Salvini, porque él, junto con Di Maio, tiene mucha culpa de lo que está sucediendo en Italia: fue él quien enfrentó a su país con las autoridades comunitarias a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado (con insultos al presidente de la Comisión Europea, Juncker, incluidos); también fue él quien ha llevado a generar un importante clima de desconfianza entre los inversores extranjeros con su intento de poner al frente de Economía y Finanzas a un ministro contrario a la moneda única (Savona, quien al final tuvo que ver cómo la cartera que iba para él acabó en manos del catedrático de Economía Giovanni Tria); y ha sido él quien, con su política ultranacionalista y populista (eso sí, con la inestimable ayuda del muy incompetente líder del Movimiento Cinco Estrellas, Luigi Di Maio), ha llevado la prima de riesgo a niveles cada vez más intolerables.
Sabido es, en ese sentido, que Salvini es auténticamente camaleónico: se inició en las juventudes comunistas para luego pasar a la Lega Nord Padania de Umberto Bossi (lo que le llevó a ser de derechas y federalista), y, ahora, tras convertirse al populismo, pretende presentarse como todo un hombre de Estado que pondrá orden en la deterioradísima economía italiana. Ver para creer, pero Salvini es ahora mismo el hombre de moda en Italia, el líder fuerte que el país necesita, cuando la realidad es que Salvini, antes de convertirse en vice primer ministro, solo conocía la vida municipal (fue concejal de Milán en los años 90) y parlamentaria (ha sido tanto eurodiputado como diputado nacional). Lo cierto es que este gobierno no puede durar mucho más tiempo: si ya la situación del país era delicada antes de que ellos llegaran al poder, ahora se ha vuelto mucho más crítica. Pero algo hay que hacer. Y, si alguien lo sabe es tanto la troika como el presidente Mattarella, aunque seguramente no habrá novedades sustanciales hasta, por lo menos, dos meses.