
En cualquier programa académico existen unos objetivos de aprendizaje. Los estudios necesarios se dividen en asignaturas, estableciéndose una correlación entre estas y aquellos. Lo normal es cursar del orden de 40 asignaturas en un Grado, y entre 10 y 20 en un postgrado. Hasta aquí, todo parece normal. Las cosas se ven diferentes cuando se piensa en una hipótesis subyacente, tan importante como frecuentemente olvidada: que el estudiante integra los conocimientos que adquiere en las diferentes asignaturas. En la vida no hay problemas puros de contabilidad, o de termodinámica, o de álgebra, o de resistencia de materiales, o de marketing, o factores humanos, por citar algunas de las asignaturas típicas en distintos programas. Se supone que el egresado es un profesional bien formado que es capaz de aplicar los conocimientos adquiridos y contribuir a la resolución de problemas complejos. Pero esos problemas tendrán múltiples facetas sociales, técnicas, económicas, legales, éticas, etc. Para ello el profesional debe ser capaz de poner en práctica todos los recursos necesarios de entre los adquiridos, generando las adecuadas sinergias. Lamentablemente, la mayoría de los sistemas académicos convierten la enseñanza en silos de conocimiento; el estudiante aprende cada materia, pero no es capaz de desarrollar una visión de conjunto que integre los conocimientos adquiridos. El estudiante aprueba y se gradúa, pero no se alcanza el verdadero objetivo del aprendizaje. El Trabajo de Fin de Grado es insuficiente para aunar y poner en práctica todo lo aprendido. Este hecho se ha puesto recurrentemente de manifiesto, cuando muchos de los egresados que se incorporan al mundo laboral demuestran bastante incapacidad al aplicar esa visión holística a la resolución de problemas socio-técnicos complejos.
La metodología de aprendizaje basado en proyectos (project-based learning) es la recomendada por la National Academies Press de los Estados Unidos y es la empleada desde hace más de seis años por la Escuela de Arquitectura, Ingeniería y Diseño. El ADN de la metodología académica que empleamos lo integran el project-based learning, la evaluación continua y la auto-valoración del estudiante. Sin retro-alimentación no hay progreso; por eso la evaluación continua es el complemento ideal al aprendizaje basado en proyectos. Recibir valoraciones de otros está bien y es sin duda necesario en el entorno académico, pero eso solo no termina de propiciar la necesaria madurez de un buen profesional. Por ello se estimula a los estudiantes a que valoren sus trabajos; eso les ayuda a desarrollar el necesario criterio y madurez.
En la metodología project-based learning los estudiantes realizan varios proyectos en cada curso, en diversas asignaturas; eso les permite validar a través de la práctica los conocimientos teóricos adquiridos. Sólo puede considerarse que se entiende aquello que se es capaz de aplicar con éxito. Pero la metodología va mucho más allá. Una parte esencial de la metodología project-based learning son los denominados proyectos integradores. En estos proyectos el estudiante realiza un trabajo en el que debe aplicar los cuerpos de conocimiento correspondientes a varias asignaturas. Por ejemplo, se realiza en el Grado en Ingeniería de Sistemas Industriales un extraordinario proyecto que integra dos asignaturas: ‘Teoría de máquinas y mecanismos’ y ‘Automatismos y control’. O en el Grado en Ingeniería Aeroespacial, un espectacular proyecto que integra nada menos que cuatro asignaturas: ‘Mecánica de fluidos II’, ‘Aerodinámica y aeroelasticidad’, ‘Diseño gráfico y mecánico’ y ‘Habilidades directivas’.
La visión de conjunto es precisamente uno de los elementos clave del enfoque sistémico, el paradigma para el análisis y resolución de problemas complejos. No es posible concebir una metodología académica que no estimule y refuerce la visión de conjunto, en la que los estudiantes realmente integren todos los conocimientos adquiridos y sean capaces de ponerlos en práctica con éxito. La experiencia demuestra que a través de esos proyectos integradores los estudiantes dejan de aprender en silos y adquieren una auténtica visión de conjunto. Y el efecto es aún más extraordinario, al realizarse diversos proyectos integradores a lo largo de los estudios. Lo importante no es sólo entender qué debe hacerse, cómo y por qué; es necesario generar los adecuados automatismos, para evitar la frecuente brecha que manifiestan muchos profesionales entre conocimientos teóricos poseídos y conocimientos aplicados en la práctica. El cerebro humano funciona en dos modos conocidos como automático, o sistema 1, y consciente, o sistema 2. A través de los proyectos integradores, los estudiantes se acostumbran a combinar áreas de conocimiento, lo que genera en ellos ese extraordinario automatismo de abordar problemas con una visión global u holística. Eso es lo que les convierte en verdaderos profesionales, capaces de aportar valor añadido a sus empresas, a sus clientes y a la sociedad en general. Los proyectos integradores son magníficos eslabones entre los proyectos que realizan en asignaturas y el Trabajo de Fin de Grado. Todo ello les permite ser capaces de aplicar lo aprendido. Ese es el verdadero objetivo del aprendizaje. Eso es lo que tanto valoran las empresas y organismos en nuestros egresados. Esa es la magia de los proyectos integradores.