
Solía decir el humorista británico Douglas Adams que “nada viaja más rápido que la luz, excepto las malas noticias”. El pasado 12 de agosto sonaron las alarmas en Europa, cuando la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido publicó la serie de datos referentes al crecimiento económico del país. El dato fue demoledor. Después de efectuarse el bréxit el 1 de febrero de 2020, y con el país sumido en plena pandemia de covid, se observa una contracción singular y muy acentuada de la economía de hasta el 20,4% del PIB entre abril y junio. El porcentaje es, sin lugar a dudas, una mala noticia para el gobierno de Boris Johnson, porque es el peor dato desde que se comenzaron a elaborar la serie de registros estadísticos, que se remontan a la fundación de la ONS (por sus siglas en inglés) en 1959, durante el gobierno de Harold Macmillan. El porcentaje se aleja con diferencia de los países de la eurozona, que sufrieron de media un 12,1% de contracción, aunque no muy lejos de España, que ha experimentado una caída de hasta el 18,5% del PIB.
Los británicos han entrado oficialmente en recesión económica y conocen bien el significado de una crisis[1] porque a lo largo de su historia las han tenido muy presentes y han sido recurrentes, principalmente durante los siglos XVIII, XIX y, de manera importante, en el siglo XX, coincidiendo con la consolidación del capitalismo liberal en el mundo[2]. La Guerra de Sucesión Española[3], por ejemplo, exigió importantes esfuerzos económicos a los ingleses, que vieron agravada su situación por una serie de malas cosechas. Como consecuencia, se sufrió una merma del 15% del PIB en 1706. Esta situación se acentuó, incluso, con el gran invierno que vivió Europa a finales de 1708 y comienzos de 1709, y que supondría otro gran descenso de hasta un 14% del PIB. Fueron años muy complejos, de los que supieron sobreponerse y luchar frente a la adversidad bajo la premisa de la unidad entre Escocia e Inglaterra, con el enorme éxito que supuso el Acta de la Unión de 1707[4].
Un siglo después, las consecuencias de la depresión de las Guerras Napoleónicas[5] se arrastraron durante nueve años, entre 1812 y 1821, originándose momentos de extrema necesidad, precisamente cuando el país había perdido hacía menos de 30 años sus colonias en América del Norte. Con una Europa dominada por el consenso a partir del entendimiento de los Congresos de Viena[6], y al que tanto aportaron lord Castlereagh y después el duque de Wellington, el país pudo crecer y florecer sobre los pilares de la primera Revolución Industrial, en un singular periodo de paz y de equilibrio de poder entre los viejos Estados europeos.
No obstante, el pánico de 1873 –Panic of 1873[7]– supuso para el país una seria, costosa y duradera crisis económica que arrastraría hasta 1896. El origen se debió a los problemas económicos que se sucedieron entre varios continentes y que terminaron por impactar en el Reino Unido con mayor dureza, debido a la creciente interdependencia económica mundial que empezaba a producirse entonces. La inflación estadounidense que tenía lugar, en gran parte, por las inversiones especulativas desenfrenadas en sectores como el ferrocarril, unido a la desmonetización de la plata en Alemania y en los Estados Unidos; sumado a las consecuencias de la fatal guerra franco-prusiana (1870-1871), las devastadoras pérdidas en el Gran incendio de Chicago de 1871 y el gran incendio de Boston de 1872, ejercieron una presión masiva sobre las reservas bancarias, y fueron factores detonantes de la caída de la bolsa de Viena, el 9 de mayo de 1873, entonces capital del Imperio austrohúngaro y, poco después, la quiebra de la entidad bancaria Jay Cooke and Company, de la ciudad de Filadelfia, el 18 de septiembre de 1873, que produjo un shock de notable trascendencia[8].
Las clases populares, principalmente, fueron las que sufrieron las consecuencias que estos hechos supusieron para el Reino Unido al ver cómo mermaban sus ingresos. La deflación agrícola afectó a los granjeros, muchos de los cuales optaron entonces por vender sus minifundios y marchar a las grandes urbes en busca de mejores oportunidades ofrecidas por una industria floreciente en los albores de la segunda Revolución Industrial. Poco pan y pocos derechos en los suburbios de Londres, Manchester o Liverpool. En ese ambiente se extendió el descontento del proletariado contra los gobiernos y empezaron a surgir corrientes partidistas que defendían a la clase obrera, como el Partido Laborista, fundado el 27 de febrero de 1900 por el escocés Keir Hardie[9].
Las depresiones económicas del Reino Unido durante el siglo XX también fueron, si cabe, mucho más duras en términos de sufrimiento humano, ya que la Primera Guerra Mundial empujó al país, durante los años inmediatamente posteriores a la contienda bélica, a una serie de recesiones que le producirían importantes descensos demográficos y caídas en el PIB de entre un 6 y un 8%. La ausencia de millones de jóvenes masacrados en las trincheras de Europa y la falta de mano de obra llevó a la economía a un periodo de colapso del que tardaría en recuperarse durante los felices años 20[10]. Y se habría extendido aún más de no haber contado con la ayuda y los ingresos que producían sus múltiples colonias, que pusieron toda su producción al servicio de los intereses de la metrópoli.
En la siguiente década de los años 30, el país también tendría que hacer frente a un enorme coste económico, cuando estalló el Crack de 1929[11]. Se produjeron serios estragos en la balanza de pagos de Reino Unido, cuando vieron mermados sus intercambios con los Estados Unidos de América, que recortaron aceleradamente su demanda de productos importados. Asimismo, las altas tasas de interés, defendiendo el patrón oro, obligaron al país a abandonarlo en septiembre de 1931, con caídas que oscilaban entre el 3 y el 5% de deflación anual. Necesitaron hasta 16 trimestres para que su PIB volviera a los valores previos a la recesión. A partir de entonces, se sucedieron una serie de recesiones cíclicas, no tan profundas como las que hemos destacado, pero que tuvieron serias consecuencias para los primeros ministros que se encontraban al frente de los distintos gobiernos conservadores y laboristas.
Anthony Eden, por ejemplo, en 1956, tuvo que aceptar la falta de competitividad de la industria automovilística británica, las altas tasas bancarias, los efectos de la crisis del Canal de Suez y el coste que supuso el embargo de petróleo por los países árabes. Todo ello motivó su caída el 11 de enero de 1957. La economía británica tendría que encarar una nueva crisis al comienzo de su adhesión a las Comunidades Europeas debido a la crisis del petróleo de 1973, con una estanflación galopante, el declive de las industrias británicas tradicionales, la ineficiente productividad y la ruptura del diálogo social por las disputas laborales sobre los salarios[12].
El gobierno de Edward Heath tuvo que hacerle frente[13] y consiguió aunar a la opinión pública a favor de la adhesión del país al proyecto de construcción europeo en un momento enormemente complejo[14]. Sin embargo, a punto estuvieron de descarrilar entonces, porque bajo el mandato de su sucesor, Harold Wilson, se plantearía un referéndum de permanencia en las Comunidades[15]. Aunque el resultado fue favorable, el cansancio del premier y su carencia de visión a largo plazo supusieron un obstáculo insalvable para su permanencia en el poder. Dimitió el 16 de marzo de 1976.
La falta de estabilidad política, de líderes visionarios y de medidas acertadas para resolver las crisis de aquellos años cobraron una seria factura al laborismo británico, dejando al partido fuera de la presidencia durante casi 20 años, tras el gobierno de James Callaghan[16]. Con la llegada de Margaret Thatcher al 10 de Downing Street, el país se enfrentó a las fuertes medidas deflacionarias que implementó e incluyeron recortes de gastos públicos[17], ejecución de políticas monetaristas, reducción en términos absolutos de la inflación y la transición de una economía manufacturera a una economía de servicios. Como consecuencia de todo ello, los beneficios de las empresas disminuyeron un 35%, el desempleo aumentó del 5,3% de la población activa en agosto de 1979 al 11,9% en 1984, y el PIB se demoró trece trimestres hasta lograr la estabilidad alcanzada en 1979, con picos de inflación del 18,0% en 1980, del 11,9% y 8,6% en los dos años siguientes.
El primer mandato de la Dama de Hierro, abiertamente crítico con las Comunidades Europeas, resultó nefasto en términos económicos. Sin embargo, revalidó la confianza de la población en las elecciones de 1983, gracias a la victoria obtenida en la guerra de las Malvinas[18]. A partir de entonces, se encadenaron amplias mayorías conservadoras lideradas por lady Thatcher, hasta su defenestración en 1990 por su abierta falta de europeísmo y sus impopulares políticas nacionales, con recorte de comidas en las escuelas e impuestos a las clases medias y bajas.
Durante aquellos años, mientras crecía el antieuropeísmo, alentado desde las principales instituciones del Estado, la economía del país se benefició de su permanencia en las Comunidades, ya que alcanzaron un dinamismo inmediato tras su incorporación al Mercado Común. El comercio del Reino Unido con los estados miembros de la CEE despegó inmediatamente tras su adhesión y superaó cuantitativamente al que mantenía con el resto de países miembros de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), impulsando su comercio exterior, su balanza de pagos y su competitividad gracias a la notable reducción de aranceles.
La Unión Europea, bajo los gobiernos de John Major[19], Tony Blair[20], Gordon Brown[21] y David Cameron[22], ha dado al Reino Unido todo lo que podía esperar de ella y durante casi medio siglo les ha beneficiado una mayor apertura a los mercados mundiales, lo que ha fomentado su dinamismo económico, incrementando la inversión directa extranjera en el país, la competencia de sus empresas y redundando en una innovación constante de todos los sectores productivos.
Sin embargo, el país decidió en 2016 someter, una vez más, a referéndum su permanencia en el proyecto integrador europeo. El ciudadano fue llamado a votar bajo el peso de décadas de euroescepticismo, escasez de cultura sobre la Unión Europea y sometido a un clima de intoxicación por poderes espurios que señalaban a Europa como la madre de todos los males del pueblo. En esas circunstancias, el 23 de junio de 2016 el pueblo británico se pronunció, mayoritariamente en Gales e Inglaterra, a favor del no a la permanencia. La élite política emprendió el camino de salida, invocando el artículo 50 del Tratado de la Unión, llamando a la unidad a los ciudadanos y asumiendo el papel generacional que la historia les había encomendado. La salida de la UE se convirtió en la prioridad para los gobiernos de Theresa May y de su sucesor, Boris Johnson, que se consideraron a sí mismos como líderes de una nación elegida, destinada a salir airosa de las crisis y de las grandes encrucijadas de la historia, porque fueron capaces de sortearlas todas. Incluso en aquellos momentos en los que parecieron quedar a merced de fuerzas extranjeras, como en tiempos de Felipe II, cuando la poderosa monarquía hispánica mandó a la Armada Invencible contra las islas y fracasó[23]; o ante las fuerzas napoleónicas, cuando sortearon el bloqueo continental que les impuso el emperador francés[24]; o bajo los terribles bombardeos nazis[25], ante los que nunca sucumbieron.
El caso es que estos sucesos forjaron su carácter indómito y soberanista, formando parte sustantiva de su conciencia nacional, de la cual hoy se sienten herederos y dispuestos a defenderse aislados frente a cualquier proyecto integrador que configure una nueva entidad política europea. Este aislacionismo autoimpuesto y la poca altura de miras de los estadistas están empujando al país a la tormenta perfecta. No podemos obviar que Reino Unido ha trabajado mucho por las libertades y la democracia en Europa. Millones de sus compatriotas han perecido en los campos de batalla luchando por la libertad y la democracia, pero tristemente hoy los nietos y bisnietos de aquella valiente generación sufrirán doblemente el resultado de esta sinrazón.
Según la compañía estadounidense de asesoría financiera Bloomberg, el coste del bréxit ha alcanzado los 130.000 millones de libras y podría superar los 200.000 millones de libras en diciembre de este año. La economía británica ha perdido en crecimiento un 3% consecutivo en estos tres años, y ha aprobado partidas de gasto de 4.500 millones de libras para anunciar y preparar a las empresas británicas de cara a la salida de la Unión Aduanera y del Mercado Común, que se producirá el 1 de enero de 2021. Reino Unido se ha quedado fuera del fondo de reconstrucción, dotado con 750.000 millones de euros, y de un marco financiero plurianual de la Unión Europea muy generoso, con más de un billón de euros, que sienta las bases de la recuperación económica. Reino Unido vuelve a estar solo, en recesión, sin ayudas de la Unión Europea, sin cheque, y con una factura que debe saldar por su salida valorada por la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria del Reino Unido en 37.100 millones de libras. Algunos vaticinan ya este escenario como el fin del orden liberal que ha reinado en el país durante décadas[26].
Decía Benjamin Franklin: “Cuida de los pequeños gastos; un pequeño agujero puede hundir un barco”. El bréxit y el covid, dos fenómenos aislados, pero que singularmente han coincidido en el espacio tiempo en el que nos encontramos, están representando no solamente la crisis más dura en la historia de la nación[27], sino el agujero más grande que puede hundir al país debido a la inconsciencia de los políticos que lo lideran y que harán pagar los platos rotos, como siempre, a las clases más humildes y trabajadoras, hoy inmersas en un estado de shock[28].
El Reino Unido en el futuro podría revertir esta situación, bajo una generación de líderes europeístas que soliciten volver al corazón del proyecto europeo, invocando el artículo 49 del Tratado de la Unión Europea. No obstante, deberán ser conscientes del coste que conllevará, pues tendrán que cumplir con el acervo comunitario íntegramente, sin reservas ni excepciones y perdiendo la confortable posición que habían alcanzado con los años. Al abrigo de una Unión, las crisis son más llevaderas, y eso los europeos lo sabemos porque empezaremos a percibir cómo en los próximos años el dinero de la UE llegará a los estados miembros para su recuperación de la crisis del covid; mientras tanto, Reino Unido está y permanecerá solo ante la adversidad, sin colonias, sin imperio y sin más ayuda que la de su nación, con la vista puesta en las procelosas aguas del Atlántico[29].
Julio Guinea es profesor de Relaciones Internacionales en el Grado en Relaciones Internacionales
Bibliografía
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[19] Major, J., 2013. John Major: the autobiography. HarperCollins UK.
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[24] Heckscher, E.F., 1922. The continental system: an economic interpretation (Vol. 7). Clarendon Press.
[25] Bartov, O., 1992. Hitler’s army: Soldiers, Nazis, and war in the Third Reich. Oxford University Press.
[26] Ikenberry, J. (2018). “The end of the liberal international order?”. International Affairs, 94 (1), 7–23.
[27] De Lyon, J.; Dhingra, S. “Covid-19 and Brexit: Real-time updates on business performance in the United Kingdom”. Centre for Economic Performance, 2020.
[28] Klein, N. (2007). The shock doctrine . Penguin.
[29] Oppermann, K., Beasley, R. and Kaarbo, J., 2020. British foreign policy after Brexit: Losing Europe and finding a role. International Relations, 34(2), pp.133-156.