
Durante el siglo XXI, desde una perspectiva fenomenológica y hermenéutica, se procuró analizar filosóficamente “el don”, especialmente en la filosofía francesa. En el presente artículo se ha procurado vincular tan importante idea con “lo justo”, permitiendo, así, vislumbrar una posible ética de la justicia vinculada a ese “don”. Por tal motivo, se ha querido reflexionar sobre la manera en cómo interactúan dos ámbitos aparentemente tan diversos, pero asimismo conexos: el supraético de la gratuidad y del don, con el ámbito ético, simétrico y existencial de la justicia (y de lo justo, núcleo o nudo de tal relación).
1. El donar
Donar significa entregar un bien en las manos de otro sin recibir nada a cambio. Estas palabras distinguen dos términos que a veces pueden confundirse: el donar y el dar.
En un primer momento, puede distinguirse en tal acto, por una parte, la acción propiamente de entrega; posteriormente, lo que se entrega; y en tercer lugar, la gratuidad de no esperar nada a cambio por tal entrega.
En el acto de donar, por consiguiente, una persona, el donante, con plena libertad, no forzado y guiado por un espíritu de generosidad, hace un don a otro con total independencia de la respuesta que reciba. Importante, de todas maneras, es acentuar que cuando se dona no se espera nada a cambio[1]. Es más, sucede que a veces el destinatario responde al donante y se produce una relación recíproca, pero en otras, puede acaecer, inclusive, que el don no sea aceptado o no suscite ninguna reacción de gratitud.
Francesc Torralba, acertadamente, ha manifestado que la lógica del don no se mide por la equivalencia del intercambio, sino que es la de un ofrecimiento unilateral y gratuito[2].
Así pues, donar aparece como un movimiento asimétrico, unilateral, que surge de la espontaneidad y de la libertad. ¿Por qué?
Porque en la donación siempre se aprecia un movimiento no proporcional, un movimiento de exceso, tal como lo ha comprendido acertadamente Ferrer, considerado tal exceso como afín a la abundancia. Esto permite reflexionar sobre el hecho de que la persona posee dentro de sí la capacidad de realizar esta acción sin cálculos. Ella sabe excederse en dar más de cuanto tiene que dar. En la donación existe, de suyo, una falta de proporción[3].
2. ¿Qué puedo donar?
Debe precisarse que, si bien el objeto del don puede ser múltiple y variado, no hay más grande objeto que justamente el sumo bien; y ese sumo bien es el ser personal.
Desde este instante es importante aclarar que, cuando se hace mención al don, se alude principalmente al hecho de darse a sí mismo, porque este es el sumo bien. Es decir, no hay nada mayor ni más pleno que dar el propio ser personal[4].
¿Acaso no implica tal don de sí la grandeza de la dignidad de la persona humana, saber darse a sí misma y saber hacerlo en libertad?
Es el homo donator el que ejemplifica uno de los ámbitos principales donde se funda la dignidad de la persona, el de su originalidad. Porque, al dar lo originario que existe en cada uno, se está dando la identidad del propio ser, el cual es irrepetible. Vale decir que, al darse a sí mismo, se da algo que es irrecuperable y que no puede volver a darse. Pero he aquí una paradoja de naturaleza amorosa y por ello abundante: puede la fuente del don de sí ser inagotable o, al menos en términos humanos, muy difícil de agotar; lo cual implica que cuando alguien se dona en un acto, si bien no se recupera, pueda volver a darse en otro acto de manera totalmente nueva[5]. ¿Por qué? Porque el don de sí mismo es fuente de vida y de vida abundante.
No obstante, el don lleva consigo algo paradójico. Porque, si bien se vislumbra imperioso, también se presenta como libre. Y si bien es útil, también se presenta como gratuito. Un acto de libertad que deja al destinatario libre de corresponder a lo que ha sido donado. Solo en la libertad, el don es realmente don; y por tal motivo puede significar un riesgo:l que no sea aceptado. Porque si existe algún atisbo de obligatoriedad, el don puede llevar ímplicito una semilla de vicio que lo desfiguraría, convirtiéndolo en algo distinto a lo que es, gratuidad de entrega.
Ahora bien, precisamente a partir de esta condición de libertad puede aparecer la utilidad del don. ¿En qué sentido puede ser útil el don de sí mismo, sin por ello inscribirse en la lógica del interés de permuta, del dar para recibir algo a cambio? Existe utilidad en el donar porque esta acción tiene sentido y produce sentido: el sentido de construirse como persona, reconocerse en otros porque te has dado a ellos[6].
Una persona es frágil, es vulnerable, pero en tal vulnerabilidad radica una soslayable fortaleza. Al ser contingentes, la existencia personal requiere de la ayuda, de la colaboración de otros para seguir siendo, porque se puede no haber sido, pero se es; porque en un primer momento se ha recibido gratuitamente la posibilidad de ser, de estar vivo. Somos alguien porque otros nos han dado la vida.
La contingencia requiere, por consiguiente, de la necesidad de otros, y tal necesidad es de carácter ontológico, requisito sine qua non para ser. El don potencia al ser personal, tanto para quien se da como para quien recibe lo dado, pues este recibe al otro que se da.
El otro, que es realmente un gran misterio; el otro que se invoca; el otro con quien no se está solo despierta en cada uno el deseo del don, de ser más, y solicita el extraordinario intercambio de donar y recibir. La alteridad, vivida desde esta contingencia, es la invitación al encuentro de la proximidad.
3. La construcción de la projimidad en el don de sí mismo
El don implica gratuidad, no un intercambio simétrico; implica el espacio irresoluto de lo abundante. Pero tal abundancia, en términos humanos, es vivencia fecunda del instante; vale decir, una nota escrita en la sinfonía del tiempo, entendido este instante como el cruce del ahora con la eternidad. Considerando lo efímero de aquel, pero al mismo tiempo anhelante de infinitud, surge la posibilidad de encontrar un punto de inflexión para una posible reflexión que pueda versar sobre la justicia.
Todo lo que hay en la naturaleza es don, afirma Torralba, porque se encuentra allí sin haberlo generado el ser humano. Estaba allí antes de su nacimiento y lo estará después de muerto. Todo se da, pero no se da del mismo modo, por cuanto solo el ser dotado de libertad, el ser personal, tiene capacidad para percatarse de la dinámica interna del don. Solo él es consciente de lo que desea dar de sí al mundo[7]. El hombre es una caña que piensa, parafraseando a Pascal, y que puede pensar el darse a sí mismo.
Cuando una persona se da es cuando realmente se recupera; recupera lo inaudito de su ser personal. Lo inaudito implica adentrarse en la libertad, la cual es la condición de posibilidad del don. Pero ciertamente se trata de una posibilidad humana; por ello el don solo tiene sentido dentro de la condición humana. Tal libertad en sentido originario, en su raíz, expresa el universo de la liberación.
El darse de cada uno solo es posible si se libera plenamente aquello que se es, se vierte fuera de sí, se deshace de los lazos y de las cadenas que le impiden emprender el vuelo, que le impiden ser lo que está llamado a ser; una vocación, el llamado de cada uno a vivir en esta vida su ideal personal, su existir en términos originales diferente a cualquier otro[8], su singularidad irrepetible, la individualidad en comunión[9].
Frente a la pregunta “¿qué puedo donar de mí?”, cabe pensar que puedo donar lo que soy, y soy entre otras cosas mi proximidad. Pero tal proximidad, entendida dentro de los límites de lo personal, es lo que denominamos la “projimidad”.
Darse a uno mismo significa dar la propia presencia al servicio del otro, quien quiera que sea, simplemente porque es un próximo personal, es un “prójimo”.
Dar a cada uno lo suyo es de justicia; ahora bien, darse a cada uno es vivir el justo don existencial.
Las necesidades humanas son muchas y las situaciones de sufrimiento, de dificultad y dolor son infinitas, pero la mayor necesidad puede ser querer estar con alguien cerca, y que este alguien sea don con su presencia. Para ello no se requiere palabra alguna, simplemente el rostro y la mirada. Nuestra mirada, nuestro rostro y hoy en día un bien tan escaso como nuestro silencio que nos interpela, son nuestra projimidad. Si aprendemos a comunicarnos en el silencio quizás aprendamos a conocernos en prójima intimidad.
4. La gratuidad del compartir como razón del don
La razón del don no es interesada. No puede serlo porque, de lo contrario, cabría pensar en la necesidad de la reciprocidad, lo cual implica distanciarse del ámbito de la gratuidad.
El primer acercamiento a este misterio, mas no problema, siguiendo la estela de Gabriel Marcel, radica en saber que la razón del don se encuentra en el hecho de que quien dona, la persona, es un don viviente. Otra cosa sería afirmar que es por eso, por esa razón, por lo que da gratuitamente. No se trata solo de que haya intención de darse o no en el ser personal, sino la posibilidad de que, si la razón radica en que él mismo es un don, esa es la explicación ontológica de que pueda donar y, por ello, donarse gratuitamente. Es decir, cabe el donar porque las personas son de suyo un don, aunque no sea la razón consciente por la que se dona. Porque en el origen del ser personal existe una donación fundante[10], lo cual provoca que las personas se encuentren vinculadas, y en un plano más íntimo, sean aliadas en su necesidad.
Por ello se puede afirmar que, en cierto sentido, la razón del don radica en esta caridad gratuita y compasiva del colaborar a la existencia del otro. Me siento responsable de su existir.
El don, que es vinculación, permite que la ciudad se viva como comunidad. Una polis es, entonces, una comunidad cívica, una puesta en común por parte de los ciudadanos, de sus dones.
Decir don significa pronunciar el dar gratuitamente: sin intercambio, sin esperar nada a cambio, sin crear deudas, sin reciprocidad. En efecto, no hay don sin gratuidad.
Para entrar en la lógica del don y de la gratuidad es necesario también aprender a recibir, aprender a acoger el don: si no existiera la capacidad de recibir, no existiría tampoco la gratitud, no existiría la capacidad de reconocimiento del otro, gracias a la cual me humanizo, me hago responsable de los demás siendo más libre. Amar es darse a sí mismo, pero es también recibir la originalidad del otro. Amar es acoger en y con el don.
El don es gratuito y libre, por parte de todos los involucrados, lo cual invita a integrar una experiencia relacional; un ver y percibir la necesidad del otro que me invita a darme en pos de su carencia y que, a su vez, provoca que el donatario acoja el don como una oportunidad de ser alguien más. Este ser alguien más es el ser hermanos, vivir el don existencial del amor que nos hermana. Ahora bien: ¿acaso esta hermandad no nos obliga a actuar en justicia por y para el otro? En definitiva, ¿cuál es la relación entre el don y la justicia?
La respuesta es un vínculo. Y ese vínculo es también una alianza. Ahora bien, tal vínculo y alianza tienen un nombre, y su nombre es “lo justo como don existencial de sí mismo”.
Bianchi[11] afirma que vivimos en una sociedad que cree ser, sobre todas las cosas, un mercado en el que no hay lugar para el acto de donar porque reina la primacía absoluta de la libertad de intercambio. Este requiere siempre obtener algo a cambio, una contraprestación.
La confianza se dirige totalmente a este mercado, y frente a las situaciones de injusticia y de grave desigualdad, se recurre a la filantropía, a las acciones que tienen como eje central una justicia distributiva. La sociedad debe considerarse como communitas de personas, iguales en dignidad y diferentes entre sí. Y el bien común debe perseguirse como el bien de estar juntos, pero más que ello, la posibilidad de ser juntos, condición esencial para una verdadera humanitas, para un camino de humanización. El estar juntos puede invitar a darnos, quizás porque resulta imprescindible para construir la necesaria convivencia.
Sin perjuicio, faltaría reflexionar sobre la participación de la gratuidad en las relaciones de justicia. Se trata quizás de un camino nuevo, difícil de explorar y de recorrer; pero colmado de sentido, donde la individualidad, tal como es entendida, en parte por Millas[12], se integra en la alteridad hermenéutica fenomenológica de Ricoeur, Levinas, Conill y Grande, entre otros, y cobra un sentido existencial. Así, la justicia pronunciada y partícipe del don es lo auténticamente justo.
O el bien común es sentido, concebido y perseguido como bien de toda la humanidad o no es el bien común, acierta en decir Bianchi, sino el bien de algún pueblo, de alguna tierra, que no reconocen ni sienten un vínculo de communitas con los demás[13]. En esta perspectiva, es necesario un verdadero cambio, quizás por ello envuelto en cierta radicalidad. El paso de la beneficiencia a la praxis de acciones gratuitas y generosas que no obedezcan a la ley del interés personal, a la lógica del intercambio interesado, sino que den testimonio de la libertad de todo donante, de la dignidad de todo destinatario del don y de la fraternidad responsable que es generada por la proximidad con los otros, por el encuentro con el propio rostro del otro.
Es importante que exista un tránsito de la beneficiencia a la gratuidad, vale decir, de la justicia social a la justicia donal, a la vivencia con sentido del don de la projimidad. Pero esta projimidad es bidireccional, resultando imprescindible la participación del donante y del donatario; que vivan una experiencia de communion, que experimenten la imprescindibilidad del otro, su identidad original.
En el hecho auténtico del donar, inmanente a la justicia, no se produce entonces intercambio, sino transformación. Porque el don precede a la conversión. Por consiguiente, puede transformar a quien lo recibe. Es, a fin de cuentas, una auténtica revolución en caridad. Y, quizás, tal cual señala López Quintás, más que transformación debemos hablar de “transfiguración” ética. Podría manifestarse, en palabras de este pensador, que la ética del don o es transfiguración o no es nada[14].
5. Conclusión: el sentido de lo justo como acontecimiento donal, hermenéutico y existencial
Procurando llevar las reflexiones anteriores al escenario de una ética de la justicia, se hace necesario, en primer lugar, detenerse en su contrario, la injusticia.
La tragedia que implica el ser víctima de una injusticia hace imprescindible que una persona imparcial pueda conseguir vivir interpretativa y emotivamente la búsqueda del sentido de la justicia.
Por ello, la reacción y solución judicial no se comprenden en su plena dimensión sin una lectura humanística–hermenéutica en la que el Derecho se encuentra con la experiencia de la ética, tal cual lo manifiesta de manera muy acertada Miguel Grande. El análisis certero y profundo de la praxis de la supuesta convivencia injusta es determinante en esta concepción de la justicia, señala tal autor, que también se entiende éticamente como ayuda al sufriente por la injusticia. Solo en este sentido hermenéutico el Derecho es experiencia, hecho y vida, porque es interpretado en su sentido pleno, más allá de su consideración positiva como sistema de normas[15].
Si nuestra sensibilidad no captara el dolor de la injusticia, no existiría una organización jurídico institucional que procura ponerle fin. La injusticia no es solo miedo, sino también una manifestación absoluta de la soberbia de implantar mis fines en la vida de otros, que vivan lo que he decidido respecto de ellos; verles no como fines, sino como medios e instrumentos de mis anhelos. En cierta medida así fue entendido por Capograssi[16]. Hacer justicia no puede consistir solo en aplicar la ley, sino en poner fin, o atenuar, el sufrimiento de una injusticia. Esta atenuación requiere de un acercarse; por consiguiente, en esta acción se vive una actitud compasiva, porque intenta atenuar el dolor del otro, del otro como “tú”[17].
Una justicia, pues, en la vida, en su latido como existencia real compartida, en la cual el riesgo de la agresión y el sufrimiento por una injusticia del otro, como sinsentido compartido, es latente y se enclava en el espíritu del ser que puede alcanzar su preocupación y su comprensión en plenitud de sentido, del mismo modo que pueda aspirar a la belleza o a la trascendencia[18]. En un mundo existencial compartido, la justicia trasciende lo individual, comprende el caminar junto a otros. El camino del imperio de una justicia, si bien no plena al menos profundamente personal y convivencial, es una peregrinación cuyo fin es el sentido y la pregunta por el sentido es la pregunta por la verdad, como lo dejó entrever Ricoeur.
En la experiencia viva del sentido de lo justo existe en el fondo el acontecimiento de la coexistencia una comprensión ética ontológica de la vida, el ser con otros. Es justamente esta experiencia integral la que me permite vivir la necesidad de lo justo y vincular el ámbito supraético y ético propiamente. Esta experiencia es necesariamente personal, pero se funda en la vivencia íntima de la alteridad[19]. Lo justo como don es la participación de la abundancia caritativa y plena en la simetría de la justicia, la superación del intercambio por el darse para ser, para ser todo lo que se puede ser. Esa es la vocación de la persona[20], vivir como un regalo, como un justo regalo, como un justo don, un don de amor.
Notas
[1] Vid. Leitao Álvarez-Salamanca, F. “La gratuidad en la donación”, en Revista chilena de derecho, Vol. 41, Nº. 2 (2014), págs. 589 – 607. Girón García, A. “La gratuidad ¿una utopía?”, en Educación y biblioteca, Nº 100 (1999), págs. 20-21. Gutiérrez, G. “Gratuidad y justicia” en Xavier Quinzá Lleó y José J. Alemany (ed. lit.), Ciudad de los hombres, ciudad de Dios: homenaje a Alfonso Álvarez Bolado, S.J, año 1999, págs. 557-562 [2] Cfr. Torralba, F. La lógica del don, Ediciones Khaf, 2ª edición, Madrid, año 2012. [3] Vid. Ferrer, U. “Filosofía del amor y del don como manifestación de la persona” en Quién: revista de filosofía personalista, Nº. 3, año 2016, págs. 23-33ResumenTexto completo
[4] Cfr. Villarán, A. “El sumo bien kantiano: el objeto construído de la ley moral”, Pensamiento: Revista de investigación e Información filosófica, Vol. 71, Nº 268 (2015), págs. 827-843 [5] Cfr. Gallardo Cervantes, A. “Ideas centrales de la ética de Leonardo Polo”, en VV.AA. Futurizar el presente : estudios sobre la filosofía de Leonardo Polo , año 2003. [6] Cfr. Gonçalves de Sá, M. “El Concepto de persona y construcción de persona prudente, a la luz de la Ética a Nicómaco”, Alia: revista de estudios transversales, Nº. 3 (2014), págs. 23-32[7] Torralba, F. op. cit., La lógica del don, página 57.
[8] Vid. Barraca, J. Vocación y persona, Unión Editorial, año 2003, Madrid.
[9] Vid. Torralba, F. La lógica del don, op. cit., página 61.
[10] Cfr. Díaz, C. La persona como don. Desclée de Brouwer, Madrid, año 2001. [11] Cfr. Bianchi, E. Don y perdón. Por una ética de la compasión. Editorial Sal Terrae, Santander, año 2016. [12] Cfr. Millas, J. idea de individualidad. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, año 2009. [13] Don y perdón. Por una ética de la compasión, op., cit. [14] Cfr. López Quintás, A. La ética o es transfiguración o no es nada, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, año 2014. [15] Vid. Grande Yañez, M. Filosofía del Derecho Hermenéutica, Editorial Tecnos, año 2018. [16] Capograssi, G. La vida ética. ¿Qué quiero realmente?. Ediciones Encuentro , Madrid, año 2017. [17] Grande Yañez, M. op. cit., página 178 y ss.[18] Cfr. Reinach, A. Los fundamentos a priori del derecho civil, Comares, Granada, año 2010.
[19] Vid. Burgos, J.M. La experiencia integral: Un método para el personalismo, Palabra, Madrid, año 2015. [20] Barraca, J. Vocación y persona, op. cit.Bibliografía de referencia
Barraca, J. Vocación y persona, Unión Editorial, año 2003, Madrid.
Bianchi, E. Don y perdón. Por una ética de la compasión. Editorial Sal Terrae, Santander, año 2016.
Burgos, J.M. La experiencia integral: Un método para el personalismo, Palabra, Madrid, año 2015.
Díaz, C. La persona como don. Desclée de Brouwer, Madrid, año 2001.
Ferrer, U. Acción, Deber, Donación. Dos dimensiones éticas inseparables de la acción. Dykinson, S.L. Madrid, año 2015.
Gianinni Iñiguez, H. La metafísica eres tú. Catalonia, segunda edición, Santiago de Chile, año 2017.
Grande Yañez, M. Filosofía del Derecho Hermenéutica, Editorial Tecnos, año 2018.
Mélich, J.C. Ética de la compasión, Herder, Barcelona, año 2010.
Millas, J. idea de individualidad. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, año 2009.
Reyes Mate. Tratado de la injusticia. Anthropos, Barcelona, año 2011.
Ricoeur, P. Lo justo, Madrid, Caparrós, Valencia, año 1999; Caminos del reconocimiento: Tres estudios, Editorial Trotta, S.A. Madrid, año 2005; Amor y Justicia, Editorial Trotta, Madrid, año 2011.
Torralba, F. La lógica del don, Ediciones Khaf, 2ª edición, Madrid, año 2012. VV.AA. Sobre Acción, Deber, donación de Urbano Ferrer. Ideas y libros ediciones, Madrid, año 2017.