
Celebramos el centenario de uno de los servicios públicos que probablemente más ha condicionado y favorecido el desarrollo urbano de Madrid y su entorno, formando, además, parte de la vida diaria de muchos de sus ciudadanos.
Tal como el café matutino, los primeros rayos de sol del día o la algarabía de los niños que van al colegio, el Metro ya forma parte de nuestras vidas, de nuestras experiencias cotidianas. Algo más que un vehículo que nos lleva desde un punto A hasta un punto B; en muchos casos es una parte de nuestro día a día, donde dedicamos quizás más horas que a otros menesteres que mucho apreciamos.
Es, pues, una responsabilidad nuestra como operadores y también como usuarios hacer de él un lugar más habitable, más agradable, más humano. Hay cosas que cuestan dinero; otras se consiguen solo con un buen gesto, una muestra de respeto o una simple y grata sonrisa.
El sistema de movilidad garantiza la necesidad básica de transporte de los todos los madrileños. El Metro juega un papel fundamental en áreas de alta densidad, canalizando flujos de viajes de carácter masivo y permitiendo a sus habitantes no solo alcanzar diversos puntos de la ciudad en un tiempo razonable y competitivo, sino además hacerlo con un óptimo nivel de fiabilidad.
Desde aquella primera línea que unía el otrora periférico Cuatro Caminos con el corazón de la Villa mucho ha llovido, y buena prueba del modelo de éxito que supone el Metro es ver cómo se ha extendido llegando a cada rincón de la trama urbana, tejiendo no solo líneas radiales, sino configurando una densa y eficiente malla en la actualidad, que permite interconectar con solo un transbordo las principales opciones de origen-destino.
Tres o cuatro generaciones de técnicos, planificadores, clientes y políticos, aquí y en otros muchos lugares del mundo, no pueden estar equivocadas en su apuesta por el sistema de ferrocarril metropolitano.
Cien años al servicio de la movilidad urbana y encajando a la perfección en el concepto de “si no existiese, habría que inventarlo”. Si los flujos de movimiento de personas que un servicio de tal magnitud canaliza hubieran de realizarse en la superficie viaria en vehículo privado, Madrid no podría ser una ciudad como la que hoy conocemos. De hecho, quizás no existiría como tal, o al menos distaría mucho de ser esa gran área urbana que hoy vemos y vivimos, y que articula de un modo más que correcto una intensa actividad social y económica a lo largo y ancho de un amplio y heterogéneo territorio. Ahora con nuevos retos, mirando hacia adelante, adaptándose a las nuevas tecnologías de información y entretenimiento, y sobre todo reforzando el muy acertado papel de trabajo en equipo, como pieza angular de un potente sistema de transporte público, que integra no solo medios ferroviarios y que presta una especial atención a la gestión de la llamada última milla.
Una visión de futuro con una ciudad moderna, vivible y paseable, donde el transporte público jugará un papel fundamental. Cien años le contemplan, haciendo gala de una radiante juventud, no solo con toda una vida por delante, sino además con la responsabilidad de seguir garantizando la movilidad de una ciudad que además exige altos estándares de calidad, respeto por el medio ambiente y uso racional de los espacios públicos, que no necesariamente deben ser entregados al asfalto y el acero de los coches.