
El proceso de construcción europea ha llegado a su 67 aniversario (si tomamos como punto de partida la Declaración Schuman de 9 de mayo de 1950) en una situación compleja pero seguramente mejor que hace un año, cuando el Reino Unido decidió votar “sí” a la salida de la Unión Europa tras más de cuatro décadas formando parte de ella. A pesar de ello, los retos inmediatos que sigue habiendo por delante son importantes y no pueden postergarse por más tiempo.
El primer desafío es la propia gobernabilidad de la Unión, que hace aguas en numerosos temas. La Comisión Europea, en teoría, ejerce el poder ejecutivo, pero la realidad es que debe someter sus decisiones a lo que principales países europeos quieran hacer. Mientras, el Europarlamento sigue sin tener auténticas atribuciones legislativas, siendo, en la práctica, un auténtico “cementerio de elefantes políticos”. Y el poder judicial sigue limitado por las diferentes leyes que imperan en cada país. A todo ello hay que añadir la poca seriedad con la que se entiende la política internacional de la Unión, así como la escasa importancia que se concede a la presidencia del Consejo. Porque el auténtico problema de fondo es que la construcción europea ha chocado con la dura realidad del tan arraigado Estado-nación que existe en algunos de los principales países europeos (Alemania y Francia, sin ir más lejos). Así que, tras el fracaso de la Constitución europea hace ya más de una década, parece claro que, a día de hoy, lo máximo a lo que podemos aspirar es a una unión bancaria y monetaria, detrás de la cual está la única institución europea realmente sólida, el Banco Central Europeo (BCE).
Con esta Unión Europea realmente ingobernable, lo lógico es que se esté llegando tarde a la resolución de los numerosos desafíos que se plantean, generando en más de una ocasión la sensación de auténtico bochorno. No hay más que ver el tema de los refugiados, atrapados en campamentos de la Europa del Este y a la espera de encontrar un destino final. Ningún país europeo los quiere porque nadie quiere renunciar al Estado del Bienestar (y por tanto compartir con extranjeros su riqueza nacional), pero la realidad es que muchos de esos refugiados constituyen, en el fondo, potencial mano de obra para un viejo continente, Europa, donde la avanzada media de edad de la mayor parte de sus ciudadanos le ha sumido en un profundo invierno demográfico.
Otro de los desafíos inmediatos está en qué hacer con el espacio Schengen y, por tanto, con la libre circulación de mercancías y trabajadores, dándose una tónica general: todos quieren que sus mercancías circulen hacia otros países, pero nada quieren saber de los trabajadores. Un tema que, por cierto, tiene mucho que ver con la marcha del Reino Unido, que cuando comenzó a ver que numerosos inmigrantes regulares se colaban en su país por el paso de Calais, cortó por la sano y concluyó su hasta entonces privilegiada relación con la Unión Europea. En ese sentido, tras el monumental batacazo que la primera ministra May acaba de darse en las elecciones legislativas, el paro, la inflación y, en definitiva, la recesión amenazan a un Reino Unido que bastante tendrá con mantener unido a su país después de que Escocia e Irlanda del Norte votaran en contra del Brexit.
No menos importante para la Unión Europea va a ser la salida definitiva de la crisis iniciada en 2008. Países como España han logrado rebajar sustancialmente sus elevados niveles de desempleo, pero también ha sido inevitable acrecentar las desigualdades entre unos y otros hasta el punto de que cada vez más población se encuentra en riesgo de exclusión social. Como en tantas otras cosas, las instituciones europeas han reaccionado tarde y mal, activando el llamado Plan Juncker cuando la crisis estaba demasiado extendida, y la política de bajos intereses del BCE apenas está generando estímulos en los países que integran la eurozona. Como consecuencia de ello, hemos vivido el auge tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, así como de los populismos, aunque de momento, como se ha podido comprobar en las elecciones celebradas en Holanda, Francia y Reino Unido, parece que todos ellos se encuentran bajo control.
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho anteriormente, creo que no debemos caer en el pesimismo. La construcción europea sigue adelante casi 70 años después de iniciarse, y el objetivo fundamental de los “padres de Europa”, que no era otro que mantener Europa en paz y armonía, ciertamente se ha logrado. Así, la UE ha llegado al primer tercio del siglo XXI sobre sólidas bases de paz y prosperidad, pero deberá tener claro que muchas cosas han de cambiar si queremos seguir forjando una construcción europea lo suficientemente consistente.