
Desde que en 2008 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebrara cada 15 de septiembre el Día Internacional de la Democracia, resulta necesario realizar una reflexión sobre la buena salud de la que gozan los sistemas democráticos existentes a lo largo y ancho del mundo. Y la conclusión a la que podemos llegar diez años después es, cuando menos, preocupante, particularmente en el continente europeo, donde avanza imparablemente la extrema derecha tras celebrarse comicios generales en países tan importantes como Alemania, Francia o Italia. En el caso europeo, parece haber una directa relación entre deterioro de la democracia y rechazo hacia los fuertes movimientos migratorios, generando todo un fenómeno que se conoce bajo el nombre de populismo y que básicamente responde al paso de una sociedad del bienestar a otra donde comienza a prevalecer el malestar entre la población.
Debe recordarse, en ese sentido, que el mundo democrático había asestado un duro golpe al totalitarismo con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y con ello de todos los regímenes dictatoriales de la Europa del Este, incluyendo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Pero, más de un cuarto de siglo después de aquello, es un hecho que, por ejemplo, la Federación Rusa de Vladimir Putin constituye una democracia de muy baja calidad, y que en algunos países de la Europa del Este comienzan a darse preocupantes auges del ultranacionalismo.
En ese sentido, el problema fundamental que degrada a la democracia tanto en Europa como en otros continentes es la extendida mancha de la corrupción, que se extiende a todas las capas de la sociedad, y que en una sociedad de la información como la nuestra, cada vez llega antes y con mayor amplitud a la sociedad. Ello ha llevado al conocido fenómeno de la desafección política, esto es, un fuerte rechazo hacia una clase política que se considera tan corrupta como cara e ineficiente. En relación con ello, la aplicación de nuevas tecnologías ha permitido el surgimiento de una democracia de tipo asambleario que posibilita una mayor participación de la sociedad, pero que aún demuestra claras carencias.
Para que una democracia goce de auténtica calidad resulta fundamental que los representantes públicos estén sometidos a severos controles, ya que son ellos quienes manejan los recursos del Estado, y para ello constituye conditio sine qua non una auténtica división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial. Lamentablemente, los políticos de no pocas democracias gustan de interferir en numerosos ámbitos que no son de su competencia, generando un importante grado de desconfianza en la población, que se traduce en cada vez niveles más bajos no solo de afiliación a partidos, sino directamente de participación en los procesos electorales.
De ahí la importancia de elementos clave como la limitación de mandatos, la independencia absoluta del poder judicial, el buen funcionamiento de los órganos reguladores (que representan los intereses del Estado, que somos todos en definitiva), la pluralidad de medios informativos, el estricto cumplimiento de la ley y el sometimiento a las normas que nos hemos dado todos y cada uno de los ciudadanos que vivimos en un país democrático.
Cierto es que seguramente la democracia no había estado tan extendida como hasta ahora en el conjunto del orbe. Pero sigue habiendo numerosos países de determinadas regiones del mundo (América Latina, África o Asia) donde la democracia constituye una auténtica quimera, entre otras cosas porque aún no se ha logrado el necesario desarrollo económico, social y cultural que permita adquirir una cultura democrática. De ahí que uno los de retos del futuro sea la generalización de la democracia como sistema de convivencia ya que, ante la natural falta de unanimidad de las sociedades, la existencia de una mayoría que gobierne es el mejor modo de lograr una convivencia pacífica y armoniosa. De nuestra capacidad para preservar la riqueza de la democracia depende, entre otras cuestiones, el futuro de generaciones enteras.