
En la actualidad, atravesamos una crisis medioambiental que pone en peligro el futuro de multitud de especies de todo el mundo, con especial énfasis en Latinoamérica y África, cuyos ecosistemas se degradan a un ritmo sin precedentes. En cifras, se estima un declive a nivel global de un 68% de las poblaciones animales en los últimos 46 años, con la mayor pérdida en los ecosistemas de agua dulce, con una caída del 84%. El crecimiento de las poblaciones humanas y sus especies asociadas (ganado) ha sido bien diferente, de forma que el 96% de la biomasa animal del mundo somos nosotros y nuestros animales domésticos, mientras que solo un 4% corresponde ya a especies silvestres.
Entre los detonantes principales de esta acuciante pérdida de biodiversidad se encuentran la pérdida de hábitats por la transformación de usos del suelo y otros impactos relacionados con el paisaje, la contaminación en sus diferentes formas, la sobreexplotación de especies (incluyendo el tráfico de fauna silvestre), las especies invasoras , por último, el cambio climático (Living Planet Report 2020, WWF). A esto se suman otros impactos no desdeñables que requieren de análisis concretos y toma de decisiones, y que en cierto modo se vinculan con algunos de los referidos en líneas anteriores. Así, podrían mencionarse los atropellos de fauna, la colisión de aves con edificios en ciudades, el impacto de los aerogeneradores para aves y murciélagos, etc.
La pandemia de COVID-19 nos ha hecho ver, una vez más, el estrecho vínculo que nos une con el medio ambiente. Parece evidente que las probabilidades de que una pandemia de esta magnitud se produzca se vinculan con nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. En primer lugar, estamos penetrando en ecosistemas que hasta ahora permanecían en mayor medida inalterados. A veces, simplemente la creación de carreteras en selvas tropicales y el asentamiento de pueblos y ciudades en sus márgenes (llevando con nosotros animales domésticos) ya incrementa las posibilidades de interaccionar con las especies silvestres allí existentes, posibilitando una mayor transmisión de enfermedades.
Más allá de esto, la propia destrucción de los ecosistemas naturales y la eliminación de sus especies silvestres posibilita que se produzcan eventos como la actual pandemia. En otras palabras, en ecosistemas sanos es más difícil que se produzca la cadena de acontecimientos que lleva a que finalmente nos contagiemos nosotros. Se podría decir que a más cantidad de especies animales, más portadores de patógenos habrá, y menor será la posibilidad de que finalmente contacten con nosotros. Además, una alta diversidad aumenta interacciones entre especies, como la competencia y la predación, de forma que las poblaciones no se desequilibran. En este contexto los patógenos están diluidos entre los individuos y las especies.
Yendo un paso más allá de nuestra intrusión en espacios naturales y la disminución de la biodiversidad, encontramos la explotación que realizamos de la fauna silvestre. Hay datos contundentes sobre el tráfico legal e ilegal de decenas de especies destinadas a mascotismo o consumo, siendo este un motivo del declive del pangolín, por ejemplo. De nuevo, la actual pandemia nos lleva a este terreno, ya que el origen de la misma se sitúa, según diversos estudios, en un mercado de alimentación chino. En algunos países asiáticos sigue siendo habitual que animales sustraídos de sus hábitats sean comercializados. Se trata de un contexto en el que, tras ser capturados, son transportados a grandes ciudades, donde se les mantiene hacinados en jaulas, rodeados de otros congéneres y especies durante días o semanas, a lo que se suma la interacción con los propios usuarios del mercado y compradores. No se trata solo del incremento de probabilidades de transmisión de zoonosis que ya se deriva de este escenario, es que, además, al ser animales estresados por el cautiverio e inmunodeprimidos, excretan cualquier patógeno que tengan en ellos.
En este contexto, emerge con fuerza el concepto One Health, que trata de englobar la salud animal, ambiental y humana con una perspectiva integral y global. Incrementar la relación entre estos ámbitos, ya sea a nivel profesional dentro de las ciencias de la salud (medicina, veterinaria, biología) como de comunicación, nos permitirá abordar con mayores garantías la aparición de enfermedades emergentes, la protección del medio ambiente y la seguridad alimentaria, por mencionar tres hitos en los que tenemos retos determinantes que afrontar en las próximas décadas. En este sentido, las principales instituciones científicas, sanitarias, y también la política, parecen haber tomado un nuevo rumbo en el que el medio ambiente va a ser prioritario, al considerarse que la sostenibilidad económica, ambiental y social garantizará un futuro más justo para las generaciones presentes y futuras.
Álvaro Luna es profesor del Grado en Medio Ambiente y Sostenibilidad