
Actualmente las enfermedades cardiovasculares se cobran muchas vidas, siendo la principal causa de fallecimiento a nivel mundial. La Fundación Española del Corazón nos ofrece unas cifras preocupantes ya que nos expone que, según el análisis del INE (Instituto Nacional de Estadística), en nuestro país la enfermedad cardiovascular es la primera causa de muerte por delante del cáncer y las enfermedades cardiorrespiratorias. A pesar de lo que se suele pensar, no parece ser únicamente un problema de los hombres; de hecho, los datos muestran un número mayor de muertes por esta causa en mujeres.(https://fundaciondelcorazon.com/blog-impulso-vital/3264-las-cifras-de-la-enfermedad-cardiovascular.html).
Existe una asociación muy clara entre el desarrollo de estas enfermedades y el estilo de vida, donde una dieta poco saludable, la falta de ejercicio o actividad física y el consumo de sustancias tóxicas como el tabaco tienen mucho que ver. Es por ello que modificar estos hábitos podrían prevenir su aparición, así como aportar un sinfín de beneficios relacionados con la salud general. En este sentido el ejercicio y concretamente reducir el sedentarismo resultan clave tanto en la prevención primaria como secundaria (Alves et al., 2016).
Especialmente los programas de ejercicio aeróbico y de fuerza parecen ser los más acertados para reducir el riesgo de enfermedad y/o evento cardiovascular, proporcionando adaptaciones multisistémicas que optimizan la función fisiológica y el nivel de fitness cardiorespiratorio, además de reducir los factores de riesgo cardiovascular ya que el ejercicio previene la ganancia de peso y el desarrollo de hipertensión, hipercolesterolemia, síndrome metabólico y diabetes (Ozemek et al., 2018).
Desde el punto de vista metabólico y relacionado con los factores de riesgo de enfermedad cardiovascular, encontramos que el ejercicio físico disminuye la resistencia a la insulina y mejora la captación de glucosa por el músculo, lo que proporciona un mejor control de la glucosa en sangre previniendo de este modo el desarrollo de diabetes tipo II y consecuentemente de la enfermedad cardiaca. Además, el ejercicio provoca un aumento de la concentración sérica de colesterol unida a lipoproteínas de alta densidad (HDL), lo que reduce la probabilidad de padecer arteriosclerosis, mejora la distribución de la grasa, lo que repercute en una menor inflamación de los sistemas con una mejor salud vascular, y mantiene un buen funcionamiento de los telómeros que produce una mayor capacidad de reparación de los vasos.
Todo este proceso adaptativo tan beneficioso aparece con dosis suficientes como para provocar un estímulo que lo genere. Si de forma progresiva lo realizamos a intensidad vigorosa obtendremos mayores resultados. Sin embargo, en personas sedentarias o que se inician en la práctica de ejercicio, a bajas dosis responden favorablemente, lo que nos permite comenzar progresivamente adecuando la carga a cada sujeto.
A pesar de todo lo descrito anteriormente acerca de los beneficios de realizar un programa de ejercicio físico, vemos cómo muchas personas no son capaces de adherirse a los mismos. Es por esto que adoptar estilos de vida activos a través del aumento de actividad física en el día a día (como caminar para desplazarse, subir las escaleras, etc.) podría ser una estrategia adecuada para mejorar la salud cardiovascular inicialmente. De hecho, no solo debemos acostumbrarnos a un programa de ejercicio estructurado, sino que debemos evitar el tiempo invertido en actividades sedentarias como estar sentado viendo la TV u otro tipo de pantallas, ya que estar sentado muchas horas predice un incremento en el riesgo cardiovascular.
Las personas con ocupaciones activas son menos propensas a sufrir eventos adversos debido a la enfermedad de las arterias coronarias (Paffenbarger et al., 2001). Según aumentamos la energía consumida o los MET de trabajo realizados, la ratio de muerte declina. Individuos que realizan al menos 150 minutos de ejercicio moderado tienen entre un 15 y un 20% menos de riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, lo que corresponde en parte a las recomendaciones mínimas de ejercicio actuales de la OMS y el ACSM.
De forma generalizada nuestro propósito, si queremos mejorar y/o mantener nuestra salud cardiovascular, debe ser en primer lugar reducir las actividades sedentarias ya que están asociadas de forma independiente con la incidencia de factores de riesgo cardiovascular y enfermedad cardiaca, e incorporar un programa de ejercicio estructurado y diseñado por especialistas basado en un trabajo de resistencia cardiovascular y de fuerza, con suficiente estimulo como para alcanzar los cambios positivos que hemos comentado anteriormente.
Sonia García Merino es profesora de Actividad Física en el Grado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte