
Rebeca Grynspan, economista y ex vicepresidenta de Costa Rica, fue elegida Secretaria General Iberoamericana en 2014. El pasado mes de enero, la Universidad Europea de Madrid le concedió el doctorado honoris causa.
Nació en San José de Costa Rica en 1955. Sus padres provenían de Polonia y ella escaló en este país centroamericano desde la vicepresidencia de Hacienda hasta la Secretaría General Iberoamericana en 2014, cargo para la que fue elegida por unanimidad. El pasado 17 de enero se acercó al campus de la Universidad Europea de Madrid para recibir el doctorado honoris causa otorgado por el centro. Este título reconocía su “apoyo a la integración iberoamericana” y “su compromiso con los ciudadanos de Iberoamérica, cuyos derechos y libertades ha situado en el centro de su vocación”. Su formación como economista para “cambiar la vida de las personas” y su creencia en la educación como motor de cambio siguen manteniéndola vibrante, optimista, con un brillo de ilusión en las pupilas a pesar de la apretada agenda en su visita a nuestro país.
Antes de nada, ¿qué le supone recibir el doctorado honoris causa por la Universidad Europea?
Siento una gran emoción. Me siento sumamente honrada. Es lo que siempre se dice, pero le tengo una especial admiración a los centros de estudios. Creo en la enseñanza y la educación como motor de las cosas buenas en la sociedad. Además, en lo personal es un sentimiento que me llena de ilusión y me hace hacer una reflexión sobre mi trayectoria, mi mundo, mi vida. Es muy bonito.
Recibe este prestigioso reconocimiento por su liderazgo como Secretaria General Iberoamericana. ¿Cómo resumiría esa labor?
He sido muy consistente en mi lucha por erradicar la pobreza y enfrentar las desigualdades. Eso ha trazado una línea constante dentro de mi pensamiento. Estudié economía porque pensaba que era una manera, estaba convencida, de mejorar la vida de la gente, no solo de maximizar los beneficios de las empresas. Creía que era una forma de que todo el mundo llegara a su máximo potencial. Además, creo que otra línea constante ha sido luchar contra la desigualdad, no solo de ingresos sino también la llamada horizontal, la que se produce entre grupos, por género, por raza, por religión, por etnia… Esas han sido mis constantes.
¿Queda todavía mucho camino por recorrer? ¿Cuáles son los mayores desafíos?
En el espacio iberoamericano —que es el que represento—, pero también en todo el mundo, tenemos el desafío de erradicar la pobreza. Y el de que se distribuyan mejor los beneficios del progreso. También somos mucho más conscientes de que tenemos que cuidar el medio ambiente.

En alguna ocasión ha declarado que “la Secretaría General Iberoamericana es una institución construida en torno a todo aquello que nos une y que ha sido clave para el entendimiento en Iberoamérica”. ¿Qué es lo que más une a la gente, a su juicio?
A todos nos une siempre lo intangible. Los sentimientos, los afectos, los idiomas, la cultura, la empatía…
¿Y qué papel juega en eso la educación?
Creo que la educación ha sido el principal motor de movilidad social en nuestra región. Sin duda. Déjeme darle dos datos: América Latina ha tenido en este siglo una expansión impresionante y supo acercar la educación a sectores que no habían tenido nunca acceso. Duplicó su población universitaria y el 70% de estos estudiantes son la primera generación de universitarios de su familia.
Uno de los objetivos que ha propuesto es que para el año 2020 unos 200.000 jóvenes latinoamericanos tengan una vivencia educativa fuera de sus fronteras. ¿Por qué cree que este aspecto es tan positivo?
He leído y estudiado los resultados de la beca Erasmus y me llama la atención que los que la han aprovechado tienen menos tasa de desempleo y mejores trabajos. Y me pregunto: “¿por qué quien pasa seis meses fuera es mejor abogado o arquitecto?” Y en realidad es que la experiencia provoca que desarrolle las denominadas habilidades “blandas”: trabajar en equipo, en ambientes multiculturales, diversos, interdisciplinares. Y ese es el mundo en el que estamos viviendo. Por eso hay que darle esa oportunidad a aquellos que no la están teniendo.
¿Y la economía? ¿Es también un motor de desarrollo social?
En América Latina tuvimos un progreso de educación en la misma época que tuvimos un mayor dinamismo económico y un aumento de materias primas o del comercio internacional, pero ese crecimiento fue algo que no premió a los sectores vulnerables. En estos momentos, sin embargo, pudimos crecer reduciendo la desigualdad y la pobreza. Y eso tenemos que celebrarlo, porque Latinoamérica, siendo el continente más desigual, no había logrado crecer con equidad. Aunque ahora no vivimos momentos tan boyantes y notamos que la desigualdad sigue.
¿De qué forma incide, en este sentido, la cooperación?
Creo que la cooperación iberoamericana ha abierto un camino de cooperación horizontal, que también se conoce como ‘sur-sur’ o ‘triangular’. A través de eso se ha hecho mucho: ya no esperamos a un mecenas para resolver nuestros problemas, sino que nos ayudamos todos. Lo que quiero ahora es que el sector privado se involucre fuertemente.
¿Qué le diría a un estudiante para que valore la esencia del compañerismo y el esfuerzo?
En primer lugar, le diría que la vida no siempre es lineal y que a veces hay que dar vueltas más largas. Lo importante, no obstante, es no perder la capacidad de tener un objetivo y perseguirlo. El esfuerzo radica en eso: en no renunciar en tu proyecto de vida. Eso no significa que las circunstancias no lo modifiquen o te pongan obstáculos, pero no tienes que perder la capacidad de buscar tu objetivo. Si no, la vida decide por ti, en lugar de que tú le des sentido.
Otra cosa que suele remarcar en su discurso: ¿en qué se distingue decir Iberoamérica en vez de Latinoamérica?
Latinoamérica es un concepto geográfico: abarca de México a Tierra de Fuego, en Argentina, incluyendo a los países del Caribe. Iberoamérica incluye España, Portugal y Andorra. Y es un concepto más de comunidad. Su columna vertebral es la cultura y su historia común. Y en este punto volvemos a lo intangible: hay un regionalismo que no es geográfico sino de afinidades.
Por último, ¿a quién le dedica este reconocimiento público tan relevante?
A mi familia. A mis hijos y a mi marido. Por supuesto.