
La información sobre un conflicto bélico siempre resulta compleja para un periodista o un reportero. Es una especialización periodística que hace tener muy presente valores éticos y deontológicos y que influye en la personalidad del profesional que lo cubre. Afloran miedos y conflictos psicológicos que se entremezclan con la obligación de sacar un trabajo adelante. Un trabajo tan importante como es informar sobre la guerra.
En verdad no podemos imaginar cómo fue aquello. No podemos imaginar lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad. No podemos entenderlo, no podemos imaginarlo. Es lo que cada soldado, cada periodista, cooperante y observador independiente que ha pasado tiempo bajo el fuego, y ha tenido la suerte de eludir la muerte que ha fulminado a otros a su lado, siente con terquedad. Y tiene razón. (Sontag, 2014:106)
Esta reflexión de Susan Sontag sirve para contextualizar con palabras lo que alguien que informa de un conflicto bélico sobre el terreno puede padecer[1]. Ahonda en una de las cuestiones más importantes de la información audiovisual durante un conflicto, la incomprensión.
Hoy en día no se entiende un conflicto sin imágenes. No se entiende porque si no las hay, es como si no existiese. Las imágenes de una guerra han de estar presentes en el colectivo social para que este otorgue la categoría de real al mismo. De lo contrario, no existe para la sociedad. Porque las imágenes de hambruna, desolación, bombas o muertes que vemos en una pantalla nos hacen partícipes de la realidad del conflicto. Nos posicionan frente al drama que perdura en quien las ve a través de las emociones y nos hace recapacitar frente al dolor ajeno.
La primera vez que se tuvo contacto con lo descarnado de la guerra a través de una fotografía fue en la Guerra de Secesión, en Estados Unidos. El fotógrafo Matthew Brady evidenció la realidad del campo de batalla con imágenes de soldados muertos. Brady cubrió el conflicto con un grupo de ayudantes que finalmente consiguió los derechos de autoría de algunas fotografías, pero el encargado de la cobertura logística fue él. En esas imágenes se estableció por primera vez el debate moral de hasta dónde se debe mostrar la guerra. Los soldados muertos incomodaron a la sociedad estadounidense, que no vio adecuada tanta realidad. El debate sobre hasta dónde hay que mostrar, cómo y por qué hay que mostrar las imágenes de un conflicto y dónde están los límites de la información, sigue siendo motivo de análisis y discusión.
El apartado que más implicación tiene en la cobertura del conflicto es el interés. Si los medios consideran que un conflicto no vende, este no interesa. Si no interesa, no hay cobertura. Se entra así en un ciclo infinito en el que los medios se erigen en adalides de lo que interesa a la sociedad y lo que no usando criterios económicos y editoriales. Esto, siendo legítimo desde el punto de vista empresarial, condiciona no solo la objetividad de los medios, sino su función en la sociedad. En general, los medios de comunicación solicitan imágenes o historias concretas para hacerlas rentables y obvian temas de interés general.
La cobertura de un conflicto conlleva una logística complicada y costosa. También conlleva el asumir el riesgo humano que supone enviar a una guerra a un periodista que puede no volver de ella.
Ante esta perspectiva surge una pregunta, ¿qué motiva a un periodista a cubrir un conflicto bélico? Se ha comentado ya que el reportero de guerra lleva muchas décadas aportando una función fundamental a la sociedad. Esa función, que en principio es periodística, deriva en una función humana al servir para concienciar, a través de la realidad captada por sus cámaras de vídeo o fotográficas. Se convierten en testigos del horror. Un horror que asumen y unos testimonios que filtran para la sociedad, llegando a convertirse en algunos casos en referentes del devenir de los acontecimientos bélicos. Hoy más que nunca la figura del reportero es necesaria para la sociedad.
Las grandes corporaciones de comunicación establecen una doble moral a la hora de defender el trabajo de los reporteros de guerra. Por un lado, es evidente que existe una necesidad de cubrir determinadas informaciones referentes a conflictos bélicos y que hay una preocupación por la seguridad de los profesionales que cubren dichos conflictos. Por otra parte, no es menos evidente que cada vez se cubren menos conflictos y que, en caso de cubrirse, se tiende a contar con la importante figura del reportero freelance. Esto no es un problema en sí mismo. El problema surge cuando la labor de estos profesionales, pese a ser vital para los medios, no es suficientemente valorada por los mismos, llegando a hacer prácticamente imposible una viabilidad mínima a nivel económico para los reporteros.
Esto condiciona la operativa habitual de trabajo y colaboración y, sobre todo, la información que llega a los ciudadanos. En la cuestión está implícito el concepto de información. De la necesidad que tiene la sociedad de estar bien informada de lo que ocurre, no solo en su ciudad, si no también más allá de sus fronteras. Las cadenas de televisión anglosajonas siguen realizando una cobertura seria y analítica de los conflictos bélicos, como puede verse en la guerra de Siria. Cadenas de televisión como CNN o BBC o los departamentos de audiovisuales de las ediciones digitales de The New York Times, The Guardian o The Washington Post, realizan unos reportajes desde el terreno de gran calidad, huyendo de estereotipos vendibles y profundizando en las cuestiones que han derivado en la situación actual del conflicto. Esto tiene mucho que ver con la educación de la sociedad y no solo con los intereses económicos de los medios. La figura del reportero de guerra ha sido siempre mitificada por la sociedad. En esa mitificación está implícita una parte de respeto hacia el trabajo que realizan y no solo por el riesgo que corren. También por el respeto que genera la figura del que informa sobre realidades perdidas e injusticias sociales sin más recompensa que aportar a la sociedad el conocimiento de dichas injusticias, representar a sus víctimas e intentar que los conflictos terminen. Porque esa es una de las premisas del reportero: la búsqueda de la paz.
Es cierto que la tragedia, el sufrimiento o la violencia suponen “…la materia prima por excelencia de las informaciones que ofrecen los medios de comunicación” (Giró, 2007:199). Pero también lo es que la tendencia de los reporteros de guerra es alejarse de ese nombre que les convierte en cómplices lingüísticos de la sinrazón de la guerra y vincularse al concepto del periodismo de paz. Fue Johan Vincent Galtung[2] quien acuñó el término Periodismo de Paz.
El periodismo de paz se orienta a la transformación del conflicto, busca reflejar la verdad, atiende la opinión de todas las personas involucradas y entiende la paz como la solución de un conflicto, donde todas las partes implicadas reciben un beneficio. Asimismo, el peace journalism implica que el periodista adopte varias actitudes: que realice un acercamiento interpretativo; se concentre en historias que resaltan las iniciativas de paz; atenúe las diferencias étnicas y religiosas; prevenga los conflictos posteriores; enfoque la atención en las estructuras de las sociedades en conflicto y promocione su resolución, así como la reconstitución y la reconciliación. (Gavilán, 2014:30)
Aunque puede ser justificada por aspectos anteriormente tratados, esta tendencia sirve para posicionar la figura del reportero como un profesional que informa sobre un conflicto del que desea su fin, y aleja en cierta forma la idea preconcebida del reportero de guerra clásico, generalmente unida al concepto bélico y no al pacifista.
Por tal motivo, se puede también justificar la necesidad de la figura del reportero no solo por lo que aporta a los medios de comunicación su trabajo. También por la premisa de paz que conlleva su labor y la forma de transmitir dicha premisa a la sociedad.
[1] Según una investigación del Dart Centre for Journalism and Trauma, uno de cada tres periodistas que vuelven de una guerra sufren estrés postraumático http://ajp.psychiatryonline.org/doi/full/10.1176/ajp.2007.164.7.1016 [01-04-2016] [2] Johan Vincent Galtung es un matemático y sociólogo noruego fundador del International Peace Research Institute y de la Revista de Investigación sobre la Paz (Journal of Peace Research). Fue profesor de Investigación sobre Conflicto y Paz en la Universidad de Oslo. Ha colaborado extensamente con diversas instituciones de las Naciones Unidas.