
Desde antes de verano venimos oyendo a expertos en medios de comunicación, e incluso a miembros altamente cualificados de departamentos de análisis de determinados bancos de inversión, que la recesión en España está a la vuelta de la esquina. Estas voces hacen alusión a la conocida como recesión técnica, esto es, dos trimestres consecutivos de contracción (caída) del PIB. Más recientemente y durante las últimas semanas, empieza a escucharse sin embargo la idea contraria desde estos mismos medios de comunicación (no desde los bancos de inversión), esto es, que “es probable que España esquive la recesión”. Esta clase de afirmaciones esconden un desconocimiento de los procesos económicos y de los procesos inflacionistas y, aunque seguramente sean bienintencionadas, no buscan otra cosa que la prolongación en el tiempo de un proceso inflacionista que nos empobrece a todos y que, por supuesto, no es deseable.
Debemos tener en cuenta las características del proceso inflacionista en el que nos encontramos. La actual subida de precios, con origen ya en 2021 antes de la guerra en Ucrania, es, sin lugar a dudas, un proceso monetario que viene desarrollándose desde 2008 con la impresión de moneda masiva por parte del BCE, esto es, mediante la compra de bonos a cambio de dinero de nueva creación. La guerra de Ucrania, por supuesto, ha servido para avivar el fuego y que éste no mengüe en su fiereza, pero ya ningún economista que haga honor a su profesión es capaz de afirmar que éste sea un proceso de escalada de precios debido al conflicto bélico.
Esta nueva generación de dinero ha inundado de billetes el mercado durante los últimos años: el BCE compra bonos a gobiernos de países que siguen perpetuando un déficit crónico. Por supuesto no los compra directamente (ya que eso está prohibido) pero sí hace esos bonos más atractivos y permite que esos países sigan endeudándose a tasas muy reducidas. Esos gobiernos inundan el sistema nacional con ese dinero ficticio mediante inversiones que no se debían hacer (sencillamente porque sin ese “dopaje” no eran viables) y mediante gasto corriente de la administración pública. Y claro, ese nuevo dinero que ha fluido a determinados colectivos (y de estos a otros colectivos que les dan servicio a aquellos) ha generado un exceso de liquidez y las denominadas “mal-inversiones” (inversiones en activos y negocios que sin la ficción del nuevo dinero jamás hubieran tenido lugar).
Y llegamos a la situación actual: una inflación disparada y un BCE con, después de 14 años, un fuerte complejo de culpabilidad queriéndose reconvertir de pirómano en bombero. Para ello ha iniciado por fin unas fuertes subidas de sus tasas de interés para tratar de frenar la escalada de precios y la economía en su conjunto, esto es, con la firme intención de provocar un frenazo necesario. Ese frenazo es la recesión, esto es, un ajuste necesario, y al igual que muchos otros términos como la austeridad o la responsabilidad fiscal tiene muy mala prensa. Sin embargo, llegados a este punto sin duda la recesión es el mal menor frente a una escalada de precios como la actual: la recesión generará el empobrecimiento de unos sectores en lugar del empobrecimiento masivo que genera la inflación. ¿Y por qué se considera este proceso como necesario? La recesión, más allá de la definición técnica mencionada al principio de este artículo, es simple y llanamente un ajuste: un ajuste en precios, que en algún momento dejan de subir por la escasez de demanda, y un ajuste en producción, que en algún momento se bloquea, debido sencillamente a que ya no hay tanto dinero y los consumidores en términos generales nos vamos empobreciendo con el paso de los meses.
Y ese ajuste está ocurriendo ya. Piense como consumidor si ha cambiado sus hábitos de consumo los últimos meses. Ya sea por la percepción de un menor poder adquisitivo por la subida de precios, una mayor incertidumbre o simplemente el no estar dispuesto a pagar determinados precios por determinados productos, es probable que sí los haya modificado. Puede que usted lleve dos meses siendo ‘infiel’ a su marca de leche, de chocolate o de pan de molde, o simplemente que la moto que se iba a comprar ya no se la compre. Este mecanismo individual y libre (afortunadamente todavía podemos tomar decisiones sobre nuestra vida y consumo) se está replicando a escala de millones de personas, y puede que, aunque determinadas industrias no vayan a sufrir ese castigo por parte un número significativamente elevado de consumidores, otras muchas industrias sí lo sufrirán.
Esta situación que estamos viviendo no es nueva y se ha vivido ya. Muchos productores tratarán de aguantar con precios elevados, algunos lo lograrán, otros aguantarán y finalmente frenarán su producción. Muchos trabajadores de esas empresas en proceso de frenado no querrán ver reducidos sus salarios, y esto acelerará la triste defunción empresarial de muchas compañías. Es triste, pero es una situación a la que nos han llevado nuestros gobernantes, y es claramente inevitable. Cuanto más se retrase el ajuste, o si prefieren, la entrada en recesión, más grave se tornará la situación y más fuerte será el ajuste, con población ya empobrecida por los precios y con nuevos problemas económicos y laborales en el horizonte.
Debemos por tanto escapar de mensajes ilusorios y no permitir que determinados políticos y algunos medios de comunicación nos sigan infantilizando con mensajes que tratan de hacernos huir de la realidad: estamos en mitad de una situación altamente comprometida, los precios no van a bajar porque Rusia se retire de Ucrania, y, lamentablemente, España entrará en recesión más que probablemente durante el primer trimestre de 2023. Cuando eso ocurra, se cerrarán negocios por la rigidez de nuestro mercado laboral y se acentuará la crisis. Eso sí, cuando el frenazo se prolongue (y siempre que los precios se hayan conseguido controlar) el BCE volverá a bajar tipos para reactivar la economía y el cuento de la inflación y la recesión volverá a comenzar, la gran mayoría de nosotros más pobres que antes, pero esa es ya otra historia.